Por: Pablo Pérez Paladino
Las elecciones todo lo pueden. Durante los últimos días un ocurrente tweet estuvo circulando a través de las redes sociales: “En el 2011 ganaron y pusieron el cepo; en el 2013 perdieron y bajaron el impuesto a las ganancias. Que sigan perdiendo”.
Luego de haber sufrido la mayor derrota electoral en estos diez años de gobierno, la presidenta convocó a parte de la sociedad a una mesa de diálogo, con la necesidad de interpretar el malestar de la gente con el gobierno y recuperar parte de los votos que se fueron del FPV en las elecciones primarias. Veinte días después y dos reuniones con empresarios y sindicalistas alcanzaron para que CFK tomara una medida hartamente reclamada por opositores y gremios. Junto al titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, anunció la suba del mínimo no imponible a partir del 1º de septiembre, más allá de que desde el gobierno siempre se argumentó que era imposible acceder a dicho pedido, por la pérdida de fondos que significaba para las arcas estatales.
Incluso aparecen en este corto tiempo cambios en la estrategia comunicacional en vistas a octubre que incluyen el reconocimiento de la inflación, la inseguridad y de los problemas energéticos. Incluso el tono -calmo- de la presidente para explicar la actitud a tomar ante los fondos buitre y el fallo de la justicia estadounidense es distinto, como así también la inusual visita oficial en el canal TN del grupo Clarín de funcionarios y candidatos. Más allá del esfuerzo por generar empatía con la sociedad, queda claro que el motivo de este cambio de actitud no es la autocrítica sino las necesidades electorales.
El “modelo”, entre otras cosas, a lo largo de estos años se “olvidó” de reformar los impuestos con un proyecto concreto y en lugar de ello, colocó parches permanentes cuando no supo cómo resolver la salida de capitales y la falta de inversión, sin entender que lo que sucedía era un crisis de confianza y ahí es donde se tendría que haber apuntado. Entonces aquí surge el interrogante de por qué no aprovechar este momento “histórico” para pensar en una reforma tributaria a largo plazo.
Los gobiernos que se fueron sucediendo desde la vuelta de la democracia coinciden en la falta de acciones para llevar a cabo una reforma tributaria seria y a largo plazo combinada con medidas economías certeras. Más bien, siempre se ocuparon de poner parches, cuando la presión social se lo indicaba.
En la Argentina parece nunca haberse entendido cómo usar eficientemente la herramienta tributaria. En épocas de crisis, se debe realizar una política de rebaja impositiva, para alentar a la pronta recuperación, el consumo, el empleo y reinclusión social, mientras que en épocas de bonanza, la política es inversa, con el objetivo de llevar los recursos al fomento de la estructura de crecimiento en infraestructura, solidificando las bases para el progreso, aumentando la capacidad instalada y así generando círculos virtuosos y estables sin inflación.
El modelo actual de inclusión y creación de empleo “se olvidó” de generar una reforma impositiva que lleva décadas “cajoneada”, así como lo hiciesen sus antecesores con una diferencia no menor: se tuvo el mejor contexto internacional de la historia para la región y para el país. El tiempo pasó, estamos en otro eslabón de la cadena, y el gobierno no puede frenar la imposición del peor y más regresivo impuesto existente, el menos redistributivo e inclusivo, y por ende, lo convierte a este gobierno en algo muy diferente a lo progresista, hablamos del impuesto inflacionario.
Esta batería de desaciertos impositivos con la ayuda de un gobierno que pareciera promover la inflación, en lugar de combatirla, un gobierno que “calienta” la economía por encima de la capacidad productiva del país, que suple con emisión el déficit de la balanza comercial, sólo nos ha llevado a acentuar los problemas y aumentar el gasto público en forma vertiginosa con tal de tener mejores indicadores. Se perdió la oportunidad histórica de blindar la economía con superávit gemelos, cambiándolos por emisión desmedida y controles que sólo generan más mercados ilegales que contaminan los ciclos tributarios correctos.
Una economía que tiene posibilidades pero pierde confianza por el accionar de nuestros funcionarios, sólo le queda la economía del emparche y del corto plazo. De aquí el surgimiento de políticas de “relato”, aunque algunas cuestiones estén claramente a la vista, como el cepo al dólar, cuando el resto de los países vecinos no saben qué hacer con ellos, pagar la deuda externa a costa de deuda interna, utilización de fondos de todas las “cajas” posibles, ya sea recaudación, coparticipación “antifederal”, ANSES , Banco Central, Banco Nación y hasta bancos privados y, obviamente, agregar algún que otro impuesto que se instale para siempre con el nombre de “temporario”, “emergencia” u otras palabras que significan lo contrario en el terreno de política fiscal.
Tenemos que discutir políticas públicas serias y a largo plazo, donde no sean los independientes, las pequeñas empresas o los trabajadores los que carguen con la presión más alta de impuestos. Hay que entender que el crecimiento de un país depende de todos, pero el Estado es el actor principal, es el generador de la confianza y que la economía argentina no es un barco ajeno del mundo, que se maneja a muñeca del presidente. Sin confianza no hay economía, no hay sociedad igualitaria ni instituciones fuertes.