El desafío de gobernar una sociedad descreída

Alberto Schuster

A medida que nos vamos adentrando en el proceso electoral se encuentran coincidencias entre los especialistas en sondear la opinión de los ciudadanos respecto del hecho de que una porción significativamente mayoritaria opina que el nuevo gobierno, sea del signo que fuere, deberá producir cambios respecto de las políticas actuales. Ello aplica a la economía, seguridad, corrupción, empleo genuino, educación y vivienda, entre otros; y en un contexto social donde a los niveles de pobreza, incremento de la violencia y penetración del flagelo de las drogas deberá prestarse cuidadosa atención. La única forma de ir resolviendo estos problemas es volver de manera sustentable a una senda de crecimiento económico genuino, mediante una mejora de la competitividad de la economía. Dichos cambios podrán tomar, de acuerdo con quien ejerza el gobierno, distintos caminos y velocidades. Los cambios necesarios producirán dolor y afectarán intereses establecidos. Inicialmente la gente presentará un natural y razonable apoyo a las nuevas autoridades democráticamente elegidas y a las nuevas políticas propuestas; pero si los cambios no son realizados con la debida pericia y cuidado y no protegen a los más débiles, el respaldo de la población se debilitará rápidamente.

Para evaluar caminos y velocidades y manejar el cambio es clave analizar cuidadosamente las actitudes y expectativas de la población, con el objetivo de que, pese a las vicisitudes naturales de cualquier proceso de trasnformación, éste no fracase.

Lo desarrollado en este trabajo se basa en encuestas de opinión llevadas a cabo por el Pew Research Center, una entidad que informa a la opinión pública sobre asunto , actitudes y tendencias en los Estados Unidos y en el mundo. Conduce encuestas de opinión, investigación sobre demografía, análisis de contenido mediático y otros aspectos de investigación en ciencias sociales. No toma posiciones políticas.

Una encuesta sobre los principales problemas percibidos por la gente llevada a cabo en el 2014 por dicho centro, en el marco del proyecto de “actitudes globales” y que cubrió 34 países calificados como emergentes de Medio Oriente, Asia, África, Europa del Este y Latinoamérica, entre los cuales se incluyó a la Argentina, arrojó como resultado que el crimen y la corrupción son percibidos como los principales problemas, con un 83% y 76% respectivamente; y el 76% de los encuestados afirmó como un problema muy serio la existencia de líderes políticos corruptos, factor cuya opinión negativa se ha incrementado un 15% respecto de la medición del 2007.

En nuestro país la encuesta se efectuó entre 1000 personas de más de 18 años en áreas urbanas. Los aspectos que tocó la encuesta se refirieron a: seguridad alimentaria, salud, polución hídrica, polución del aire, falta de electricidad, crimen, corrupción y tránsito.

Los resultados para nuestro país no difieren significativamente respecto de los países de la región respecto del crimen, donde el 89% opina que es un problema serio, siendo más significativa el margen respecto de la corrupción: Argentina 85% frente al 77% en la región. Cabe destacar que en los otros factores nuestro país presenta opiniones más optimistas que el resto de la región.

Otro aspecto que se ha medido en esta encuesta es la opinión respecto de las instituciones nacionales, respecto de lo cual se observa en nuestro país la poca conformidad de los argentinos respecto de las instituciones; así, en lo que concierne a las fuerzas armadas, presenta el menor nivel de conformidad entre el conjunto de los 34 países con el 26%; sobre los medios de comunicación el segundo peor con un 52%; instituciones financieras, 3º peor con 39%; empresas: 2º peor con un 30%; la opinión sobre el gobierno nacional es la más baja del conjunto de los 34 países con un 31%; cuando se les pregunta a los argentinos respecto de los funcionarios públicos su opinión sigue siendo muy mala, con un 38% de conformidad y, finalmente, respecto del sistema judicial, es la segunda peor del conjunto con un porcentaje del 18%.

A ello debe agregarse el hecho que, como escribí en Infobae en noviembre de 2014, cuando se les preguntó a los argentinos si nuestros niños estarán económicamente mejor o peor que sus padres, las respuestas presentaron un nivel de optimismo inferior a los chilenos, brasileños, peruanos, colombianos y mejicanos. Asimismo la respuesta de nuestros compatriotas respecto a la siguiente afirmación: “La mayoría de las personas están mejor en una economía de libre mercado, aunque algunas personas sean ricas y otras pobres”, expresó su rechazo el 48%, el mayor nivel de rechazo entre 44 países emergentes encuestados.

El nuevo gobierno asumirá con significativos problemas a solucionar. Seguramente las expectativas sobre la nueva conducción serán altas. Sin embargo, de acuerdo con lo revelado por las encuestas presentadas los argentinos somos hoy muy cautelosos en expresar optimismo respecto del futuro de corto plazo, estamos convencidos de que existe un ambiente donde el delito y la corrupción son un problema serio y mostramos un muy bajo nivel de credibilidad respecto de las instituciones. Asimismo presentamos una alta desconfianza sobre las políticas de libre mercado.

En base a todo ello, será fundamental que el nuevo gobierno haga un cuidadoso manejo del cambio, exponiendo claramente los objetivos, llamando a toda la sociedad a apoyar los cambios necesarios y convocando a los mejores (motivados y honestos) que quieran sumarse al desafío. Deberán comunicarse con transparencia los instrumentos, avances y dificultades; y proteger durante el proceso de cambio a los más débiles: con educación, facilidades para acceder al mercado laboral, fundamentalmente para los más jóvenes, y seguridad de acceso a los servicios públicos. Será importante establecer las redes de seguridad que sean necesarias (manteniendo, luego de la debida revisión, las actualmente vigentes)  y controlar en forma continua que dichos sistemas de seguridad propendan al desarrollo de los más desprotegidos para que no sean, una vez más, el instrumento de renovados populismos.