Seguramente usted ha comprendido que hago uso de un recuerdo y a modo de metáfora pretendo entrar en el mundo de la economía, ciertamente la de Argentina y, claro está, para referirme al momento que estamos atravesando. Un momento verdaderamente histórico para quienes nacieron de los años treinta en adelante y comenzaron a ejercer sus obligaciones cívicas a partir de mediados de los años cuarenta del siglo pasado. Es histórico porque es la primera vez que llega a la Presidencia, desde entonces, un argentino que no es peronista, que no es radical y que no es un militar.
Todo un acontecimiento para celebrar. Y que debe ser coronado por el éxito para lograr que el sistema que es definido por la Constitución Nacional no sea otra vez reemplazado por ideologías que, una vez instalados sus representantes en el poder, se apropian del Estado para convertirlo en instrumento de sus propios intereses y de la parte de la ciudadanía que resultaba funcional a estos.
Por eso la referencia al péndulo. Cuando los populistas gobernaron, lo hicieron produciendo transferencias de ingresos a los sectores urbanos y en contra de la producción rural. Los instrumentos eran la sobrevaluación cambiaria y el déficit presupuestario, lo que daba lugar a políticas monetarias expansivas, incentivaban el consumo y desestimulaban la inversión. Esto seguía mientras no se producía la crisis de balance de pagos, que impedía mantener el nivel de reservas y la actividad industrial. El proceso hacía eclosión y era el turno de la racionalidad económica.
Continuaba el momento de la devaluación, de las utilidades financieras originadas en las subas de las tasas de intereses, de los incentivos al campo y la caída del salario real. El sendero así iniciado se interrumpía por dos vías: una, la del endeudamiento externo, que llegaba a un límite y la otra, por las tensiones sociales que daban lugar a volver a comenzar con la receta populista. Las justificaciones ideológicas para una y otra movida del péndulo tuvieron sus exponentes en quienes se consideraban monetaristas (ortodoxos) y estructuralistas (heterodoxos). Los primeros con tendencias al neoliberalismo y los segundos a la intervención del Estado.
El actual Gobierno encuentra al país sumido en una crisis de sector externo, altísimo déficit fiscal (bien medido del 10% del PBI), inflación no menor al 30%, gasto público del 48%, insustentable para crecer, extraordinaria presión tributaria del 45% del PBI, crisis energética, consumo de las reservas de hidrocarburos líquidos y gaseosos que resultan en una balanza comercial deficitaria, problemas notorios en la infraestructura de caminos, puertos, vía navegables y comunicaciones. Sin contar emergencia en materia de seguridad, desnutrición infantil y, para no seguir el listado, un alto nivel de pobreza. Con el agregado de la falta de mediciones adecuadas por la carencia de estadísticas oficiales confiables. Se trata de algo semejante a un avión en estado lamentable y sin instrumentos de navegación.
Acuciado por sus promesas electorales, a las que debe atender, lo que está logrando con aciertos, como es el caso del levantamiento del cepo cambiario, las eliminaciones a las retenciones (excepto en el caso de la soja) y las facilidades para el comercio exterior para destrabar las regulaciones que lo impedían, el presidente Mauricio Macri no da señales de que esté trabajando en el listado de la herencia recibida, cosa absolutamente indispensable a la hora de imputar responsabilidades a los causantes del actual estado de cosas y de rendir cuentas de su gestión.
Poner en funcionamiento este reloj poco menos que destruido no debe confundirse con volver a uno de los clásicos movimientos pendulares, porque es el momento en que el péndulo debe detenerse y no volver a abrumarnos. Esa es la principal responsabilidad histórica: demostrar que llegamos a estar marginados del mundo no por un problema cultural, sino por ausencia de la ética necesaria para sostener a rajatabla los principios constitucionales. Y esto debe comprenderlo todo el país.
Primero que nadie el propio Gobierno, que ya, dentro de dos años, enfrentará las elecciones de medio término y debe estar en condiciones de ganar, de mantener los votos logrados el 22N, pero además de satisfacer las necesidades postergadas del 49% restante.
Que del cepo se salió bien es una prueba de eficiencia, pero no es todo y menos se mantendrá como un éxito perdurable si no se ataca el déficit fiscal, ya que endeudarse para financiar una canilla de pesos que sigue abierta y que sólo puede neutralizarse al corto plazo con tasas exorbitantes de intereses no puede asimilarse a una política económica exitosa. Hay una sola manera de atacar el déficit: parcialmente (sólo parcialmente) con eliminación de subsidios, pero fundamentalmente con el gasto corriente, lo cual significa terminar con quienes cobran (a veces nunca van) y rinden nada a la comunidad que debe mantenerlos con sus impuestos. De lo contrario, la contrapartida de la estabilidad cambiaria será la desocupación por falta de financiamiento a las empresas, fundamentalmente a las pymes. Si no se logra, después de Macri volveremos al populismo.
Hay que parar el péndulo y no mantenerlo en funcionamiento. Parar el péndulo significa cumplir con la Constitución y sus instituciones. Pero además impedir que se mantenga la simbiosis entre Estado y Gobierno, porque el primero es lo permanente y el segundo, lo transitorio. En el Estado deben estar los mejores y se debe prescindir de los que no sirven. Comprender que el país es de todos, que el diálogo debe ser permanente, que los intereses son comunes y que nunca debe confundirse la autoridad con el autoritarismo.
Recién estamos dando el primer paso de un camino que no es tan largo. Es necesario entender que el tiempo es el más escaso de todos los bienes a disposición del presidente Macri.
Paremos el péndulo.