Por: Ricardo López Murphy
Hoy se observa en la situación económica de nuestro país un desequilibrio cambiario que se trasluce en la brecha que hay entre el valor existente en el mercado informal y aquel aplicable a las operaciones comerciales.
Esta cuestión en realidad es solo un síntoma de una enfermedad más profunda: la inflación y la reevaluación creciente del tipo de cambio.
Corregir este desequilibrio supone y requiere la conformación de un programa integral que, inicialmente, abarque un plan financiero consistente en sus aspectos fiscales, un plan monetario y un programa de políticas de ingresos y del sector externo, reconociendo los desequilibrios existentes y las medidas para atenderlos.
Todas estas cuestiones acompañadas de un marco de reglas institucionales, previsibles y estables. Sin esas referencias no puede funcionar normalmente una economía descentralizada en las decisiones o lo hace de un modo muy ineficaz.
Es lógico, por su propia naturaleza, que ello obligaría a reformular todo el programa de gobierno; es para ello importante que los funcionarios del Poder Ejecutivo entiendan que cambiar las prácticas y las políticas que funcionan mal o resultan inconsistentes no es un signo de debilidad sino de progreso y maduración.
Un paso anterior, pero imprescindible, es que el Poder Ejecutivo explicite cuáles son sus expectativas y decisiones normativas, tanto en materia fiscal como en política de ingreso y cuál va a ser el programa monetario de carácter cuantitativo (al 40% de emisión, ello es muy relevante) y las reglas que, por ejemplo, se van aplicar para el impuesto a los ingresos.
Si ninguno de estos aspectos se llevase a cabo, resulta claro que la incertidumbre creada se canaliza de alguna manera, y en particular los agentes económicos buscaran protección contra eventos muy adversos. Es por ello que despejar incertidumbres colabora enormemente para generar un clima de confiabilidad y estabilidad.
Resulta natural que si los anuncios del gobierno son contradictorios en relación a lo que en la realidad sucede, difícilmente podamos llegar a una solución de los desequilibrios mencionados.
En este sentido, en cualquier terapia practicable, lo primero en lo que se debe trabajar es en reconocer la existencia del problema. Si este se ignora o, peor aún, se elaboran explicaciones fantasiosas o alquimistas, las consecuencias no pueden ser otras de las que podemos observar en la actualidad.
Volviendo a las precisiones requeridas en materia de política fiscal y de ingreso, por ejemplo, todo se clarifica de un modo muy sencillo si el gobierno anuncia, de manera precisa, cuál va a ser la regla que se va a establecer para determinar el impuesto a los ingresos (mal llamado impuesto a las ganancias), cuestión decisiva par la negociación de las políticas salariales. Los temores esbozados sobre un potencial Rodrigazo desaparecerían rápidamente.
Aunque parezca increíble, hoy por hoy se está llevando a cabo la negociación salarial sin siquiera saber cuál va a ser la presión tributaria relevante en este aspecto.
Otro caso que resulta necesario mencionar es que las provincias discutirán la paritaria docente sin señales precisas del gobierno Nacional sobre qué parámetros se han de aplicar, a prácticamente un mes de iniciar las clases. La mejor indicación sobre política fiscal es esa definición.
Dada esta oscuridad descripta, y además ejemplificada en un caso muy sencillo como es el del mínimo no imponible y el de las escalas tributarias, dejamos a la interpretación del lector lo brumoso y opaco que es conseguir el resto de la información necesaria para alcanzar los cometidos anteriormente detallados.