Por: Pedro Corzo
En la acción de votar se conjugan elementos importantes como el deber, la obligación y el derecho. Hay que asumir que la opinión de cada uno cuenta y que las decisiones que se tomen podrían tener importantes consecuencias.
No votar significa dejar que otros decidan sobre nuestras vidas y la de nuestros hijos. Para bien o mal, ninguna persona se debe sustraer del ejercicio de sus derechos, máxime si es para seleccionar a quienes van a representarla en el servicio público.
Si la abstención es funesta para el fortalecimiento de la democracia, no es menos perjudicial que el elector favorezca a un candidato por amiguismo, simpatías, raza, nacionalidad, o por reflejo de lo que hacen y opinan los otros.
Una anomalía que afecta negativamente el desarrollo de una sociedad democrática es la baja participación del electorado en los comicios regionales. La abstención a quien más favorece es al político electo que ha hecho mal su trabajo o al por elegir que ha escogido la cosa pública como vía para su enriquecimiento personal.
Hay ciudadanos que opinan que las elecciones claves son aquellas en las que se selecciona al presidente y a los congresistas, una apreciación válida, pero insuficiente, porque el representante electo que más influirá en los intereses primarios será el concejal, el comisionado o el alcalde de la localidad.
Un candidato electo no es un actor que sólo deja sentimientos de alegría o pesar cuando concluye su gestión. Un aspirante elegido tendrá la potestad de hacer uso de los derechos de sus electores, en consecuencia, si no hace bien el trabajo para el cual fue favorecido, los perjuicios que se deriven de sus acciones pueden ser catastróficos para el individuo y la sociedad.
Ejercitar el voto sin considerar todos los factores es un gesto imprudente que se puede pagar caro y con intereses. Elegir un inepto para un voto público es un grave error, tan a lamentar como haber seleccionado a un depredador para el cuidado de los hijos.
Votar en un marco en el que se presenten diferentes opciones políticas y hasta ideológicas, en secreto, en un ambiente de completa transparencia y libre de coacción es el mejor método para elegir a los gobernantes.
El elector debe prepararse para hacer su elección. Estudiar a los candidatos. Sus compromisos con la comunidad, pero también con los sectores que lo promueven. Un candidato dependiente de intereses que no sean los de su electorado es muy probable que decida en contra de quien lo eligió.
En la democracia representativa existe una especie de contrato en el que el elector selecciona libremente a quien lo va a representar, por lo tanto, la persona que resulte electa debe prepararse para cumplir con su deber, que es el de satisfacer los requerimientos de sus electores.
Cierto es que en la política hay muchas personas incompetentes, corruptas y mal intencionadas, individuos que escogen la gestión pública como una vía para enriquecerse y abusar de los privilegios que le confiere la posición que ocupe, pero cuando eso ocurre en una democracia, es de exclusiva responsabilidad de quienes lo eligieron, porque fue el electorado quien lo llevó al poder.
Los pueblos y los individuos sometidos a regímenes de fuerza no tienen la opción de adoptar a sus líderes, en esos casos no corresponde el refrán: “Cada pueblo tiene el gobierno que merece”. Pero en la democracia, el elector es el responsable de quienes lo gobiernan, por lo tanto, debe prepararse a conciencia para determinar quiénes van a decidir sobre su futuro.
Por otra parte, Konrad Adenauer, quien fuera canciller de la República Federal Alemana, dijo: “La política era demasiado importante para dejársela a los políticos”, así que no queda otra alternativa que participar en la política, haciendo uso de esa guillotina electoral que llaman voto.