Por: Mundo Asís
Opositores envueltos con el cuento de la moderación.
escribe Bernardo Maldonado-Kohen
Con la iniciativa capturada, La Doctora se trasladó hacia la Clínica de Otamendi y Miroli. Hoy ocupa la centralidad inquietante desde una suite. Para algarabía hegemónica del doctor Nelson Castro, son innumerables los colegas que rastrean datos sobre la misteriosa “sigmoiditis”. Alojada en el colon. Habitualidad familiar.
Los dilemas de la salud presidencial desvían los efectos de la última operación política. Consistió en apuntarle a Barack Obama, El Keniano, justo durante la plenitud de su vulnerabilidad.
A través de la sobreactuación epistolar, La Doctora completó la vanguardia aluvional. Coronó la imposición de leyes, de planteos de códigos fundamentales, con los que avasalló a la oposición. Hasta el acoso.
Entre los arrebatos, sostenida por la incondicional mayoría parlamentaria, La Doctora juega al solitario con la política. Domina la quietud del escenario, aplica las ceremonias de kirchnerismo explícito. Y se permite, incluso, hasta el lujo sentimental de enfermarse.
La certeza del final de ciclo, pasa a convertirse, en la apariencia, en una inofensiva expresión de deseos. Aquí se actúa como si no existiera ningún descenso de default. Ni se asistiera a la pertenencia triste de un país desacatado. Estancado. Reducido a una cuadratura deplorable, aferrado a las ensoñaciones providenciales de una Vaca Muerta, fragilizado por las lluvias y atemorizado por las calenturas del diciembre invariable que se viene.
Obama para consumo interno
Pero antes de la sigmoiditis, con frontal insolencia, La Doctora decidió cuestionarlo a Obama. Ponerlo contra las cuerdas locales a aquel que, en sus instancias de bonanza, nunca accedió a concederle una miserable “visita de Estado”. De las que ningún americano poderoso suele negarle a nadie. Pero hoy Obama atraviesa la penosa instancia de la devaluación del prestigio. Entonces, con sigilosa perversidad, La Doctora aprovecha para impugnarlo, como si continuara aquella lamentable sesión del Consejo de Seguridad.
Ahora lo desafía a Obama en las vísperas de la cumbre del G-20. Es el Grupo de países ponderables que Argentina integra solo por haber oportunamente impulsado las políticas económicas que justamente La Doctora denigra.
Transgresora, bartolera y nada diplomática, la carta a Obama es pensada, según nuestra evaluación, para las glorias del consumo interno. El único que, en definitiva, interesa.
De todos modos, La Doctora le incorpora un poco de tensión a su presencia -si la sigmoiditis lo permite- en la reunión de Brisbane, Australia.
Dibuja las expectativas previas para fotografiarse, otra vez, con Vladimir Putin. De ser posible también con Xi Jinping, los dos exponentes del extraño desplazamiento geopolítico. Y hasta con la vecina distante Dilma. Pasadas ya las elecciones, Dilma no tendrá mayores inconvenientes en fotografiarse con la vecina que no soporta.
Mientras tanto, el pobre Obama llega escorado a la cumbre de Brisbane. Transformado, apenas, en un morenito perdedor, ideal para ser enfrentado. O evitado. Como lo evitan, en la actualidad, hasta los aspirantes a la representación del Partido Demócrata. Los que pretenden salir relativamente de pie en las fatales elecciones de “medio término”. Las que le aseguran a Obama, según nuestros datos, el ingreso definitivo a la pendiente de la brusca declinación.
Entonces La Doctora, en situación de desacato, en lugar de brindar explicaciones, por no obedecer el dictado de la sentencia adversa, se siente en condiciones de reclamarlas. Explicaciones por la presencia, en el gobierno de Obama, de Nancy Soderberg, la funcionaria que pugna justamente por aplicarla (la sentencia).
Con habilidad, La Doctora aprovecha la figuración de la señora Soderberg para cambiar la pelota de arco. Y quedar, para la esfera local, como la acosadora. Nunca como la acosada.
Al cambiar el juego del arco, La Doctora supone que eclipsa, o por lo menos que atenúa, la virulencia de los datos adversos que proceden precisamente desde los Estados Unidos. Aluden a la admirable inmoralidad que arrastra su gobierno, desde los primeros años. De cuando regenteaba El Furia, el extinto que portaba la insaciable tendencia hacia pasión recaudatoria aquí muy tratada.
Cuento circular
Mientras el país se encuentra pendiente de las oscilaciones que marca el termómetro, y de los resultados de las tomografías que tal vez en persona le alcanza la señora Mariú, el cristinismo informado disfruta las claves de otra exitosa operación. Es de política-electoral.
