Por: Silvina Moschini
Poco antes del esperado viaje papal a Brasil, el Vaticano anunció que Francisco dará “indulgencias plenarias” a través de Twitter. Más allá de la necesidad de conectar con los fieles más jóvenes, la decisión ha instalado el debate: ¿pueden las experiencias espirituales adaptarse a los medios digitales?
En época de redes sociales, nada peor que una noticia que, bajo el frenesí de su viralización digital, va perdiendo precisión y rigor. Algo así fue lo que ocurrió la semana pasada, a propósito de una noticia que involucraba a Twitter y al Vaticano, el corazón de una de las instituciones más antiguas e influyentes del mundo.
Días atrás, titulares de todo el planeta dieron a entender que el Papa Francisco perdonaría pecados a sus seguidores de Twitter. Transmitida de este modo escueto, la noticia no tardó en generar reacciones de toda clase, dentro y fuera de la Iglesia Católica. Mientras algunos se apresuraron a cuestionar la superficialidad de la idea, otros no pudieron evitar las bromas del tipo: “los likes de Facebook no cuentan”.
Más allá de esas primeras repercusiones, lo cierto es que la idea papal debía ser mejor explicada. Y eso fue lo que hicieron desde el Vaticano: aclararon que se trataba del concepto teológico de “indulgencia plenaria” (es decir, la reducción de la pena por los pecados cometidos en tanto se realicen buenas obras durante nuestra existencia terrenal) y remarcaron que, en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil, la idea era que este “perdón” no sólo alcanzara a quiénes peregrinaran hacia Río de Janeiro sino a aquellos que participaran “con verdadera devoción a través de los nuevos medios de comunicación social”.
La Santa Sede intentó así despejar las interpretaciones simplistas. Incluso, Claudio María Celli, vocero pontificio para las Comunicaciones Sociales, ironizó ante el Corriere Della Sera: “No puedes conseguir indulgencias como si estuvieras pidiendo café en una máquina expendedora”.
Twitter: De Benedicto a Francisco
Más allá de los matices, es innegable que la Iglesia Católica busca reforzar los puentes de comunicación con sus fieles y resulta sensato que no sólo quienes “estén físicamente” puedan beneficiarse de la conexión espiritual con su máximo líder. El sacerdote jesuita James Martin es uno de los que defienden este punto de vista: “es una manera de integrar a las personas que no pueden viajar a Brasil por su condición económica o impedimentos de salud”.
Pero el empleo de la tecnología tiende, sobre todo, a acortar la brecha con la nueva generación de jóvenes hiperconectados. El Vaticano lo comprendió cabalmente en diciembre de 2012 cuando cosechó 2,5 millones de seguidores tras el lanzamiento de la cuenta @pontifex en Twitter. Era apenas el comienzo porque con la llegada del primer Papa latinoamericano el número de seguidores trepó hasta los 7 millones. Considerando que sólo tuitéo en 76 ocasiones, Francisco atrajo un promedio de 59 mil seguidores con cada uno de sus mensajes de 140 caracteres.
Otro aspecto relevante sobre la presencia del Papa Francisco en Twitter es el idioma de sus seguidores: 2,7 millones son usuarios en idioma español, un dato que no sólo refleja su origen latinoamericano sino también la vitalidad de la juventud en la región más católica del planeta.
Fe real en el mundo virtual
Dejando de lado las cifras, el uso de las redes sociales por parte de la Iglesia ha instalado el debate acerca de si la espiritualidad y las nuevas tecnologías –que a primera vista parecen dos esferas tan antagónicas- pueden ir juntas. Recientemente, un artículo de la prestigiosa revista The Atlantic se preguntaba si de verdad alguien podía tener una experiencia de fe profunda “en la misma máquina que usa para trabajar y para entretenerse”. No son pocos los que piensan que sí puesto que, en cualquier caso, las religiones y sus fieles siempre han tenido intermediarios.
En este escenario, queda claro que el uso de las nuevas herramientas de comunicación no sólo es saludable sino que resulta imprescindible a la luz de las inevitables transformaciones tecnológicas y de su profundo impacto en las nuevas generaciones. En este sentido, más que en ningún otro, la Iglesia es hoy una institución conservadora: busca conservar sus fieles.