Cualquier análisis político resulta parcializado cuando se exteriorizan circunstancias como las actuales. Los acuartelamientos policiales, seguidos de inmediatos saqueos, la viralización en varias provincias del método que germinó en Córdoba, el estado de indefensión ciudadana, la anomia social, son elementos que mal pueden analizarse de manera total y unívoca. Las respuestas pretendidamente simples y sintetizadoras no explican lo que sucede. La teoría conspirativa de una inteligencia ordenadora tras los desmanes policiales y delictivos no parece verosímil. Tampoco cabe sentarse sobre la simple teoría de que se debe todo a una mera ecuación económica. Aún no hemos entrado –ojalá no lo hagamos– en una crisis económica similar a la de 2001, y sin embargo presenciamos hechos que parecen haber salido de su archivo.
Argentina padece una fractura social profunda, producida quizás por una combustión de elementos que vimos crecer durante décadas: la trampa y la excepción en desmedro del respeto a la ley; la pretensión de igualar hacia abajo en lugar de la meritocracia; el cortoplacismo en lugar de la fe en el futuro; el toleramiento y legitimación de la violencia pequeña y cotidiana, que fue la punta de lanza para la violencia grande. El análisis pormenorizado de los elementos que provocaron la crisis de diciembre excede a éstos párrafos. La pregunta que cabe contestar aquí es cómo se ha movido o no la política durante el conflicto y que resultados –políticos– han obtenido los diferentes actores.
La primera conclusión es que el caos social generó un desgaste importante en la figura del flamante Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. El nuevo aire para el kirchnerismo que trajo aparejado el cambio de discurso y de gabinete, a partir del 18 de noviembre, parece haberse enrarecido a partir no sólo de los conflictos en sí mismos, sino de algunos movimientos desafortunados, como el haber negado el envío oportuno de gendarmes y el insistir en la teoría etérea de una mano negra tras los desmanes. Tampoco se ayuda a sí mismo Capitanich exponiéndose diariamente a los micrófonos. En la más de las oportunidades, al no tener nada concreto que decir, ha terminado empantanado en su propia madeja conceptual.
La línea oficial nos lleva, por supuesto, a analizar la presencia y ponencia de la Presidenta. Se habló mucho sobre si debía o no hacerse el acto por los 30 años de democracia, dada la gravedad de la situación. Consideramos que realizarlo tenía sentido, no sólo por la efeméride, sino porque era justamente una oportunidad para paliar la situación. Ahora bien, lo que debería haber sucedido es que la Presidenta, en lugar de festejar, diera un discurso serio y consciente sobre lo que pasaba, refiriéndose a los muertos, a sus familias; conminando a los policías de todas las provincias a volver a sus funciones; poniéndose a disposición de los gobernadores, tranquilizando a la población. Creo que hubiera funcionado como un aliciente social. Como explica Freud en “Psicología de las masas”, es necesario cierto grado de identificación con el líder social –en este caso político–. No obstante Cristina Fernández, en lo que consideramos un desacierto político, soslayó el tema, no logrando que los ciudadanos preocupados por la situación se identifiquen con ella. El resultado fue una imagen deslucida, donde la Presidenta pareció indiferente a la sociedad, y recíprocamente la sociedad pareció indiferente a la propuesta del gobierno para celebrar la fecha. Gestos quizás. Pero de gestos está hecha la política, sobre todo la argentina.
La oposición también hizo algunos gestos (y no mucho más). Sergio Massa, quien nunca pudo disfrutar en toda dimensión de su triunfo, dada la licuación del resultado electoral a través de varios acontecimientos –fallo sobre ley de medios, cambio gabinete y saqueos– se puso declarativamente a disposición del gobierno nacional y provincial. Daniel Scioli, preocupado y ocupado por contener lo que pudiera ocurrir en territorio bonaerense, dejó de lado la campaña presidencial –que debía lanzar por éstos días– para evitar una crisis provincial. Hasta ahora, ha logrado tener éxito. Hermes Binner y Julio Cobos tuvieron reuniones en las que pidieron reactivar el proyecto de “Acuerdo de Seguridad Democrática” que data de 2009. Mauricio Macri, con alguna ventaja sobre el tema, dado que los buenos sueldos de la Policía Metropolitana están atados a los del Poder Judicial, se permitió exhortar a la Presidenta a que le hable a la sociedad, y aclaró que no justifica ningún tipo de saqueo por cuestiones sociales. Por su parte, Elisa Carrió, quien se autoposiciona como una especie de Cassandra (a quien Apolo le dio el don de la profecía y la maldición de que nadie le creería jamás), dijo que la situación es el producto de una lucha intestina del Partido Justicialista que ella viene denunciando.
¿Quiénes empeorarán políticamente a causa de este desagradable escenario? ¿Alguien capitalizará políticamente lo acaecido? Todavía es prematuro analizarlo. Luego de los cambios de gabinete y de discurso, el nivel de aprobación de Cristina Fernández había trepado al 42% a nivel nacional, luego de un 33% en septiembre. La desaprobación, había caído del 57% al 47%, según Management & Fit. Los cambios de gabinete y algunos gestos de moderación y seguridad jurídica, habían sido bien acogidos por la sociedad y los mercados. Pero de nuevo, la situación Argentina se agita y hay que esperar que todo se estabilice un poco, para poder analizar con mayor precisión.