Asumido el nuevo Gobierno y develadas las incógnitas inherentes a la solución de los desajustes económicos existentes en la actualidad, nos encontraremos probablemente ante un horizonte de mayor confianza y certidumbre (“bienes” tan relevantes como la soja, pero que no nos han visitado desde ya hace bastante tiempo), que redundará en 2016 en incipientes inversiones y en nuevo y mejor financiamiento. Ello producirá un cambio en la tendencia de crecimiento económico hacia fines de año y se extenderá al 2017.
Esta recuperación será efímera si no encontramos los caminos para volver a crecer en forma sostenida y con ello propender a mejoras no sólo en los ingresos per cápita, sino en variables sustantivas y relevantes como la pobreza, la equidad, la infraestructura, la calidad de la salud, la vivienda y la educación, entre otras.
Crecer en forma sostenida es una condición que nuestro país no pudo mostrar por períodos prolongados y en aquellos en los que exhibió prosperidad no fue debido a la competitividad del país, sino a factores externos, como los buenos términos del intercambio o la disponibilidad de financiación cuando el contexto internacional era signado por una abundante liquidez. Extinguidos estos factores, volvimos a atravesar, como en la actualidad, crisis de balance de pagos y los ya conocidos ciclos de “Stop and go”.
Crecer en forma sostenida es nuestro mayor desafío pensando en el futuro de las próximas generaciones de argentinos. Debe ser señalado el hecho de que las condiciones favorables mencionadas arriba no se presentarán en el corto y mediano plazo: el mundo se encamina a un crecimiento anémico en los países desarrollados, a una desaceleración en el crecimiento chino y brasileño y un contexto de tasas de interés crecientes. En suma: el viento de cola se ha terminado.
Todo ello hace que, más que nunca, dependamos de nuestra propia capacidad para alcanzar un crecimiento sostenible que nos conduzca al tan ansiado desarrollo. Para ello, luego de solucionados los desequilibrios macro, se deberá trabajar en los sectores económicos, fundamentalmente sobre los más competitivos y promisorios (agro, minería, petróleo y gas, alimentos, farmacéutica, bienes culturales), remover las barreras que impiden su expansión e incentivar su desarrollo, fundamentalmente el exportador, mediante políticas activas. Estos sectores han sido afectados en su capacidad exportadora por el atraso cambiario, la presión tributaria, el costo del capital, el de la logística y la incertidumbre. Asimismo, deberán fijarse horizontes de certidumbre a los sectores menos competitivos ante una gradual, pero imprescindible, apertura comercial.
Al mismo tiempo deberemos comenzar a trabajar en mejorar las bases y los factores que hacen a la competitividad estructural. Cambio trascendente en la concepción del crecimiento en una sociedad que, en todos sus estamentos, hace muchos años se amoldó a vivir en consonancia con un país cerrado, con escasa competencia, baja relación entre el comercio total y el producto bruto, alto nivel de gasto público y consecuente presión tributaria. Hoy, pese a nuestra todavía sólida base industrial, nos encuentra primarizados y otra vez dependiendo en forma desbalanceada de los precios de los commodities y de la suerte de China y Brasil.
Llegó el momento de ir hacia mayores grados de libertad económica cuidando, asimismo, los equilibrios necesarios que hagan que el camino hacia esa libertad esté en sincronía con los esfuerzos y las adaptaciones necesarios para evitar posibles impactos sociales y así resguardar a quienes se encuentren en situación de mayor vulnerabilidad.
Volver a crecer sana y sostenidamente es el gran desafío. En 2008, una comisión creada con el propósito de analizar qué habían hecho los países que más habían crecido en forma continua durante los últimos años, y que fue liderada por los premios Nobel de Economía Michael Spence y Robert Solow, produjo un informe denominado The Growth Report: Strategies for Sustained Growth and Inclusive Development. Este concluyó que dichos países mostraron como factores comunes las siguientes características: habían explotado al máximo la economía mundial; mantuvieron la estabilidad macroeconómica; lograron altos niveles de ahorro e inversión; dejaron que el mercado asigne los recursos y tuvieron Gobiernos comprometidos, creíbles y capaces.
Parece adecuado pensar que para lograr crecimiento económico sostenible deberemos seguir estos lineamientos, que no son otra cosa que mejorar significativamente los factores determinantes de la competitividad del país.
Para ello se requerirán buenos niveles de diálogo y articulación ente los actores que son determinantes para alcanzar una Argentina más competitiva. El Estado, las empresas y la sociedad civil (fundamentalmente los sindicatos y las estructuras políticas) son los engranajes principales de un mecanismo que, al funcionar de manera conjunta, continua y proactiva, sienta las bases para la elaboración de políticas que fortalezcan la competitividad, la riqueza y la prosperidad. Si a ello se suma un marco constitucional donde se respeten las normas de convivencia materializadas por el Estado de derecho, el resultado deriva en un ciclo virtuoso que lleva a una mejora de la competitividad.
En este sentido será fundamental estar atentos a la conformación de un plantel de funcionarios que, como lo definió la comisión liderada por Spence y Solow, deberán ser comprometidos, creíbles, capaces, honestos y estar imbuidos en el valor de la transparencia: he ahí el gran desafío para la nueva etapa que inicia la Argentina.