Un canto por la libertad del ciudadano blue

Yamil Santoro

Quizás te pasa, como a mí, que de golpe sentís que la realidad se siente diferente a aquello que te cuentan. Tuviste que entender que existen dos inflaciones, dos precios del dólar (aunque técnicamente serían diecisiete), dos pobrezas, dos inseguridades. Una doble realidad, entre relato y el bolsillo, entre lo que ven tus ojos y las fantasías de la cadena nacional.

Lo “blue” pasa a ser cada vez más criminalizado, marginal o censurado. Si un profesional publica su estudio sobre la inflación, o una ONG como la de Héctor Polino habla del tema, el Gran Demócrata Guillermo Moreno lo multa. “Por tu bien y el de todos”, dicen. ¿Cómo nos beneficiaríamos todos de que haya menos voces? ¿O piensan que esconder estadísticamente a los pobres hace que éstos tengan un plato de comida, techo o una vida mejor? Como mucho el silencio sirve para que olvidemos ese hospital que falta, esa obra que nunca se hizo o ese policía que no estuvo. ¿Olvidaremos que se fugaron todas esas posibilidades en la bandada de valijas voladoras afuera del país, cortesía de algún Fariña?

El contracultural espíritu blue es un canto de liberación que consiste en escaparse del relato del otro, del cuento, del verso que te estructura y enreda. El oficialismo nos exige que estructuremos propuestas que sustituyan lo que criticamos. Pierden de vista que se trata de un canto de guerra colectivo por encima de cualquier representación política que dice “basta”, que a veces no se trata de debatir de qué forma se restringe una libertad. Es una reafirmación de un individuo libre por sobre un discurso totalizador. El ser blue es el ser liberal, es el ser libre. 

El “Basta” no requiere, necesariamente, una articulación discursiva lógica, no está en la etapa de las propuestas. Es como demandar a una persona con la que no hay química o piel en la intimidad a que te fundamente en ese momento por qué no se calienta con vos. No es momento. Nos reclaman alinearnos tras representantes porque no están entendiendo el fenómeno interior detrás del cacerolazo. Ante todo no queremos otra corona. Esto es, precisamente, lo que nos llevó a desconfiar de la oposición y exigirle que se redefina. Llevándonos al eje final de análisis en torno al cacerolazo: el rol de la oposición.

Más allá de la foto que nos vamos a sacar todos los que nos oponemos a la reforma judicial este jueves en Plaza de Mayo y otras plazas, no hay que perder de vista que la hipertrofia del kirchnerismo no se ha logrado sólo por mérito suyo. Del otro lado hubo una oposición incapaz de superar al kirchnerismo en la puja por el poder. Pero distinto a vencer es frenar, y quizás sea esto lo más preocupante. Una minoría, una fuerza chica, un individuo, tiene muchísima más fuerza al resistir que al atacar. El avance del kirchnerismo da cuenta de una ausencia y permisividad cuestionables por parte de todo un sector. Por suerte, el debate desbordó las fronteras de las corporaciones políticas, llevando a nuevos actores a la calle y a la arena política.

Con los cacerolazos llega el gen de una nueva política que plantea redefinir las relaciones de poder con la corporación política. Es un reflejo de una sociedad que día a día se transforma, muta, piensa diferente. Falta dar lugar a los dirigentes de estas nuevas generaciones, con una visión renovada de las estructuras gubernamentales donde valores como la participación, la transparencia y la tolerancia guían el trazo.

Será responsabilidad de las antiguas generaciones políticas abrirle el juego a los nuevos actores a fin de permitir una renovación del sistema. Sólo por citar un ejemplo clave: las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para los legisladores son una deuda pendiente y son prerrequisito para que podamos aspirar a una oposición unida y consolidada más allá de los vedettismos. Los egos deben medirse en las internas y ponerse al servicio de la causa común o terminarán por dinamitar cualquier posibilidad de superación real al modelo-método kirchnerista.

La ausencia de mecanismos de democracia participativa/directa, dentro y fuera de los partidos, es tal vez la conquista a conseguir en tiempos donde todos parecen tener voz pero no voto. La Argentina Blue requiere de un sistema político que la contenga; un sistema que garantice cada vez más la libertad de los ciudadanos frente a sus gobernantes, posibilitando auditarlos y controlarlos. Un sistema muy diferente a la lógica kirchnerista, conservadora de la vieja política e imperante hoy, a la que espero derrotemos en este 2013 y sepultemos con votos en el 2015.

Lo que suceda este jueves, al igual que los resultados de las elecciones, depende de todos nosotros. Sin embargo, celebro de antemano que las Plazas se teñirán de blue y entonarán su himno: “Libertad, Libertad, Libertad”. Cantemos juntos.