Por: Pedro Caviedes
El lunes 6 de mayo en la tarde una vecina de una localidad humilde de la ciudad de Cleveland, en el estado de Ohio, escuchó gritos de mujer, provenientes de una casa. La señora avisó a un vecino, el señor Ángel Cordero, que acudiendo a la casa, desde afuera, preguntó a la mujer qué le pasaba. La mujer le pidió que la ayudara a salir, le dijo que llevaba mucho tiempo secuestrada y que temía que su secuestrador regresara. El hombre derribó la puerta a patadas. La mujer emergió de la casa, y de inmediato la vecina que escuchó los gritos primero, le entregó su teléfono para que llamara al 911. “Soy Amanda Berry. Fui secuestrada y llevo desaparecida los últimos diez años. Estoy aquí y estoy libre, por favor ayúdenme” dijo.
El resto hace parte de uno de los sucesos más macabros de la historia moderna de los Estados Unidos.
Ariel Castro, un músico de 52 años, mantuvo secuestradas (desde que eran adolescentes) a Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight, durante diez años, abusando de ellas con un salvajismo y sevicia que retuercen el espíritu de los más resistentes. 10 años. Ese mismo lunes 6 de mayo se cumplían tres semanas de los atentados de la Maratón de Boston, el día 15 de abril. Sólo cuatro días después de aquel fatídico lunes, el viernes 19 de abril, fue dado de baja Tamerlan Tsarnaev y capturado, en una persecución que mantuvo al país en vilo por varias horas. Su pronta ubicación se debió en gran parte, además de al excelente trabajo de las autoridades, a la cantidad de cámaras que actualmente pululan en las calles de las urbes. Junto a las cámaras de seguridad, coexiste, en cada persona, con su teléfono, una cámara. ¿Cómo es que podemos identificar a unos terroristas en 3 días, y no darnos cuenta de un secuestro múltiple que duró 10 años? Nunca antes el ser humano se había hecho tan público. Cuando se entra a un bar o a un restaurante, al menos la mitad de los comensales (siendo conservador) están distraídos con sus teléfonos. A muchos ya les importa más tomarse la foto y publicarla en Twitter o Instagram, que disfrutar de la cena. Si nos encontramos una estrella de los deportes o del cine, lo único que nos interesa es esa foto, esa imagen, que una vez tomada, nos hace olvidarnos de la estrella, para concentrarnos en publicarla en una red social. Si fuimos a un concierto o a un juego de básquetbol, ese mismo día todos nuestros conocidos, y los conocidos de nuestros conocidos, lo saben. Pocos segundos después de que a la mujer le ponen el anillo en el dedo, la foto del diamante yace reluciente en su imagen de Whatsapp. Decimos que tenemos mil, dos mil, cincuenta y seis mil amigos en Facebook. Pero ¿es un amigo alguien que simplemente hace un click ‘aceptándote’?
10 años… Me decía un amigo, amigo amigo, no ‘friend’ de Facebook, que con todos nuestros defectos, quizá en nuestros países a alguna vecina se le habría hecho raro, por ejemplo, que un hombre que vive tan solo compre tantos McDonalds. Y seguramente se le hubiese comentado a otro, que quizá se hubiese preguntado por qué nunca abría las cortinas. Sé que es fácil decir lo que habría pasado si, después de. Pero quizá ese interés por el otro tenga su importancia. Quizá aquí antes lo había y ahora cada vez lo hay menos. Quizá por todo este individualismo también se pague un alto precio. Pero también me pregunto por los organismos de control, en este caso. Este monstruo tenía una orden restrictiva de su ex esposa porque le había propinado varias golpizas, ¿y era conductor de un bus escolar? Dos veces lo fue a visitar la policía, una porque un vecino se quejó de que había una mujer desnuda deambulando por el patio. ¿No preguntaron por la mujer los agentes que lo visitaron? Quién sabe qué más detalles salgan a la luz. Igual no hablo de vigilancia. Sólo hablo de menos automatización, llenar una forma, marcar una casilla, hacer un cuestionario, y más humanidad para cumplir con las obligaciones. O quizá solo hablo de más fraternidad y menos soledad. Eso que da el abrazo de un ser querido en un momento difícil, y que nunca lo transmitirá una pantalla. Amanda, Gina y Michelle: Bienvenidas a la libertad.