Por: Nicolás Ducoté
En Argentina los controles de precios no son novedad. Nunca dieron resultado y a su término la situación siempre quedó peor que antes. Eso sí, a lo largo de las décadas fueron aplicados por gobiernos de distintos orígenes y signos. Ya se sabe: el hombre es el único animal capaz de tropezar varias veces con la misma piedra.
La presidente Cristina Fernández de Kirchner resolvió que organizaciones cercanas al gobierno colaboren con el Estado en el control de precios de 500 productos que se mantienen congelados. Y la coordinación de esta tarea, presentada como una gesta patriótica, quedó bajo la responsabilidad de la Secretaría de Comercio Interior.
De este modo el gobierno insiste con una iniciativa que ya aplicó durante la presidencia de Néstor Kirchner y que no dio resultados positivos. Se trata de una curiosa experiencia en la cual ciudadanos comunes serán controlados por otros ciudadanos, tan comunes como ellos, pero provistos de poderes que emanan de su condición de “guardianes del modelo”.
El plan tiene, por cierto, su propio nombre: Mirar para cuidar. Los encargados de llevarlo a cabo serán integrantes de los grupos juveniles, sindicales y políticos que comulgan con el rumbo K.
Según se ha dicho, el padre de la idea es el diputado nacional Andrés Larroque, jefe de La Cámpora, que ya explicó que sus dirigidos delatarán a los “enemigos del pueblo” ante los funcionarios competentes y éstos podrán aplicar multas en apenas 24 horas, en defensa de los “buenos”.
La obsesión por controlar precios es habitualmente una de las etapas previas al reconocimiento de que una economía tiene serios problemas. Inflación, años de desmanejo de sectores clave del quehacer económico, menores reservas, escasas inversiones y signos de enfriamiento describen la realidad argentina, salvo el gasto estatal, que crece como si nada estuviera ocurriendo.
Hay que recordar una vez más que la economía no funciona sobre la base de consignas ni voluntarismos. Nuestro país sigue perdiendo terreno y el mundo observa azorado su constante involución cuando muchos, pocas décadas atrás, lo creían destinado a convertirse en uno de los principales del mundo.