Hacia finales del 2013, el presidente Barack Obama definió al crecimiento de la inequidad como “el tema que define nuestro tiempo” y recalcó que esta tendencia, que se remonta ya a décadas, estuvo minando el crecimiento económico y la cohesión política y social de los Estados Unidos. Por otro lado, el recientemente electo como alcalde de New York, Bill De Blasio, declaró durante su jura: “nos eligieron para poner fin a las inequidades sociales que amenazan deshacer la ciudad que amamos”.
El Papa Francisco, también en diciembre de 2013, advirtió: “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia”.
Ambos líderes, advirtiendo sobre el deterioro de la cohesión social o los peligros de la violencia, se dirigen a audiencias cuantitativamente significativas: el Presidente estadounidense, a su pueblo, compuesto por 313 millones de habitantes; el Papa principalmente a la grey católica, con 1200 millones de católicos, 48% de ellos viviendo en América. Es en este universo donde residen países con gran nivel de inequidad.
Es más, el 14 de enero, la Casa Blanca anunció que el presidente de Estados Unidos se reunirá con el Papa en un futuro próximo. Obama había destacado las “elocuentes” declaraciones del Papa sobre la pobreza y citó una exhortación del Papa: “No es admisible que una persona que vive en la calle y muere de frío no sea noticia, mientras que la caída de dos puntos en la bolsa sí lo sea“.
Parecería que algo distinto está asomando en el horizonte. Y es algo que presupone que si los dos líderes más relevantes del planeta expresan tal preocupación y dramatismo respecto de la inequidad, debe suponerse que, de no tomarse medidas para reducirla, algo de serias consecuencias globales podría producirse en un futuro no muy lejano.
De acuerdo con el informe del OCDE de 2011 “Divided We Stand. Why Inequality Keeps Rising”, los países emergentes presentan altos niveles de inequidad respecto de los países desarrollados, en donde por ejemplo Brasil y Sudáfrica muestran niveles de inequidad que duplican a los de dichos países. Sin embargo en los casos de Brasil e Indonesia el incremento del producto bruto de los últimos veinte años ha permitido reducir los niveles de inequidad. China, India, Rusia y Sudáfrica, a pesar de haber crecido en forma significativa también han incrementado sus niveles de inequidad. En el caso de Argentina, en esos mismos veinte años la inequidad se ha mantenido estable, aunque se observa un agudo crecimiento de ella en el período comprendido entre 1990-2000 con una disminución en la siguiente década. En los países desarrollados se observa en la última década un incremento de la inequidad, encabezando los Estados Unidos el ranking de los más inequitativos.
Este panorama nos permite interpretar los llamados a una mayor equidad, tanto por parte del Papa como del presidente Obama.
Que perjuicios causa para las sociedades llegar a altos niveles de inequidad? En su libro The Spirit Level: Why Greater Equality Make Societies Stronger (2009), Kate Pickett y Richard Wilkinson indican que en el curso de su trabajo advirtieron que casi todos los problemas que son más comunes en la base de la escala social son más impactantes en las sociedades más inequitativas; que los problemas sociales contribuyen a la preocupación generalizada de que las sociedades modernas son, a pesar de su afluencia, fracasos sociales. La disminución de los niveles de confianza, el deterioro de los niveles de salud mental, el consumo de alcohol y drogas, la expectativa de vida y la mortalidad infantil, la obesidad, el desempeño escolar, el embarazo en adolescentes, los homicidios, las tasas de encarcelamiento y la movilidad social, son consecuencias de dicha inequidad.
El crecimiento económico es el gran motor del progreso; sin embargo en los países desarrollados ese motor está llegando a su agotamiento y sus problemas no devienen del hecho de que no sean suficientemente ricos a nivel del ingreso per cápita sino que se originan en las diferencias entre las clases sociales dentro del mismo país. Tales diferencias causan en su población niveles crecientes de ansiedad y depresión, así como el incremento del crimen, alcohol y consumo de estupefacientes entre los jóvenes.
De acuerdo con Robert Reich (Aftershock. The Next Economy & Americas Future, 2010), “es simplemente injusto que un puñado de americanos se lleven una gran porción del ingreso mientras muchos otros estén luchando para alcanzar sus fines. Esta despareja distribución se opone con la historia americana y su ideal de igualdad de oportunidades”. Además, sostiene que dicho nivel de inequidad erosiona la autoridad moral de Estados Unidos y su posicionamiento frente al mundo y afirma que “el incremento de la inequidad unida a la percepción de que las corporaciones y Wall Street están en sincronía con los gobiernos para que los ricos lo sean cada vez más, alimenta a los populistas y a los demagogos de cualquier extremo, y éstos ganan poder mediante la transformación de las ansiedades económicas en resentimiento contra determinada gente o grupos”.
