Aunque Cristina Fernández de Kirchner suele mencionar casi como el único error político de su marido la designación de Julio Cobos como vicepresidente, la aparición de un video en esta última semana puso en el tapete a un personaje que le trajo al kirchnerismo un gran problema faltando pocos días para las elecciones legislativas. Juan Cabandié fue el niño mimado de Néstor Kirchner, quien lo “adoptó” como tal cuando el 24 de marzo de 2004 leyó una emotiva carta en la ex ESMA (lugar donde había nacido) durante un acto oficial.
Siendo el nieto recuperado número 77 y favorecido por el mismísimo dedo presidencial, comenzó desde allí una militancia en el kirchnerismo (actualmente es legislador porteño) que hoy lo pone como candidato a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires. Sin dudas, Cabandié representaba para el presidente electo en 2003 por sólo el 22% de los votos un fuerte sostén y blindaje para su idea de cooptar los derechos humanos como bandera de gobierno. Lo necesitaba quien nunca en su carrera política había hecho declaración pública alguna sobre el tema ni había tomado ninguna medida de gobierno (como intendente o gobernador) tendiente a reconocer y darle entidad a quienes habían sido víctimas de la última dictadura militar.
Es parte del imaginario popular creer que las relaciones que se establecen entre políticos de distintos partidos están siempre enmarcadas en discusiones y acusaciones cruzadas, como suele ocurrir por ejemplo (y siempre ante las luces de la televisión) en los debates del plenario de la Cámara de Diputados. La realidad es que muchos de estos políticos que se denostan en público, son amigos en privado y esto permite, entre otras cosas, tener una convivencia política más amigable y democrática al margen de las identidades partidarias. Esto no sucede con la mayoría de los dirigentes de La Cámpora.
Ellos, con la complicidad de la pareja presidencial, han construido una organización juvenil que ha tomado la administración del Estado por asalto. Esa prepotencia y aires de superioridad son los que quedaron en evidencia en el reciente video de un Cabandié maltratando a la agente de tránsito de Lomas de Zamora. Sin embargo, basta repasar los comentarios e incidentes protagonizados por Julián Álvarez (secretario de Justicia), José Ottavis (legislador bonaerense), Mariano Recalde y Andrés “El Cuervo” Larroque, entre otros conocidos dirigentes de la agrupación juvenil kirchnerista, para comprobar que no es el único de sus miembros con esa reprochable actitud.
Dentro del ideario camporista no está la posibilidad de disculparse ante una ofensa puesta al descubierto. Lo que Insaurralde, como intendente del municipio donde ocurrió en el mes de mayo el incidente, hizo tan pronto pudo reunirse con la agente de tránsito fue disculparse (hasta ofreció devolverle el trabajo), algo que Cabandié no supo o no quiso hacer hasta el momento. Ni siquiera el probable perjuicio electoral para su partido lo indujeron a ensayar un descargo que no sea la acusación y el contragolpe. Que lo intentaron coimear, que es una operación política de Gendarmería para perjudicar al gobierno y que es una sucia maniobra de campaña fueron algunas de las excusas que esgrimió. Aunque todo esto sea cierto, no lo exculpa de lo visto y oído por todos. Como bien señala el abogado y periodista Román Lejtman: “el móvil de la aparición de una información (que se comprueba veraz) no es lo importante”.
Desde otros sectores del oficialismo, más afectos a la moderación, intentaron un ejercicio de control de daños. Martín Insaurralde se apuró a despedir al director de tránsito del municipio Ramón Guelardi por haber despedido a la agente Mosquera, aunque sea demasiado evidente que resulta tan solo el chivo expiatorio. Fue más lejos y declaró que “como hombre, nunca maltrataría a una mujer”, transformando esta declaración en la más dura hecha por un político para diferenciarse de Cabandié. Esto y el reconocimiento por parte de Daniel Filmus acerca del error cometido por el legislador porteño frenaron el intento por investigar a quien fue víctima de la soberbia y del correctivo que Juan pidió y que efectivamente se concretó en la destitución posterior de la joven agente de tránsito.
Si Cabandié fue el error político de Néstor que queda en evidencia en este momento, Amado Boudou es el error político candente de Cristina. Previa a la convalecencia de la presidente, Boudou había sido apartado completamente de la campaña electoral enviándolo en misiones oficiales a cuanto país se lo pudo “despachar”. Para quienes vieron la entretenida comedia Presidente por un día (protagonizada por Kevin Kline y Sigourney Weaver) podrán recordar el parecido itinerario armado en el exterior para aquel incómodo vicepresidente (por otros motivos y con cualidades bien diferentes a las de nuestro vice), como también ver reflejados en Carlos Zanini y Oscar Parrili a los dos funcionarios que se encontraban manejando los hilos detrás del sustituto elegido (por su extraordinario parecido) para aquel presidente convaleciente.
Catalogado por un dirigente peronista como “jarrón chino” (porque no saben dónde ponerlo), como presidente en ejercicio, Amado está en la difícil tarea de hacer acto de presencia para evitar la sensación de acefalía sin restarle votos a un Frente para la Victoria debilitado tras las PASO. En plena campaña electoral, a nadie se le escapa que es el político con mayor imagen negativa. Ante el aluvión de críticas que generó tener a un vicepresidente tan sospechado por la causa Ciccone, los funcionarios del gobierno no tuvieron más remedio que defenderlo en público mientras que le escapan en privado. Esas críticas de los políticos opositores, sin duda con voluntad electoralista y especulativa, no ocultan que el verdadero problema que Boudou genera es en el interior del oficialismo. El error político de elegirlo como vicepresidente, que se pone de manifiesto a partir de la mencionada causa, se gestó mucho antes. Catalogado por el diario El País de España como “el gran aplaudidor”, Amado Boudou no reunía las características necesarias para ocupar semejante cargo. Su frivolidad, su falta de trayectoria y de convicciones, su impostada simpatía y su forzado servilismo no fueron suficiente razón para evitar que este adulador por excelencia fuera parte de la fórmula presidencial en 2011.
En un sano ejercicio de convivencia social pero también de buen gobierno, sería bueno comprender que ser víctima no te da sabiduría y que ser obsecuente no te otorga capacidades. Parece un razonamiento básico pero efectivamente se actuó, en ambos casos, exactamente de manera contraria.