Por: Pedro Caviedes
El viernes en la madrugada, mientras los habitantes de la comunidad de Watertown, en la periferia de Boston, se despertaban escuchando disparos y explosiones, trascendió en las noticias que uno de los dos hombres calificados como sospechosos en las bombas de la Maratón, había sido dado de baja. El otro, hasta el momento en que escribo estas líneas, se ha dado a la fuga, en una persecución que mantuvo por varias horas a una de las ciudades más importantes del país en toque de queda. La angustia de las fuerzas del orden porque estos dos terroristas no se cobraran nuevas víctimas los llevó a tomar una medida de ese calibre. Lo primero, para las autoridades de este país, es la vida de las personas.
Es por esto que, una vez que un individuo es capaz de salirse de la ley y asesinar, sean cuales sean sus motivos, es perseguido hasta el cansancio y llevado ante la Justicia, o dado de baja, si en su huida pone en peligro la vida de quienes lo persiguen. Creo que es esencial para toda sociedad que quiera funcionar correctamente que este acuerdo se cumpla. No hay bien más valioso que la vida.
Y es que no hay motivo suficiente, no hay excusa, no hay disculpa, y no debe haberla, para personas que son capaces de colocar cobardemente artefactos asesinos en lugares públicos, que cobran al azar la vida de quien se tope en su camino. No para esos, y no, tampoco, para los que entran en un cine, en una universidad, en un centro comercial o en una escuela, portando otros artefactos asesinos, que cobran la vida de todo aquel que se interponga en la trayectoria de sus balas. Al final, todos producen lo mismo: muerte y terror.
La capacidad de reacción ante la tragedia que tienen los habitantes de esta nación es impresionante. Desde los paramédicos, bomberos y policías que corren sin dudar hacia el fuego, hasta los civiles que estaban, o pasaban, por azar, por el lugar de los hechos, todos se mancomunan en el fin de salvar vidas, en la causa de ayudar a los heridos. Después de los hechos viene el periodo del luto, y después el de la reflexión. Y en esto también, los habitantes de los Estados Unidos muestran una valentía y una capacidad de unión, de crítica y de reflexión, pero también de exigencia a sus líderes para que estén a la altura de las circunstancias, que son un ejemplo del alcance de esta libertad, del poder de esta democracia.
Es muy triste ver a políticos elegidos por ese pueblo tan valeroso estar tan por debajo de lo que un momento histórico exige. Que algún congresista haya sido capaz de criticar, incluso ofensivamente, a los familiares de otras víctimas del terror, las víctimas de Sandy Hook, por marchar hasta Washington DC a exigir, mostrándoles el vivo rostro de la tragedia, sus rostros, para que tomen medidas que contengan el derramamiento de sangre causado por la venta indiscriminada de armas, es una muestra de lo bajo que han llegado algunos representantes del pueblo.
Que hayan montando una vez más el circo del sí y del no, de las condiciones y los cambios y las exigencias y las supuestas negociaciones, para al final volver a bloquear una iniciativa del gobierno, apoyada por el 90% de la población, arrodillándose al poder económico del lobby de la industria de las armas, es una muestra de lo poco interesados que parecen estar, por la democracia que late entre las venas de quienes representan.
Si tenemos tantos héroes dispuestos a dar el último sacrificio por proteger la vida de otros, ¿es tanto pedir que los que escriben las leyes se preocupen por las vidas de ellos y hagan un poco menos peligroso su trabajo? Si los residentes de esta tierra, ciudadanos e inmigrantes agradecidos, han demostrado que no se hincan ante el terror, ¿es mucho pedir que algunos señores congresistas no se hinquen ante una billetera?
No hay que haber nacido aquí para saber que el próximo año, el espíritu de la Maratón de Boston seguirá intacto. En medio de actos que honorifiquen a las víctimas, se dará inicio a la carrera, incluso con más participantes corriendo y con más público apostado en las aceras, desafiando con su alegría a los que creen que con bombas y plomo se puede contener el espíritu de la civilización.
A ver si algunos en los altos círculos del poder, se contagian de ese orgullo.