Por: Ricardo López Murphy
El escenario económico complica las aspiraciones del oficialismo.
El contexto económico que se dio en la elección legislativa del 2009 fue muy diferente a los comicios presidenciales efectuados en octubre del año pasado. En la primera convergieron una serie de circunstancias externas desfavorables.
Entre ellas debemos citar las caídas agudas de los precios de los commodities, tanto de origen agropecuario como aquellas provenientes de la minería y combustibles, la devaluación de los países vecinos, principalmente el fuerte ajuste brasileño, como así también un shock climático negativo sobre nuestra producción primaria.
En todos los casos afectaban el cuello de botella clásico de la economía argentina, que es el sector externo, crucial para nuestra perfomance.
En gran medida el desempeño favorable de la economía en la pasada década ha estado muy influido por la aptitud de ganar divisas, debido a la mayor producción minera y sus increíbles precios, la multiplicación de los precios y la capacidad productiva del agro, asociado a cambios en el paradigma productivo, tanto en las practicas culturales como genéticas, así como el espectacular crecimiento en dólares del PBI de nuestros vecinos, que es como un enorme cambio en los términos de intercambio, tanto en servicios como en el sector manufacturero.
Muy por el contrario, en el caso de la elección del 2011 disfrutamos de circunstancias muy favorables, tanto en materia climática como en los precios de nuestra producción, con un mundo en pleno y raudo crecimiento y con tasas de intereses extremadamente bajas, sumado a que nuestros vecinos revaluaron, por ese entonces, muy significativamente su moneda (el PBI de Brasil creció en dólares 35% en 2010 y 15% 2011).
El contexto que vamos a enfrentar en el año 2013 no es asimilable a ninguna de estas dos experiencias del pasado.
En primer término, los países vecinos y, sobre todo Brasil, van a mejorar de manera ligera su crecimiento, pero no se perciben circunstancias que concluyan en una revaluación significativa de sus monedas, que tan importantes han sido en el pasado para nuestro país. El impacto sin ser despreciable, va a ser de orden menor.
Un desempeño similar es previsible para la producción minera, que sigue a precios muy altos pero que no implican un cambio drástico sobre la situación actual.
Por otro lado, el clima y las cosechas se ubicarán, en lo que podríamos señalar como un año de parámetros normales, ni pésimo como en el 2009 ni excepcional como en el 2011.
La diferencia con los dos períodos electorales anteriores se produce básicamente por tres cuestiones, que han acumulado un deterioro creciente, cuyo efecto negativo se vuelve mas insidioso cada mes que pasa:
1. La alta inflación y su sesgo creciente, asociado a un desequilibrio fiscal, que ha revertido fuertemente desde los superávit primarios alcanzados hasta 2008.
Ello debilita y me animaría a decir anula la posibilidad de una política fuertemente procíclica como la de 2010 y 2011, vitales para el resultado electoral. Si en 2012 se emitió al 40% anual, a cuánto alcanzaría la expansión si quisiéramos cebar la bomba, cuál seria la consecuencia inflacionaria de ese instrumento. En la pregunta está la respuesta.
2. Asociado a lo anterior, la acumulación de un atraso cambiario, que ha producido un efecto destructivo, tanto en la competitividad de la economía como en el empleo de las industrias manufactureras, en la actividad de las economías regionales, en el desempeño del turismo receptivo y en la venta y construcción de propiedades en la Argentina.
3. El tercer factor tiene que ver con la crisis energética, que consume crecientes recursos provenientes de otras áreas para cubrir sus desequilibrios, a pesar de las medidas recientes que siguen un sendero exactamente contrario al de los últimos diez años, pero que requerirán mucho tiempo en dar resultado.
Dicho en otros términos, ya no alcanza con los elevados precios de la soja y de la producción minera para hacerse cargo de los costos de la perdida de competitividad en la moneda, en la industria, en las economías regionales y la estructural y profunda crisis energética.
Este panorama es lo que esta detrás de las dificultades que la economía le creará a la política para encarar el 2013. Por esta razón pensamos que el crecimiento no será elevado y no influirá decisivamente y positivamente para el oficialismo, en el marco electoral.
Un elemento fundamental, ya mencionado pero que debe ser subrayado, es el creciente peso de la inflación en el funcionamiento de la economía argentina.
La idea de aumentar la emisión monetaria como mecanismo de financiamiento de aventuras políticas tiene un costo creciente, ya que podría desatar una aceleración de la velocidad de circulación del dinero con una consecuencia muy gravosa en términos inflacionarios.
Ese factor inflacionario desestructura y desmoraliza, con el conjunto de los ciudadanos tratando de eludir este impuesto recurriendo a los procedimientos que ya utilizó en el pasado. Ese riesgo es tanto más notorio cuando se cruza la barrera del 30% de inflación anual.
En conclusión, aunque el debate público no lo refleje aún, la agenda ha cambiado drásticamente.
En cualquier caso el entorno de dificultades se va acrecentando y con ello se presenta, tanto para el oficialismo como para la oposición, un gran desafío, de encontrar una salida al modelo organizativo de los últimos años, del modo menos traumático posible.
La ausencia del debate de estas cuestiones no es un buen augurio, pero esperemos que surja con los idus de marzo.