Por: Muriel Balbi
Los sangrientos hechos ocurridos estos días en Egipto siguen sumando víctimas fatales a la larga lista de muertos producto de la violencia que impera en el mundo árabe-musulmán. A casi tres años del inicio de las revueltas populares de la llamada Primavera Árabe, cabe preguntarse en qué acabarán estos reclamos de libertad, mejoras en la calidad de vida y democracia, inéditos en el mundo árabe.
Entre politólogos y especialistas en la región, encontramos dos posturas, casi opuestas entre sí: aquellos que temen que esta violencia redunde en un mayor deterioro de los estados y un acrecentamiento de viejos y nuevos rencores que acaben generando regímenes más duros y, sobre todo, el aumento y consolidación de grupos terroristas en la zona. Y otros que, en cambio, entienden que la transición hacia un estado democrático, libre, y por qué no, laico, es un proceso que puede durar décadas y que requiere aprendizajes que se construyen sobre experiencias, muchas veces no tan buenas, ni exentas de errores y horrores.
¿Qué ha dejado, hasta ahora, la Primavera Árabe? En Egipto las manifestaciones que tuvieron como epicentro a la plaza Tahrir, que terminaron con el derrocamiento de Hosni Mubarak, y la posterior celebración de las primeras elecciones libres en ese país, pudieron hacer pensar que otros tiempos se avecinaban. Pero el sueño se echó por tierra, tres días después de instaurado el nuevo gobierno electo, con el golpe de estado que sacó del poder a Mohammed Morsi, de los Hermanos Musulmanes.
¿Parte de la culpa? Creer que viejas y poderosas estructuras, enquistadas en el poder, como los militares egipcios, iban a renunciar a su poderío de la noche a la mañana. La Hermandad lleva 85 años desde su creación y ha tenido que armarse de una compleja estructura para operar -especialmente brindando servicios sociales- en medio de la clandestinidad y de la persecución. Sin embargo, lograr eso no equivale a saber gobernar, administrar, unir y llevar adelante al país más poblado del mundo árabe. Del otro lado, los grupos opositores, también inexpertos en el juego democrático, se sintieron amenazados cuando la Hermandad armó el gobierno con gente de sus propias filas, excluyéndolos de esa cuota de poder que no están dispuestos a ceder, aunque no hayan sido elegidos por el pueblo.
¿El resultado? Ahora el país parece estar cada vez más lejos de la paz y de la democracia. Por el contrario, muchos expertos vaticinan una larga y cruel guerra civil. Tal vez como la que consumió a Argelia en los ‘90 con graves consecuencias como las que se ven aún hoy, con estallidos de violencia esporádicos, la creación de la rama magrebí de Al Qaeda y la consolidación de los extremistas en el norte de Mali.
El resto de los países tampoco corrió con buena suerte. Siria se encuentra sumida en una sangrienta guerra civil que se ha cobrado más de 100 mil víctimas fatales -según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos- de los cuales cerca de 60 mil son civiles, entre ellos unos 6 mil niños. Mientras los sirios abandonan el país para convertirse en refugiados, Siria se llena de combatientes jihadistas extranjeros para conformar grupos extremistas altamente violentos como el Frente Nusra y el aún más radical Estado Islámico de Irak y Siria. Incluso, esta semana, los servicios de Inteligencia de EEUU dijeron que el egipcio Ayman al-Zawahiri, líder de Al Qaeda, se comunica con el Frente Nusra, lo que hace especular con que se esté contemplando a Siria como nuevo refugio seguro para Al Qaeda y campo de entrenamiento, en reemplazo de Paquistán y Afganistán.
Paralelamente, la inestabilidad, la división interna, los gobiernos débiles o la falta de cambios concretos (en el caso de las monarquías) es el frustrante panorama que dejó atrás la Primavera Árabe en los otros países de la región como Túnez, Libia y Bahréin. Sin embargo, una visión más optimista sugiere que no todo es tan malo y que, a la larga, vendrán tiempos mejores. Pensemos en otros ejemplos que nos da la historia: la Primavera de Praga (1968) que, si bien parece haber fracasado, a la vez, fue necesaria para los cambios que luego se produjeron en la ex URSS y la caída del muro de Berlín. O como también señala Rick Gladstones, en el International Herald Tribune, “las revoluciones europeas de 1848 (…) sacudieron a más de 50 países, pero pronto colapsaron bajo la represión de las fuerzas militares leales a las monarquías y aristocracias. No obstantes, sembraron las semillas del progresismo político, elemento constitutivo de la historia europea durante los siguientes cien años”.
Sólo el tiempo y la historia dirán cuál de las dos posturas tiene razón. Mientras tanto, la sangre seguirá tiñendo las aguas del Mediterráneo. Porque como señala Sarkis Naoum, analista político del diario libanés An Nahar, “el antiguo orden regional ha desaparecido. El nuevo orden está siendo escrito con sangre y llevará mucho tiempo.”