La otra cara de los acuerdos opositores

Nicolás Tereschuk

La otra cara de los recientes acuerdos opositores es la relativa fortaleza del oficialismo. 

Consultores políticos más bien asociados con ideas opositoras, como el sociólogo y columnista del diario La Nación Eduardo Fidanza o el titular del Centro de Estudios Nueva Mayoría, Rosendo Fraga, lo han expresado a su modo en las últimas horas. Fidanza escribió que la imagen en la sociedad de la presidenta Cristina Kirchner “vuelve a trepar a los valores que tenía hacia fin de año, antes de la muerte del fiscal” Alberto Nisman, tema este último del que la oposición habla ya bastante poco. Fraga, en una entrevista que concedió a Radio América, dijo que no se debe “subestimar al Gobierno” y que en elecciones registradas el año pasado en la región, como las presidenciales de Brasil y Uruguay, los partidos de oposición “parecía” que podían triunfar pero finalmente resultaron una vez más derrotados.

El acuerdo entre el PRO, la UCR y la Coalición Cívica parece algo apurado y desprolijo por varias razones. Por ejemplo, Mauricio Macri afirmó durante todo el año pasado que se registra un “fin de ciclo” de todos los que “gobernaron los últimos 30 años”. No sería precisamente lo que piensa la Convención Nacional del Radicalismo que ahora sella su pacto con el macrismo.

Lo tardío de la naciente coalición, conocida ya entrado el año electoral, puede pensarse frente a otros ejemplos históricos. Hay que recordar que la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, que conformaron en su momento la UCR y el Frepaso, se selló dos años y medio antes de los comicios presidenciales de 1999, lo que contrasta con los cinco meses que restan hasta las Primarias.

Observemos además lo que ocurre en un terreno netamente opositor, como la Ciudad de Buenos Aires. Lo que se une a nivel nacional de la mano de Macri, Elisa Carrió y Ernesto Sanz se multiplica en varios frentes deseosos de ganar o -al menos- obtener bancas en la Legislatura. Así, ante un “territorio de caza” casi seguro como el porteño, las opciones opositoras unidas en lo nacional se dispersan en: tres precandidaturas en el PRO, dos para el recién nacido “Energía Ciudadana Organizada (ECO)” y dos para “Surgen”.

Quizás, si la presidenta Cristina Kirchner y el Frente para la Victoria estuvieran contra las cuerdas políticamente, el extinto UNEN intentaría una candidatura propia y competitiva, a sabiendas de que en octubre no sería más que un “mano a mano opositor”. En cambio, ante un escenario abierto, los partidos prefieren unirse.

El otro elemento que revela la vigencia de un oficialismo competitivo está en los discursos. Mauricio Macri volvió a retomar la idea de que lo seducen las “banderas del justicialismo” mientras su mensaje se vuelve austero, “cool”, casi minimalista, con referencias genéricas a una “Justicia independiente” -qué otra cosa podría decir un precandidato presidencial- y alusiones obvias a un futuro venturoso antes que la idea de que se está frente a una “dictadura” decadente, o ante un desastre económico y social, referencias que en otros momentos fueron ensayadas por la oposición.

Del otro lado, el ahínco con el que el precandidato Daniel Scioli, no precisamente un cristinista, defiende las principales políticas públicas implementadas por la Presidenta es otra señal de que la jefa de Estado conserva, como lo indicó Fidanza -al menos, agregaría por mi parte- el favor de “cuatro de cada diez” votantes.

Todavía falta bastante para los cierres de listas por lo que es probable que veamos más movimientos de características novedosas de cara a una elección presidencial que en las últimas décadas.