Por: Maximiliano Ferraro
Bajo el nombre de Guía Federal de Convivencia Democrática el Ministerio de Educación de la Nación acaba de presentar un documento que orientará en el manejo y prevención de la violencia a todas las escuelas públicas y privadas del país. Más allá de lo bien que suena esta acción, de lo atinada y políticamente correcta que parece para los tiempos que corren, cuando una vez por semana o más tenemos casos gravísimos de violencia – incluso con muertes-, en ámbitos escolares de nuestro país, me pregunto cuándo y cómo el gobierno propondrá una verdadera política pública para erradicar la violencia. Y así el Ministerio de Educación podrá encargarse de hacer cumplir los reglamentos escolares, ya que hace décadas existen reglas, instrumentos y consejos de convivencia para llevar adelante una educación por la paz.
¿Cuánto de genuino y serio y cuánto de acción mediática hay en esta nueva guía de convivencia? Lo decimos hace tiempo, en la educación, tal como hoy está planteada, no faltan ni normas ni protocolos para enfrentar casos de violencia. Y al mismo tiempo, creemos que la violencia que vivimos es de carácter social e institucional y no específica del ámbito escolar. Lo que ocurre es más amplio y complejo, como bien se encargó el ministro Alberto Sileoni de señalar en la presentación del documento; por eso mismo crear un protocolo es estandarizar la complejidad. Hay que pensar en cómo trasladar la solución de la problemática a una política pública poderosa e integral, desde todos los ministerios nacionales.
Hoy atravesamos una profunda crisis de civilización y de sentido. Sabiendo que todo cambia: la economía, la ciencia y la tecnología, la estructura social y la familia, los modelos de distribución de la riqueza y la morfología de la sociedad, la cultura y la subjetividad, las instituciones y las prácticas políticas.
Estas transformaciones afectan lo que la escuela hace y produce. La experiencia escolar de docentes, alumnos y grupos familiares cambia de sentido, aunque las formas de las instituciones permanezcan o parezcan conservar su formato tradicional. Y esto porque las instituciones sociales no son solo objetos materiales sino que poseen un significado que deriva de su relación con otras o por oposición. Cuando las reglas y recursos de la escuela permanecen constantes, pero cambian la familia, la estructura, la cultura, el mercado de trabajo, la ciencia y la tecnología, se produce un cierto anacronismo entre el afuera y el adentro y en algo que ya no tiene el sentido que tenía en la momento fundacional de la escuela.
Por eso es necesario pensar e implementar en la escuela reglas inteligentes y creativas para enfrentar los cambios que vienen desde afuera. En las sociedades contemporáneas es cada vez más necesario mirar fuera de la escuela para entender lo que sucede en su interior.
En la Ciudad de Buenos Aires se ha intentado crear una ley anti-bullying, con la que corremos el riesgo de judicializar los hechos de violencia que ocurran dentro de la escuela. Creo que atacar el problema de la violencia es pensar en escuelas más justas que funcionan en sociedades injustas. No se trata solamente de protocolos, ni de una ley; eso no es prevenir, se trata de recuperar la alianza escuela-familia como principio de la institución escolar, entendiendo el lugar que ocupa en las políticas de Estado, como garante de igualdad de oportunidades y construcción de ciudadanía.
Y voy más allá: qué importante sería que pensemos al sistema educativo no sólo como un reflejo de la sociedad, sino como un potencial para transformarla, recrearla y hacerla más democrática y solidaria e inserta en una verdadera República, sin violencia, con diálogo y democracia.