El ataque al periódico satírico francés Charlie Hebdo, el 7 de enero, en el cual doce personas murieron, mientras cinco más perecieron en la toma de rehenes en un mercado kosher en otro punto de la capital francesa, conmovieron a la opinión pública mundial en el día más sangriento desde que se tuviera memoria en la capital francesa. Sin embargo, fuera de Francia, hubo mayor número de caídos por el yihadismo ese día y los siguientes, con un factor en común: ser rincones apartados de lo que resulta importante, es decir, Occidente.
Los 19 muertos en París impactaron al mundo porque el atentado tuvo lugar en la ciudad que viera nacer la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el nervio neurálgico de la civilización y en donde, se dice, nació el ciudadano moderno. La consigna “Je suis Charlie” de algún modo enarbolaba aquello, así como la movilización más grande de la historia francesa, con una participación que superó los 3 millones de personas.
Pero Francia no es el ombligo del mundo, por más que así construyan la idea los medios de comunicación más importantes. En Yemen, país en donde una filial de Al Qaeda unos días más tarde se atribuyó el atentado al periódico francés, murieron 37 personas por la explosión de un coche bomba, mientras que a los pocos días el Estado Islámico ejecutó a 26 soldados kurdos en Irak para luego pasar a arrojar homosexuales desde azoteas. Se puede sumar a ello el terror de los islamistas en Libia, un país donde reina el caos con dos gobiernos que batallan entre sí, o el rigor talibán en Afganistán.
Pero el “top” del desinterés se lo lleva Nigeria. Es decir, “vendieron” más los muertos de París que los nigerianos, quienes sumaron unos cinco kilómetros de cadáveres carbonizados y acribillados a lo largo de los caminos en donde se hace sentir la violencia islamista de la secta Boko Haram. El 7 de enero concluyó la matanza con saldo de 2.000 muertos en un pueblo llamado Baga, ubicado en la zona donde el grupo ha constituido su dominio (la región noreste del país), que ahora amenaza extenderse kilómetros dentro de las vecinas Níger y Camerún. En este último país, el 18 de enero, los islamistas nigerianos secuestraron a 80 personas, la mayoría de ellos menores, que se suman a las jovencitas raptadas (y olvidadas) en abril, las del famoso #BringBackOurGirls. Para peor, algunas de ellas han sido obligadas a cometer atentados, como una niña de 10 años inmolada en un mercado matando a 20 más e hiriendo a otras 18 un 10 de enero, hecho inadvertido frente al furor mediático de “Je suis Charlie”.
El domingo 1º de febrero, mientras la primera plana de internacionales centró la atención y conmoción por la ejecución del segundo rehén japonés a manos del Estado Islámico, 82 personas murieron (principalmente islamistas) en ataques en el noreste nigeriano en Maiduguri, bastión de Boko Haram y ciudad cuyos miembros intentan reconquistar tras ser repelidos por el Ejército nigeriano hace unos días. La quema, estando con vida y enjaulado, de un piloto jordano rehén del Estado Islámico también resta protagonismo a Boko Haram y otros grupos islamistas no tan conocidos como el ISIS o la red Al Qaeda. No obstante, el grupo radical nigeriano lleva más de 13.000 muertos en su haber desde 2009. Solo durante enero pasado superó la cantidad de víctimas que logró en 2014 (3.300 frente a 7.000, respectivamente).
La protesta contra el desinterés por áreas tocadas por el islamismo que no tienen la atención merecida como París produjo algunas cruzadas en las redes sociales de limitada repercusión (como un hashtag denominado Je suis africain, u otro, Je suis Nigeria). Lo que tal vez haya concitado un poco más de interés fue que las nuevas caricaturas de la revista parisina, que volvió a las calles tras el episodio con record de ventas (en buena parte, un logro indeseado de los hermanos Kouachi), generaran protestas de parte de musulmanes con disturbios en Níger, Senegal, Pakistán, Mauritania, Jordania, Argelia, Malí y Líbano. En la primera se dio el saldo más estrepitoso: al menos 10 cristianos muertos y 45 iglesias quemadas. Tampoco en Nigeria cayó bien que el presidente Goodluck Jonathan (que en menos de un mes buscará ser reelecto) enviara condolencias a su par francés Francois Hollande, sin siquiera mencionar a los cientos de muertos por la violencia que asola a sus gobernados en el norte. Además, el gobierno de ese país indicó que las víctimas de Boko Haram fueron 150 y no la cifra de 2.000 difundida al principio. Todo ello en vísperas de celebrarse elecciones generales, las cuales han sido aplazadas del 14 de febrero al 28 de marzo a causa del terrorismo de Boko Haram, en la nación más poblada de África y la primera economía continental. No es un dato menor.
En conclusión, se diluye la atención sobre regiones remotas y sobre las ignotas víctimas nigerianas y yemenitas (por solo citar unas pocas), apenas visibles en la sección de un diario occidental. Lo que debe ser rescatado es que todas las víctimas importan tanto y tienen en común lo mismo que los 19 caídos en la ciudad que pregona el culto de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todas lo son en tanto secuela del yihadismo, un problema de alcance global. Para lidiar con él, se deben combatir las causas que lo generan. La pobreza, entendida en parte como un pesado resabio colonial y su continuidad en el necolonialismo, es un caldo de cultivo propicio para la eclosión de células islamistas. Francia tiene una responsabilidad enorme. Acaba de sufrirlo en carne propia y es sólo el comienzo. Las amenazas no terminaron aquel fatídico 7 de enero.