La jugada contiene fuertes dosis de Valiums 40, destinada a tranquilizar a la oposición envuelta.
Es la instalación del cuento casi circular, como aquellos de Edgar Allan Poe. Orienta el camino más conveniente para los intereses obvios del oficialismo.
“La sociedad actual no admite oposiciones frontales”.
En el desarrollo del cuento, “la gente”, tratada en abstracto, toma a mal que el candidato opositor se oponga, con categórica firmeza, a los avances supuestos producidos por el oficialismo.
Este cuento de Poe carece de desperdicios. Llamativamente, los precandidatos a presidente recitan los atributos inspirados en teorías semejantes. Son excelentes opositores envueltos que vuelven a envolverse solos. Se empaquetan. Hasta quedar apretaditos, casi inofensivos, sin aire ni espacio.
La sospechada moderación
“En las encuestas aparece que, lo que quiere la sociedad, es que se corrija lo que se hace mal, y que se imite, o se mejore, aquello que se hace bien”, confirma la Garganta.
Significa aceptar que aquí se estimula la idea del cambio que no cambia nada. Un pepino. Siempre dentro de la sensata moderación. La que impone una amable continuidad. Sin rupturas. Las tan temidas rupturas.
“Ocurre que la sociedad no acepta una oposición total y frontal”, sugiere otra Garganta.
Sostenida, en otro relato, por los consejos precipitadamente equivocados de los consultores caros, en general extranjeros. Con su amabilidad democrática, les provocan a los precandidatos a la sucesión un perjuicio superior al que producen los otros inocentes extranjeros. Los que irritan primariamente a Sergio Berni, El Licenciado Serial. Hasta desbordarlo.
Si los postulantes a la sucesión se ponen como gansos, para que se les transmita una trivialidad semejante, el cristinismo merecería quedarse. Recaudar hasta la eternidad, llevárselos puestos como a una media. Ya que los opositores envueltos entran en su juego y deciden no encarar la oposición categórica y frontal. Creen que la sociedad no lo digiere.
Es decir, se supone que la sociedad no acepta, en apariencia, aquello que en el fondo no existe.
La suavidad opositora legitima, precisamente, que el lugar de la oposición real lo ocupen los medios de comunicación. Los que el gobierno declara, preferiblemente, como sus enemigos.
Legitima también que la agenda política del periodismo, anclado en el lugar del adversario, se encuentre infinitamente más radicalizada que la agenda del opositor amablemente envuelto. El que ampara la docilidad conceptual en la inconveniencia del enfrentamiento. Lo recomiendan los consultores que cultivan el negocio redituable de la moderación y la sensatez.
Sin embargo, en nuestra evaluación, son cada vez más gravitantes los sectores de la sociedad que reclaman mayor consistencia argumental para la confrontación. Coinciden con la agenda que marcan los medios, que están para la crítica y no para la pelea electoral.
Pero por la tibieza elemental de los opositores se consolida la tranquilidad de un gobierno que ejecuta el poder y pasa a la ofensiva. Con lo que tiene, que no es poco.
La cinta de Lázaro
“De la cinta de Lázaro, por ejemplo, o de la cinta de los negocios, puede tirar Clarín, Nación, o acaso el AsísDigital. Por distintos motivos, de esa cinta no pueden tirar los adversarios principales”.
Abundan infinitas cintas de los distintos Lázaros que los opositores oficializados no se atreven a explotar. Como si la sociedad se hubiera resignado a convivir con la rutina del despojo. Y la peste de moralidad, la epidemia de transparencia que se anuncia, se limite a ser apenas una ocurrencia ingeniosa del portal. Ampliaremos.
De manera que las variables de la continuidad aseguran que aquí nadie va a encarar la ruptura tan temida.
Se explica entonces que, ante tanta cordialidad ambiental, aparezca Scioli, de pronto, sobreviviente de cien tragedias e inundaciones, como el precandidato más aventajado. Aunque La Doctora lo deteste, y aún nadie tenga la certeza que lo vaya a apoyar.
A través de la ideología optimista del vitalismo, con el positivismo inagotable del aire y del sol, y con la actitud de “ir siempre para adelante con fe y esperanzas”, El Milagro-Scioli aparece hoy -pese a los deseos de La Doctora- como la carátula instrumental más eficaz. Anticipo de la caravana de réprobos que se disponen, afanosamente, a quedarse. A entregarse a la utopía insólita de permanecer. Con la sospecha que, con semejantes valores en pugna, sus desastres seriales tienen destino de olvido. Así que perfectamente pueden ilusionarse con ganar en la primera vuelta. Para ir, en adelante, por todo.
Por los restos del país que dilata su interminable ciclo descendente.