Apagá la tele

Nicolás Tereschuk

Se ha debatido en distintos ámbitos. Una de los ejes que el kirchnerismo puede explorar de cara a las elecciones de octubre es enfatizar sobre aspectos que hagan al futuro de los 40 millones de argentinos.

Si en la campaña para las primarias trató de hacer pie en la idea de que “en la vida hay que elegir”, resaltando las “opciones” que el Gobierno nacional tomó ante situaciones clave durante los últimos diez años, la posibilidad de plantear un horizonte de futuro aparece como una de las alternativas para el oficialismo en esta segunda etapa de la contienda electoral. Aun si no optara por la idea de “hacer promesas” por considerarlo “políticamente irresponsable” para quien está en el Gobierno, realizar propuestas para los próximos años sobre preocupaciones de distintos sectores de la población es un camino que puede emprender.

Uno de los obstáculos para dotar a la campaña kirchnerista de un tono semejante es el pantano en el que se ha convertido la tensión generada por la implementación de la Ley de Medios. Con el Grupo Clarín en un estado de emoción violenta permanente, haciendo valer por estos días su capacidad intacta para marcar la agenda mediática la situación ciertamente se complica.

Es que los planteos virulentos, agresivos, provocadores y hasta maleducados de los voceros del Grupo colocan al Gobierno sobre otra vía. Una que lleva al oficialismo más a “defender” a capa y espada lo realizado en el pasado que a explorar líneas de acción y de contacto con la agenda social a futuro.

Incluso las numerosas “peleas” entre periodistas -que a decir del cronista de espectáculos de Radio 10 y Telefe Rodrigo Lussich, parecen haber reemplazado en este año electoral a las disputas de vedettes participantes del show “Soñando por Bailar” que inundaron la TV en 2012 dado que “miden bien” y “son fáciles de producir”- significan muchas veces una revisión permanente sobre el “pasado”, que propone la empresa de Héctor Magnetto.

Vale la pena recordar una vez más una anécdota relatada por otro presidente sudamericano que sufrió ataques frontales por parte de los medios de comunicación hegemónicos, que lo llegaron a poner con un pie afuera del gobierno al promediar su primer mandato. En una entrevista reciente, Lula Da Silva recordó que una tarde de 2005, al regresar a su residencia, le dijo a su esposa: “Marisa, a partir de hoy, si queremos gobernar este país, no vamos a ver la televisión, no vamos a mirar las revistas, no vamos a leer el periódico”.

Lula recordó que por entonces, cuando arreciaban las denuncias mediáticas de corrupción en su contra por el caso del “mensalão”, se había creado un equipo de crisis en su gobierno, del que participaba la actual presidenta Dilma Rousseff y otros funcionarios. Y que el contraste era notorio entre él, que había decidido dejar de escuchar los ataques de la prensa, y sus asistentes.

“Era muy divertido: llegaba al Palacio (del Planalto) y todos estaban nerviosos. Y yo estaba tranquilo y les decía: ‘¿Ven por qué están nerviosos? Ustedes leen los diarios’”.

En mayo pasado, Lula dijo en un discurso ante Cristina Kirchner en Buenos Aires que la prensa a uno y otro lado de la frontera parecía “exiliada dentro del propio país”. “Cuando uno critica, dicen que los atacamos. Cuando nos atacan, dicen que es democracia”, razonó.

Frente a posiciones tan tomadas como las de los medios hegemónicos, de cara a octubre, al oficialismo le conviene más avanzar que detenerse en la discusión que plantean esos sectores de la prensa. Como hizo Lula, ante las mentiras y provocaciones, mejor apagar la tele y salir al encuentro de la gente.