Por: Nicolás Tereschuk
En esta noche me siento contenta.
En esta noche, en esta noche.
Ha aparecido lo que yo esperaba.
Ha aparecido, ha aparecido.
“Fiesta”, Raffaela Carrá
Los mecanismos parecen ser los siguientes.
Primero se afirma que el estilo de liderazgo de Cristina Kirchner es irracional, cerrado e ideológico. Que la Presidenta, en una obcecada estrategia de poder, avanza solitaria, sin escuchar a nadie y contra viento y marea en una carrera que sólo tiene como fin la acumulación y sostenimiento de su poder personal, bajo una concepción autoritaria -puede hablarse de “populismo”, “chavismo”, de “mala praxis económica”-. Que nada la mueve de esa arremetida. Que no negocia ni participa de transacción o revisión alguna con respecto a sus acciones.
Cualquier paso del Gobierno que se sale de ese supuesto “libreto” sería, al contrario, una situación en la que la Casa Rosada “tuvo que ceder”, se vio obligada a retroceder o dejar de lado sus principios.
Así, la ley que habilitó un blanqueo de capitales y la emisión de los CEDIN es entonces una estrategia en la que el Gobierno vio por completo “derrotada” su idea de “pesificación” de la economía. Pero hay más: porque puede ser, de acuerdo con este razonamiento, que la firma de un convenio por inversiones en el sector energético con la compañía norteamericana Chevron sea una claudicación absoluta en los principios de soberanía que pregona el kirchnerismo.
Incluso, la designación de un intendente joven como primer candidato a diputado nacional bonaerense por el Frente para la Victoria revelaría que la Presidenta “no pudo” nombrar a un dirigente aún más cercano, a un ministro o a algún candidato “con el apellido Kirchner” para liderar la boleta.
Es extraño el razonamiento. Si se condena a un Gobierno por ceñirse demasiado a sus “principios” y no estar dispuesto a ninguna negociación o transacción, ¿se puede al mismo tiempo criticarlo por tomar caminos supuestamente “diferenciados” según el caso? ¿No hablan esas situaciones más bien de una riqueza en las estrategias del oficialismo? ¿De que aún, a diez años de haber asumido el poder, conserva cierto “juego”, cierta “cintura” en sus políticas, a lo que habría que sumar alguna cuota de pragmatismo?
¿Es posible entonces desgañitarse asegurando que estamos “aislados del mundo” y pasados unos instantes vociferar en contra de un convenio con la segunda compañía petrolera norteamericana para atraer inversiones?
En las filas opositoras se escucha otra interpretación de la realidad: es la que adhiere a la idea de que el kircherismo es, ha sido y siempre será “reaccionario” pero que al mismo tiempo montó una “farsa”, un “simulacro” de “progresismo”. Y que con algunas de estas medidas recientes revelaría su verdadero rostro, sus debilidades, su falta de convicciones en favor de verdaderos cambios en el país.
Con respecto a este punto parecería excesivo el esfuerzo de “maquillaje” encarado, frente a un electorado que suele premiar a los sectores que ofrecen estabilidad en las políticas y alternativas claras de poder antes que a quienes pregonan bonitas ideas pero que han olvidado cómo proveer alternativas concretas de solución de ciertos problemas al conjunto de los argentinos.
Ah. Me olvidaba. Estamos en campaña. Y todavía habrá mucho por escuchar.