Dicen que en la vida hay que elegir. El perfil económico de nuestro país no es ajeno a la disyuntiva entre distintos tipos de inserción en el esquema productivo internacional. Intercambiamos con el resto del mundo en base a nuestra estructura económica que fue mutando pero que, a grandes rasgos, siempre conservó un componente esencialmente primario de escaso valor agregado. La especialización en aquel sector en el que Argentina tiene ventajas comparativas no es de por sí mala, sin embargo la concentración de ingresos por parte de los dueños de la producción agropecuaria y su reticencia a los esquemas de redistribución secundaria es la clave que no suele tener en cuenta la doctrina económica ortodoxa a la hora de sugerir un perfil productivo a cada país.
Si queremos entender el rol de Argentina en el comercio internacional sin una posición de victimización histórica, podemos ir a teorías como la del “Sistema Económico Mundial”, popularizada entre la heterodoxia por Immanuel Wallerstein. La misma deja de lado la división estática de un Primer Mundo que busca retroalimentar la dominación material y la opresión geopolítica sobre un Tercer Mundo dependiente del intercambio de productos de mayor complejidad tecnológica y de recursos humanos más capacitados que facilitan el “know how”. En cambio, plantea una visión dinámica, donde al interior de los países periféricos se pueden definir núcleos de poder que van en más de un sentido y existen diferentes estratos de dominación regionales. Así, la tendencia de las últimas décadas con la consolidación de los grandes holdings transnacionales es hacia una creciente “commoditización”; entiéndase por esto la descomposición de determinado producto en el conjunto de insumos básicos que lo conforman, los cuales son uniformes y requieren significativos niveles de escalas de producción para ingresar con peso al mercado internacional.
La única forma de no atrasar la inserción competitiva de una economía en estos términos es generar un sector industrial comprometido con un proyecto económico, que tome la sartén por el mango y se especialice en sectores estratégicos. El orientador no puede ser otro que el Estado, con el Gobierno como el único intérprete válido a la hora de sintetizar las necesidades de la población; ¿la alternativa? Claramente, la reprimarización de la economía.
¿Cómo vincular esto con los lineamientos de política económica? Un buen comienzo es indagar la evolución industrial de la última década y pasar revista de las medidas de fomento a la generación local de valor agregado, innovación y complejidad tecnológica. La realidad nos indica que:
• En esta década el financiamiento a la industria aumentó casi el 1500%, o sea muy por encima del 984% que creció el mercado crediticio en general.
• Se crearon casi 20.000 empresas en el sector, que contribuyeron a la generación de los 5 millones de nuevos empleos en todo el país y a duplicar el PBI industrial en 2012.
• El sector automotriz batió en 2010 su récord histórico y produjo 730.000 autos. En la actualidad es el sector que más está creciendo: en mayo lo hizo en un 32,2%, y el acumulado en el año es del 18,8%.
• A nivel coyuntural, en los últimos tres meses se viene registrando un crecimiento significativo en la actividad industrial y una tendencia de mayor bonanza para lo que resta de año. Con esto, se revierte la contracción de 2012, con los coletazos de la crisis internacional.
Si analizamos la multiplicidad de políticas de promoción que viene implementando el Gobierno de Cristina Fernández, podemos ver el énfasis que en estos 10 años se le dio a la generación de conglomerados productivos y a la superación de los históricos problemas de financiamiento de nuevas empresas. A saber:
• La piedra basal es el Plan Estratégico Industrial 2020, que enmarca la lógica de fomento como un pilar de la política económica.
• Programas como el Fonapyme, otorgan créditos especiales para planes de inversión y adquisición de maquinaria a las pequeñas y medianas empresas.
• Con la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, se instó a las entidades financieras a prestar el 5% de sus depósitos en pesos en créditos destinados al sector productivo.
El último componente a la hora de entender la lógica de desarrollo que plantea el Gobierno Nacional son los últimos instrumentos financieros. Con el bono BAADE se busca que una medida para hacer frente a la restricción externa que sistemáticamente fue el pedal de freno de las políticas desarrollistas, genere a su vez una externalidad positiva sobre sectores que necesitan más presencia estatal, como la inversión pública en hidrocarburos.
Mientras los economistas de perfil liberal se preocupan por la firma de acuerdos multilaterales para conseguir ventajas arancelarias en productos primarios, el Gobierno Nacional sigue propiciando un desarrollo con énfasis en el mercado interno. Porque en la vida hay que elegir. Y el kirchnerismo eligió el camino del fomento a la industria nacional y al desarrollo estratégico.