“El ambiente es una cuestión casi ajena a los que gobiernan. Se ocupan de las próximas elecciones y no de las próximas generaciones” (Ricardo Lorenzetti)
Es frecuente que al hablar de ecología, de preservación de los ecosistemas o de conciencia ambiental nos focalicemos principalmente en lo que respecta al cuidado de la flora y la fauna en sus ambientes naturales tales como bosques, playas, montes o selvas. Solemos olvidarnos así de las ciudades en las que muchos de nosotros vivimos y que conforman ecosistemas urbanos.
Es necesario tomar en consideración que las ciudades que hoy conocemos han sido construidas sobre espacios naturales y este impacto debe reducirse aumentando la cantidad y calidad de los espacios verdes dentro de ellas. Y no hablo solamente de los espacios verdes como áreas de esparcimiento y socialización sino que también como elementos fundamentales para cuidar la salud de los ciudadanos.
Un impactante estudio recientemente realizado en los Estados Unidos demostró que la reducción en la contaminación del aire por parte de los árboles salva 850 vidas y previene 670.000 casos de síntomas respiratorios agudos cada año, lo que significa un ahorro de 6800 millones de dólares/año para los estadounidenses. Sería deseable realizar este tipo de investigaciones en las distintas ciudades de nuestro país para estudiar la correlación entre enfermedades respiratorias y cantidad de espacios verdes/habitante.
Sería interesante también, dentro de la Ciudad de Buenos Aires, comparar la incidencia de enfermedades respiratorias en barrios sumamente desprovistos de espacios verdes como Balvanera, San Cristóbal, Almagro o Boedo con otros en los que todavía persiste una razonable cantidad de espacios verdes, como por ejemplo, los cercanos a la Reserva Ecológica Costanera Sur o el Parque Roca.
Mi objetivo es presentar un breve resumen de las políticas ambientales de la Ciudad de Buenos Aires en 2014 con situaciones muy preocupantes que han sucedido y alertar sobre la inminente entrada en vigencia de algunos proyectos que parecen, a primera vista, favorecer a los depredadores de la construcción, que son los principales enemigos de la ecología urbana y que muchas veces están íntimamente ligados al poder político y económico.
El año empezó sin demasiados sobresaltos luego de la desforestación que había sufrido la Avenida 9 de Julio en el 2013 durante la construcción del Metrobús, que ciertamente ayudó a organizar el tránsito y a viajar mejor. Pero fue innecesario y apresurado acabar con más de 300 árboles para tal fin desoyendo a los expertos que habían advertido que la forma y la modalidad del trasplante llevaría a una mortalidad de más de la mitad de los ejemplares en menos de dos años.
En el mes de mayo la Legislatura Porteña sancionó una ley que promovía la construcción de bares en los ya enrejados espacios verdes de la ciudad. La presencia de bares en los parques les quita a los espacios verdes su esencia, arruina el paisaje y afecta la salud de sus plantas y animales. Considerando que nuestra ciudad es una de las que peor relación tiene en cuanto a espacios verdes/habitante agregar cemento a los espacios verdes es de una gran irresponsabilidad y viola la Constitución de la Ciudad que, atenta a esta deficiencia, en su artículo 27 promueve la preservación e incremento de los espacios verdes y no su disminución.
Afortunadamente para mediados de año el gobierno porteño reconoció el déficit de parques y plazas y lanzó el Plan Buenos Aires Verde para revertir el estancamiento en la construcción de espacios verdes. El plan se presentó, en mi opinión, de manera capciosa, ya que habla de “adaptar la ciudad a los desafíos de cambio climático” culpando de todo al clima y desligándose de cualquier responsabilidad en los últimos siete años de gestión. Los objetivos y los propósitos del plan de trabajo mostraban al menos un interés genuino por resolver los problemas ambientales de nuestra ciudad. No obstante, casi seguido a este anuncio, se presentaron en la Legislatura Porteña dos proyectos de ley que pretendían quitarle siete hectáreas a nuestra Reserva Ecológica Costanera Sur, uno de los principales pulmones de la zona sur de la ciudad, para transformarlas en un depósito de vehículos y un basural. Afortunadamente, los vecinos organizados y muchas ONGs ambientalistas nacionales mostraron su desacuerdo con convicción y argumentación sólida y el Gobierno de la Ciudad entró en razón y retiró esos proyectos.
El año termina con varios proyectos en danza que amenazan a algunos barrios porteños. En el barrio de La Boca se está acelerando un proyecto de ley para construir un nuevo estadio de fútbol en zonas que se habían destinado originalmente para fines educativos, de salud o para la construcción de una plaza pública. En el barrio de Constitución los pocos espacios verdes que quedan en su plaza desaparecerían. Según los proyectos planteados por el Gobierno de la Ciudad la plaza se va a transformar en una plaza seca, sin pasto, excepto por un par de pequeños canteros y el resto va a ser pavimentado para crear un reflector de calor. En el barrio de Caballito los diputados del PRO que integran la Comisión de Planeamiento Urbano aprobaron el proyecto para rezonificar un predio en ese barrio y permitirle a la empresa IRSA construir un gigantesco centro comercial en terrenos linderos al estadio de Ferrocarril Oeste. Un barrio particular en donde los cortes de luz son algo demasiado frecuente y que necesita más espacios verdes y menos cemento. Viendo estos proyectos en ciernes cuesta entender como llegarán al tan anunciado millón de árboles en la ciudad planteado por el programa Buenos Aires Verde.
Considero que un balance como este podría dejar un sabor amargo a los lectores y por eso creo que hay algunas cosas que podemos hacer para entusiasmarnos y mejorar nuestra ecología urbana:
(1) Volver a organizarnos en los barrios sin desconfiar tanto los unos de los otros para informarnos y hacer valer nuestros derechos a un aire limpio y a la presencia de espacios verdes recreativos en nuestros territorios
(2) Asumir un compromiso por parte de los comunicadores, los científicos, los arquitectos, los agrónomos y los urbanistas con una postura crítica pero no estéril, poniéndonos a disposición del gobierno que toque para informar, asesorar y trabajar en estos temas.
(3) Tener muy en claro que a través de acciones concretas podemos conseguir mejorar nuestra ciudad y, en consecuencia, la salud de todos los que vivimos en ella. Son muchos los casos en que los vecinos organizados han logrado hacer valer sus derechos por sobre los intereses de los poderosos.