Por: Pedro Caviedes
A partir de la muerte de Hugo Chávez me he hecho las siguientes preguntas: ¿Por qué tantas personas lo siguieron? ¿Por qué existen las FARC y el ELN en Colombia? ¿Por qué Fidel Castro y la Revolución Cubana? ¿Por qué Perón? ¿Por qué Correa y Morales? ¿Por qué tiene tantos adeptos el Socialismo del Siglo XXI? ¿Por qué tantos golpes militares, guerras civiles y dictadores en América Latina?
Uno de los casos que llama más mi atención, seguramente por provenir de mi país, es el de las FARC. ¿Cómo es que una banda tan salvaje y brutal mantiene cierto estatus político en otros países del globo? ¿Es que hay un personaje oculto que de alguna manera ‘produce’ al dictador, al guerrillero, al caudillo populista que el pueblo adora aunque lo lleve a la ruina?
La realidad es que Latinoamérica es un continente inmensamente rico, repleto de gente pobre. Un continente con grandes recursos naturales, atiborrado de miseria. Y la realidad es que esos pobres, digan lo que digan las constituciones y las leyes, históricamente han sido tratados como ciudadanos de segunda o de tercera, con menos derechos que los de primera.
Desde una ley excesivamente endeble con los de arriba, se erige un mazo de metal implacable, que aplasta a los de abajo. No estoy diciendo que aquellos que cometan un crimen no deban pagarlo, estoy diciendo que una condena va para el de arriba cuando lo comete, y otra para el de abajo. Unos cuando pagan, si es que pagan, lo hacen desde su casa o con multas, mientras los otros, que siempre pagan, lo hacen con muchos años de cárcel.
Pero la injusticia no solo va en lo que a la ley se refiere. Va desde que un niño nace. Va desde que unos se nutren bien mientras otros apenas tienen comida. Desde que unos visitan a los mejores médicos mientras a los otros ni siquiera les alcanza para comprar medicinas. Desde que unos estudian en colegios de primera mientras los otros van a escuelas donde apenas hay un puñado de profesores para todos los grados. Desde que unos tienen abiertas las puertas de las universidades, mientras otros jamás pisarán una de estas instituciones. Así, aunque hay excepciones (cada día más), la movilidad social es casi nula. Millones y millones de familias por varias generaciones han vivido en la pobreza.
Es cierto que si los estados son pobres no pueden cubrir lo básico a los que no tienen. Pero hay gente inmensamente rica, en esos países tan pobres. Y muchos no han hecho sus fortunas precisamente dando un ejemplo de valores. Creo que es entonces cuando nos encontramos con el peor delincuente de las tierras latinoamericanas: el corrupto.
En todas sus dimensiones. De izquierda, de derecha y de centro. Público y privado. Los que desde la empresa privada le ‘mojan’ la mano al funcionario público y el funcionario que la alarga, o exige, que se la mojen. Los que roban a las arcas de las naciones, y acaparan una riqueza que alimentaría, educaría y curaría, a millones. Los que pagan porque las leyes les favorezcan. Los que compran poder.
Por culpa de estos corruptos, el pueblo elige en masa a presidentes desastrosos (y corruptos), que sin embargo saben hablarles. Por culpa de este corrupto, multinacionales del crimen como las FARC no son vistas como las máquinas asesinas que son, sino como liberadores de un pueblo oprimido. Lo que los años de gobierno de Hugo Chávez han demostrado es que, sea cual sea la corriente política del gobierno de turno, la corrupción siempre trae miseria. Pero también que por la vía que ha propuesto la izquierda tradicional del continente, la de las expropiaciones, los subsidios desmesurados y la demonización de los empresarios, no se llega al progreso. Venezuela no sufrió de embargos, que es la excusa que lleva dando durante medio siglo el régimen cubano.
Brasil y Chile, por el contrario, han demostrado que no es en la forma de generar riqueza donde ha estado el problema, sino en cómo se invierte esta riqueza. Una combinación de mucha educación y programas de asistencia social, con el fomento de nuevas empresas, lucha sin cuartel contra la corrupción en el caso de Brasil (en Chile ya hay muy poca), leyes sólidas y justas, y atracción de la inversión extranjera con tratos equilibrados. Todo esto ha logrado que hoy una gran clase media crezca entre sus fronteras, sin populistas farsantes hablando hasta por los codos.