Por: Pedro Caviedes
Cuando el gobierno de los Estados Unidos decidió invadir Afganistán como respuesta a los atentados del 11 de septiembre del 2001, muchos se preguntaron si una guerra convencional era la estrategia indicada. Al poco tiempo siguió la invasión de Irak, cuya conexión con los atentados pasaba por la supuesta posesión de armas de destrucción masiva, por parte del régimen de Sadam Hussein.
Pero ambas guerras, en lugar de debilitar a Al Qaeda, parecieron fortalecerla. Miles de personas acudieron al llamado de una yihad, o guerra santa, y lo que siguió fue una carnicería en la que cientos de miles de civiles resultaron muertos, heridos o desplazados. Y miles de soldados estadounidenses resultaron muertos o heridos en combate.
Al mismo tiempo que las dos guerras, la administración pasada se encargó de crear leyes y controles, aduciendo como fin la seguridad nacional. Dichas leyes fueron vistas como una inmersión del gobierno en la vida privada de las personas. El arribo de “El Gran Hermano” profetizado por George Orwell en su afamada obra 1984. Así que entre las nuevas leyes, las dos guerras, y cárceles como Abu Ghraib y Guantánamo y otros centros secretos de reclusión en los que se torturaba con el fin de sacarle información a los capturados, el gobierno anterior fue acusado de faltar a la Constitución y de repetir lo que en otras naciones los Estados Unidos condenaba.
Cuando el presidente Barack Obama era candidato, entre sus promesas se contaban el cierre de la cárcel de Guantánamo y el fin de las torturas, el fin de las dos guerras, y el fin de la vigilancia gubernamental a las personas. Hasta ahora ha finalizado una guerra, la cárcel de Guantánamo no puede cerrarla sin que el Congreso lo autorice (y no lo ha autorizado), ya no se tortura, y la vigilancia sigue.
Creo que es una muestra de la incertidumbre de los gobiernos para contrarrestar eficazmente este flagelo, a partir de las leyes anteriores al 9-11. Y una muestra de lo que el mundo, desde entonces, ha cambiado.
Esta semana que pasó, salió a la luz el control de las agencias de seguridad sobre las llamadas realizadas por extranjeros subscritos a una compañía de teléfonos, y la revisión de datos (no a ciudadanos ni residentes), en varias redes sociales y compañías de Internet. El presidente Obama, el director de la Agencia de Seguridad Nacional, el fiscal general, y congresistas de ambos partidos, defendieron el programa como una herramienta eficaz en el combate contra las organizaciones terroristas.
En el transcurso de esta administración, los integrantes de la cúpula de Al Qaeda, incluyendo a Osama Bin Laden, han sido dados de baja o capturados, con labores policíacas, en las que primaron las agencias de inteligencia. Pero a esa estrategia se le sumó otro aspecto controversial, como son los aviones tripulados a distancia, o drones, que tienen la capacidad de traspasar fronteras y llegar a lugares remotos, sin que se ponga en riesgo la vida de los pilotos.
Lo cierto es que hoy por hoy, quizá el mayor peligro que afronta este país es el terrorismo, que puede atacar sorpresivamente en cualquier lugar, e incluso, ser llevado a cabo por personas que no son miembros activos de una organización, como todo parece indicar que es el caso de los hermanos Tsarnaev, autores de los atentados de la maratón de Boston. ¿Cómo, en la era de Internet, ante esta amenaza, podría garantizarse la seguridad de las personas sin que las agencias de inteligencia monitoreen los correos electrónicos y las llamadas?
Me temo que, lastimosamente, la existencia de esta pregunta, muestra que, en cierta medida, los terroristas consiguieron parte de lo que querían: que el gobierno del país de la libertad tuviera que pedirle a sus ciudadanos que, en aras de mantener su seguridad, renuncien a una parte de esa libertad.
El presidente Obama recibió un país con una amenaza latente. ¿De qué otra forma podría disminuirse esa amenaza? Me parece que su respuesta apunta más al largo plazo, y está en la prudencia con la que su administración ha asumido conflictos como el de Siria, en el que antepone a una intervención el acuerdo unánime del Consejo de Seguridad de la ONU. O en el caso del gobierno de Irán, que ante su obstinación en fabricar un arma nuclear, trata de impedirlo por la vía diplomática y presionando con sanciones económicas, antes de embarcar arbitrariamente al país en otra guerra.