En los países emergentes la creación de riqueza y el crecimiento, los esfuerzos para una mejor redistribución del ingreso y una concientización “a lo Francisco” siguen siendo las principales herramientas para la reducción de la inequidad.
No debe obviarse el hecho de que a partir de la explosión de los medios y tecnologías de comunicación, de la difusión publicitaria, de las redes sociales y de la globalización en general el fenómeno del consumismo hace que el estrés producido por las diferencias sociales se materialice en las consecuencias nocivas que ya hemos mencionado.
Ahora bien, la pregunta es ¿qué hacer? Como siempre hay diferentes enfoques.
Los más escépticos aseveran que la inequidad se está incrementando en casi todos países en esta era post-industrial, pero que ello no es el resultado de la acción o inacción de los políticos, ni que ellos puedan hacer gran cosa para revertirla porque el problema está generado por causas estructurales. Así, la inequidad es un producto inevitable del nuevo capitalismo y que ésta se incrementa debido al hecho de que ciertas personas y comunidades están más capacitadas para explotar las nuevas oportunidades.
Tyler Cohen (Average Is Over. Powering America Beyond the Age of the Great Stagnation, 2013) sostiene que la inequidad es una tendencia difícil de revertir dado que los problemas actuales en el mercado de trabajo son el anuncio de un nuevo mundo del trabajo y que la falta de la capacitación adecuada desde el inicio del proceso educativo significa cerrar las oportunidades como nunca antes había ocurrido. Así, los que han obtenido educación terciaria están ganando cada vez más. Y que ello afecta no sólo la forma de vida de la gente sino la constitución de las familias, las ciudades y los países. La dificultad en la reversión de la tendencia radica en fuerzas básicas, a saber: la creciente productividad de las máquinas inteligentes, la globalización, y la división dentro las economías modernas en sectores claramente estancados y los claramente dinámicos. Siguiendo a Cowen, en un futuro cercano los trabajadores se clasificarán en dos categorías que responderán a las siguientes preguntas: ¿Está usted preparado para trabajar con máquinas inteligentes o no? ¿Son sus habilidades complementarias a las habilidades de la computadora o ella lo hace mejor sin usted? Si sus habilidades son complementarias a la computadora su futuro en el mercado laboral será altamente positivo; los que no, deberán enfrentarse a las consecuencias negativas de dicho desacople.
Pero Cowen relativiza las consecuencias. Da como ejemplo que las tasas de criminalidad en los Estados Unidos han decrecido a un ritmo sorprendente mientras que la inequidad se ha incrementado también en forma significativa, lo cual parece sugerir que ambos efectos son compatibles. Y predice un futuro con más ricos y más pobres, incluyendo dentro de ellos gente que no siempre tendrá acceso a los servicios públicos básicos. En su criterio, no ve la manera de evitar el surgimiento de esta nueva clase baja que, afirma, vivirá bajo un inusual tiempo de paz en un contexto de envejecimiento de la población americana y la proliferación de muchas fuentes de entretenimiento a bajo costo.
Las propuestas de los que consideran al fenómeno como inaceptable y peligroso requieren soluciones de diverso tipo. Reich recomienda 1) impuesto a las ganancias revertido; 2) impuesto a la emisión de carbono; 3) mayor tasa marginal de impuestos para los ricos; 3) un sistema de re-empleo frente a un sistema de compensación de desempleo; 4) préstamos universitarios ligados en su devolución al desempeño futuro; 5) cuidado de la salud para todos; 6) incremento de las obras públicas; y 6) modificación en el sistema de financiación de los partidos políticos. Otros, más agresivos, como Pickett & Wilkinson sugieren 1) reformas en el sistema impositivo para incrementar las tasas efectivas de las compañías y del sector mas adinerado; 2) promover sistemas cooperativos o de empresas con control accionario o de propiedad de sus trabajadores; 2) la limitación del derecho de patentes y de propiedad intelectual; 3) el fortalecimiento del rol de los gobiernos en generar políticas de salarios mínimos, de educación, de mantenimiento de bajos niveles de desempleo y de política industrial, entre otros.
Nos espera un interesante debate. ¿Es la inequidad un fenómeno irreversible? ¿O el Papa y Obama lograrán comenzar a recorrer un camino a hacia una sociedad más justa? ¡Está por verse!