Por: Walter Schmidt
Corría fines de la década del ’90, cuando el entonces presidente de la AFA, Julio Humberto “El Padrino” Grondona, concurría por enésima vez a la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados para participar de un debate sobre la violencia en el fútbol.
En esa oportunidad, los legisladores tensaron el ambiente y se mostraron incisivos con el mandamás del fútbol, acorralándolo con preguntas osadas como quiénes “bancaban” o “protegían” a los barrabravas. Hasta que El Padrino del Fútbol se cansó:
- ¿Cuántos empleados hay en esta casa que pertenecen a las barrabravas? –preguntó Grondona y las quejas se acallaron automáticamente.
¿Causa realmente sorpresa que se registre un hecho de violencia en un Boca-River o en cualquier partido de fútbol? ¿Asombra a alguien que muera un hincha de fútbol en un enfrentamiento entre barrabravas de clubes rivales o del mismo club por negocios sucios? ¿Es noticia la complicidad delictiva entre gobiernos/dirigentes políticos o sindicales-barrabravas-Presidentes del Clubes-Policía? Lamentablemente no, porque el fútbol es un negocio espurio.
En marzo de este año –apenas dos meses atrás- el kirchnerismo frenó un proyecto impulsado por el gobernador Daniel Scioli y por el actual intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, simplemente porque en ese momento la orden de Cristina Fernández era considerar a ambos dirigentes como “enemigos del proyecto”, “infiltrados” en el Frente para la Victoria.
La iniciativa simplemente proponía penas de prisión para los integrantes de barras que participen en “sucesos de violencia, faltas al orden público o delitos indeterminados en ocasión de espectáculos futbolísticos, sus prácticas o entrenamientos, antes, durante o después de realizados”.
Y como siempre en una estructura política de relevancia alguien debe cumplir con el rol de “idiota útil” (idiota, según la Real Academia, “engreído sin fundamento para ello”), esta fue la oportunidad de la diputada y ex funcionaria del gobierno de Fernando de la Rúa devenida en ultrakirchnerista, Diana Conti.
Conti consideró que el proyecto significaba “una estigmatización brutal” de los hinchas de fútbol. “¿Acaso mañana vamos a tipificar a los militantes políticos?”, se preguntó, increíblemente.
¿Qué habría pasado con los agresores de los jugadores de River si ese proyecto fuera ley hoy? ¿No habría acaso que interpelar a la diputada Conti por tan improvisado argumento? Está claro que en la Argentina nadie es responsable de sus actos, aunque deje las huellas en todas partes.
Lo que ocurrió ayer en La Bombonera no es nada más, y nada menos, que un reflejo de lo que ocurre en la sociedad, con distintos actores. ¿O no es lo mismo que pasa en otros ámbitos con las relaciones triangulares, por ejemplo, entre Política-Narcotráfico-Policía, Polícía-trapitos-barrabravas, o Política-manifestantes patoteros pagos-Policía?
Deben contarse con los dedos de una mano los dirigentes políticos de mayor relevancia que no cuentan, entre sus “colaboradores” y “seguidores”, fuerzas de choque con barrabravas. Lo mismo puede decirse de los referentes gremiales que son “custodiados” por estos personajes impunes. Y, desde ya, los presidentes de los Clubes de Fútbol que, amparados en las “reglas del juego”, no hacen nada por erradicarlos, más bien los alimentan porque “son parte del negocio”.
¿Qué pasaría si presidentes de clubes como Daniel Angelici (Boca) o Rodolfo D’Onofrio (River) , por citar los dos clubes más populares y que se vieron envueltos en el escándalo, respondieran con su patrimonio e incluso con su libertad por cada hecho vandálico-delictivo y sobre todo por cada muerte que ocurre por responsabilidad de sus barrabravas? Probablemente la mayoría de los clubes de fútbol estarían acéfalos y las cárceles repletas de dirigentes del gran negocio de la pelota.
Alguien podrá reflexionar al pasar: “Si el gobierno nacional ni siquiera en esta última década ha tomado en serio la inseguridad como para diseñar y aplicar un Plan Integral de Lucha contra el Delito, ¿por qué lo van a hacer los dirigentes del fútbol?”. Es cierto. Entonces, ¿por dónde empezamos?
En “Casa tomada”, el extraordinario cuento de Julio Cortázar mas allá de su cuestionado antiperonismo, una familia se iba encerrando en los ambientes de su propia casa, cada vez más, ante ruidos y presencias extrañas y agresivas en su propia morada.
Esa parábola, utilizada acerca de la violencia en el fútbol, sería más o menos así: ante los iniciales hechos de violencia, primero se sancionaba a los estadios donde se produjo la agresión. Nada cambió y se pasó a quitar los puntos al club cuyos simpatizantes habían cometido las hostilidades. Como todo seguía igual, se prohibió la presencia de la tribuna visitante. La violencia continuó y los partidos se jugaron sin simpatizantes. Los violentos no se amedrentaron y los árbitros comenzaron a meter presos a los futbolistas provocadores. Ya sin remedio, los partidos de fútbol se jugaban en lugares fortificados y custodiados por el Ejército y la gente sólo podía verlos por TV a través de Futbol para Todos. La violencia no había cesado, pero se había trasladado a cada hogar y ya no era responsabilidad del gobierno de turno sino de la gente.
Lo más grave es que la primera mitad del relato es real. Y la segunda parte, está camino a serlo.