Por: Pedro Corzo
La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad.
Thomas Mann
Tolerar y respetar son fundamentales para la convivencia. No es racional aceptar la cohabitación con aquellos que quieren destruir los valores y las costumbres sobre los que se sostiene la sociedad que los acoge. Tal acción sería como abrir la espita del crematorio donde tendrá lugar la incineración de las convicciones de quien por propia voluntad dejó de ser libre y se convirtió en esclavo.
Una norma clave de la coexistencia es aceptar las diferencias que se puedan tener con otras personas, intentar superarlas y encontrar puntos comunes sobre los cuales se sostengan relaciones de mutuos beneficios con el fin de evitar conflictos y crispaciones que conduzcan a situaciones críticas.
Pero si lamentablemente las diferencias superan la voluntad de entendimiento, el primer deber del individuo es defender sus valores y sus costumbres; en caso contrario, parafraseando al prestigioso pensador alemán, la tolerancia conduce al suicidio.
No es intolerante, extremista o intransigente el que protege y defiende sus creencias y sus convicciones ante quienes quieren cambiarlas para imponer las suyas, es una simple acción de defensa propia. Está salvaguardando lo más importante que posee un ser humano: su identidad y sus valores.
La identidad, sea del individuo, la sociedad o la nación en su conjunto, no puede ser negociable. Defenderla es proteger el pasado y garantizar el futuro. La pasividad ante quien la agreda es pura maldad.
En el pasado, la inmensa mayoría de los conflictos internacionales fue causada por ambiciones territoriales. En el presente, sin que ese motivo haya desaparecido, los diferendos están asociados con antagonismos religiosos, ideológicos y con la inseguridad de que un enemigo potencial cuente con la capacidad de destruir a su adversario.
Los pueblos apoyaban a sus gobiernos para proteger zonas del país que posiblemente ignoraban que existían, enviaban a sus hijos a morir en defensa de la tierra patria, sin embargo, en el presente, muchos de los que estarían dispuestos a arriesgar sus vidas para salvaguardar la tierra en que nacieron aceptan apaciblemente el desarrollo y el fortalecimiento de proyectos que tienen como objetivo final disminuirles sus derechos como ciudadanos.
Con frecuencia los derechos de unos confrontan con los de los otros y no siempre ocurre en temas fundamentales como los dogmas religiosos o los conceptos ideológicos, sucede también en asuntos triviales, a los que en ocasiones se les presta más importancia que a los verdaderamente relevantes.
La defensa de los valores y las creencias no es ser intolerante. El fanático es quien pretende imponer a como dé lugar un culto, una ideología o un tipo de conducta determinada, sin respetar la voluntad de quienes no comparten sus propuestas.
Los padecimientos del individuo en una sociedad cerrada, por el imperio de una ideología o una religión, son harto conocidos. El sujeto no tiene derechos, es víctima de los poderes fácticos y una actuación contraria a las normas imperantes puede serle catastrófica.
Pero en una sociedad abierta, libre, en la que el individuo está asistido por un Estado de derecho, no se justifica callar y permanecer indiferente ante acciones y propuestas que tienen como fin terminar con las prerrogativas ciudadanas.
La tolerancia y la identidad deben marchar juntas. El ciudadano de una sociedad abierta está obligado a tolerar las diferencias, aunque no sean de su agrado, pero ese mismo ciudadano está comprometido a conservar su identidad, a no hacer concesiones en lo que cree.
La democracia es el respeto de las diferencias, una condición que sólo tiene sentido mientras la identidad y las concepciones propias no corran el riesgo de extinguirse por la actuación, incluidas las minorías, de quienes pretenden imponer las suyas. Es una particularidad que todos deben respetar con tal de alcanzar la sobrevivencia mutua asegurada; otra actitud conduciría a la inevitable destrucción de las creencias y las convicciones que hasta ese momento se hayan defendido.