Por: Nicolás Cachanosky
“No hay tiranía más cruel que la perpetrada bajo el escudo de la ley y en nombre de la justicia” (Baron de Montesquieu)
La economía argentina se encuentra en una seria crisis. Posiblemente una de las más severas de su historia. El 2014 cerró con una inflación que roza el 40%, 10 puntos superior a la del 2013. Los indicadores de actividad económica más importante vienen mostrando hace meses valores negativos, es decir, menor actividad económica. El BCRA se encuentra con serios problemas de reservas que sólo puede maquillar contablemente, sumado a un Patrimonio Neto que bien puede ser considerado negativo y con dos tercios de sus activos invertidos en deuda al Tesoro Nacional. Un Tesoro Nacional que posiblemente cierre el 2014 con un déficit fiscal en torno al 6.5% del PBI (con estimaciones privadas de producto). La infraestructura del país se encuentra “atada con alambres”. Argentina sigue en default y a medida que pasan los días se confirma que el argumento de la RUFO era una excusa para no saldar las deudas pendientes y no una verdadera causa. Sumado a esto, la aceleración de la deuda llevando a que caigan los canjes del 2005 y el 2010 no son escenarios a descartar. El listado de problemas podría seguir. Estos son todos síntomas de una economía que ya se encuentra en crisis, no de una economía que va a entrar en crisis. A las crisis económicas no se llega sólo con explosiones económicas como fue la del 2001, puede ser el resultado de un largo y manso recorrido hasta la misma.
Pero nada de esto ya parece importar luego del fallecimiento del fiscal Nisman. Nada desnuda más la importancia de las instituciones, en repetidas ocasiones mencionada en este espacio. Si bien pueden darse crisis económicas causadas por factores estrictamente económicos, la de Argentina es una crisis económica originada por problemas institucionales. El deterioro institucional ha llegado al punto tal de encontrar una muerte rodeada de demasiadas dudas de un fiscal federal a cargo de una de las causas más importantes, si no la más importante del país. En otros países, esto hubiese producido la caída de varios ministros, si no del gobierno entero, a través de los canales institucionales correspondientes. En Argentina, en cambio, vimos serias contradicciones y una pobre actuación del oficialista Frente para la Victoria. Unas inexplicables cartas de la Presidente en Facebook, dos presentaciones del Partido Justicialista que es mejor olvidar, una cadena nacional que ha dejado mucho que desear, sin olvidar el uso de la cuenta oficial en Twitter de la Casa Rosada para informar sobre el paradero de un ciudadano argentino que dejó el país por temor a su propia vida. Una mención de condolencias por parte del Poder Ejecutivo aún brilla por su ausencia. ¿Qué autoridad moral le queda a la gestión de Cristina Kirchner sobre este tema?
¿Cómo se llegó a una situación donde lo que sucedió con Nisman fue posible? ¿Acaso el kirchnerismo no dio acabadas muestras de deterioro institucional desde sus inicios?
¿Cómo es posible que de hecho suceda? ¿Era algo así factible diez años atrás? Más allá de la notoriedad del caso Nisman, ¿fue el primero?, ¿será el último?
¿Cómo es posible que las instituciones republicanas no reaccionen fuertemente ante los hechos ocurridos? Es que en Argentina ya no hay instituciones propiamente dichas, lo que hay son personas con más o menos poder.
La oposición, por su lado, está más preocupada por no aparecer en escena y dejar sólo al gobierno frente al caso Nisman que mostrar un frente común que brinde algo de certeza a futuro. El dirchnerimo debe dejar el poder en diciembre (que nunca pareció estar tan lejos). Ciertamente la oposición no debe inmiscuirse en la investigación de la muerte de Nisman, pero asumiendo que el kirchnerimo deja le poder en diciembre del 2015, ¿qué futuro le depara al país? ¿Cómo será la nueva Argentina post-K? No hay ningún indicio claro proveniente ni siquiera de los presidenciables. Frases hechas como “continuar con lo bueno y cambiar lo malo” carecen de contenido concreto. En los 80 Alfonsín decía que con la democracia se come, se educa, etc., pero dejó el país con un cuadro hiperinflacionario, problemas de deuda y una economía cerrada. Hablar de “esperanza, fuerza, y convicción” como si fuese una frase mágica es, básicamente, lo mismo.
En países con instituciones republicanas sólidas no hacen falta casos como los de la muerte de Nisman para enviar fuerte señales a la dirigencia política de que deben corregir sus acciones. Escándalos sexuales, de evasión impositiva, o algún acto menor de corrupción pueden dar por terminada carreras políticas. ¿Acaso una aventura con alguna amante, o la evasión de algún que otro millón de dólares, o un acuerdo con algún empresario amigo del poder es tan dañino para la economía en su conjunto? La respuesta bien puede ser negativa. Las aventuras románticas de un presidente nula influencia pueden tener en sus decisiones como jefe de Estado.
Estos casos, sin embargo, juegan el rol de señales de alarma sobre problemas que sí son más serios pero inobservables al menos hasta que es demasiado tarde. Distintos estudios sostienen que los altos cargos políticos son proclives a ser ocupados por personas sin empatía hacia terceros. Estas personalidades ven a terceros como medios para alcanzar sus propios fines, en lugar de ver a la política como un medio para mejorar la vida de terceros. ¿No suena acaso familiar a la política argentina, donde la “borocotización” es una norma cada vez que conviene? ¿O donde el discurso del día se ajusta según indiquen las encuestas del día? Si un Presidente, por ejemplo, es descubierto con una amante con las implicancias que eso implica para su pareja y familia, ¿qué empatía le espera al resto de la población?
El riesgo de dar la suma del poder público a alguien que daña a sus seres más cercanos puede ser muy grande. Quizás esta persona no tiene problema ni siente reparos en someter a su población a faltantes de medicamentos, alimentos, pobreza, etc. Quizás esta persona no tiene problemas en avanzar sobre la propiedad privada de terceros. Y quizás esta persona tampoco tenga problema o reparos en utilizar la fuerza del Estado para hacer desaparecer personas o que las mismas sean encontradas sin vida (por acción u omisión). Quizás para cuando el perfil de este dirigente político (que siempre se presenta como el iluminado y salvador) sea obvio ya será demasiado tarde.
Las manifestaciones en la vía pública (algunas con alcance internacional) que la sociedad Argentina ha realizado en los últimos años no son sólo una muestra del rechazo a un partido político que hace uso y abuso del poder del Estado, es también un síntoma de la ausencia de una dirigencia política que canalice este rechazo. El rol de la democracia y la república es poner límites al poder, no permitir el abuso del Presidente de turno.