A esta altura, el kirchnerismo pasó a ser una cuestión de fe, o se tiene o no se tiene, no hay mucho más para explicar; o al menos a eso apuesta Cristina Fernández de Kirchner en el último período de su gobierno. Inmersos en la crisis económica más auto infligida de la historia moderna, cuando las variables externas aún dan oportunidades para un vigoroso crecimiento, el gobierno, en base a caprichos, terquedades ideológicas y gestos demagógicos logró encaminar al país y a su economía hacia la temida estanflación.
Ante estas circunstancias, sabiendo de la imposibilidad de una reelección y admitiendo que vastos sectores de la sociedad “no la comprenden” y ya no le otorgarán su favor, la presidente optó por refugiarse en los fieles y extremar la presión hacia la incondicionalidad. Tanto es así que en su último discurso por cadena nacional, al referirse a la moratoria previsional que ponía en marcha y comparándola con un plan elaborado durante el gobierno de su esposo, se le escapó que “…la anterior moratoria fue abierta y por allí tuvo la jubilación gente que por ahí hasta te critica”. Hubo un intento inmediato de desdecirse pero la frase es más que elocuente. A la basura la ilusión de que gobierna para todos, al menos para aquellos que aún querían creer en ello.
Otra muestra más de esta decisión pasa por la creación de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, dependiente del Ministerio de Cultura, y la designación como su titular a uno de los fundadores de Carta Abierta, Ricardo Forster. Aquí hay una doble lección de Cristina: por un lado, el premio a un “espacio” (como les gusta ser llamados) que acaba de dejar en claro en su última carta que el gobernador Daniel Scioli no los representa y, por el otro, un mensaje que resulta una afrenta hacia la austeridad que en momentos de vacas flacas reclaman amplios sectores de la sociedad. Incluso, de haberlo deseado, podría haber optado por premiar a este fiel intelectual (valga la contradicción) con otro cargo y tarea o, en última instancia, ponerle a su Secretaría un nombre que no fuera tan irritante.
La lógica política convencional indicaría que estando el vicepresidente Amado Boudou pendiente de una complicada situación procesal, y con un casi seguro procesamiento cayendo sobre sus hombros, este sería apartado de la palestra para que su desgaste no impacte sobre la Presidente. Sin embargo, en los últimos actos ha aparecido en primera fila y con el permiso para exhibir su habitual tono exultante, al tiempo que se les ordena a los medios aliados que den el mayor “aire” posible a las insólitas explicaciones que ensaya por estos días. Una estrategia política ordinaria juzgaría apropiado también apartar de la corriente central del kirchnerismo al ex piquetero Luis D´Elia, quien goza de una imagen pública que llega hasta el subsuelo. Sin embargo, este fue parte del mismo auditorio que aplaudió a rabiar los anuncios sanitarios de la presidente el pasado miércoles en Casa Rosada.
Está claro que los candidatos más moderados dentro del Frente para la Victoria sufren con esta situación. El más afectado es sin dudas Daniel Scioli, aunque también lo padece el ministro del Interior Florencio Randazzo que hace un delicado equilibrio para evitar pronunciarse sobre ciertos temas, concentrarse en mejorar el transporte público (principalmente el sistema ferroviario) y tratar al mismo tiempo de generar cierta confianza en el kirchnerismo puro y duro.
Tanto ministros como dirigentes oficialistas ya se han dado cuenta de que la estrategia mediática de dar notas y explicaciones solamente en los canales oficialistas no tiene ningún rédito político-social y sin embargo, cuando parecía alumbrarse algún resquicio en ella, incluso con participaciones de conspicuos kirchneristas en ciclos del canal TN, todo volvió a foja cero, con un reagrupamiento en programas “amigos” y de poca audiencia. Esta preservación sobre los fieles elimina cualquier posibilidad de pensamiento crítico dentro del partido de gobierno, por escasa que fuera hasta el momento.
El politólogo canadiense David Easton cobró notoriedad por la aplicación de la teoría de sistemas a las ciencias sociales. En el estudio del sistema político, el académico observó que se producen interacciones en forma de entradas y salidas (inputs y outputs) entre la sociedad y el gobierno que generan a su vez un feedback, el cual permite la retroalimentación permanente del sistema. Las entradas que el sistema político recibe (en este caso el gobierno de Cristina Kirchner) se pueden agrupar como apoyos y demandas; y las salidas, están compuestas por decisiones y acciones de gobierno. En el contexto del kirchnerismo religioso actual, las entradas a las que el sistema da cabida son solamente los apoyos y las salidas que el gobierno genera también responden exclusivamente a éstos, por lo cual sus políticas tienden a enfocarse exclusivamente en los intereses de los “propios”.
La Presidente sabe que todos estos gestos y acciones no son gratuitos y por lo tanto queda clara la estrategia de elevar la demostración interna de poder y efectuar un contundente aviso para quienes internamente se ilusionen con practicar un kirchnerismo a la carta. En este contexto, no parece viable una radicalización ideológica de la presidente (de hecho el acuerdo con el Club de París y el resarcimiento a Repsol son bastante elocuentes) sino que hay un pedido implícito y explícito a sus militantes y empleados (en el amplio sentido de la palabra) de consustanciarse en un apoyo total y absoluto –a libro cerrado- a las decisiones que la Presidente y su círculo más íntimo impulsen. Esto no implica un período fácil para sus adversarios políticos (cierto entendimiento con el PRO de Mauricio Macri es algo meramente circunstancial) sino que, ahora más que nunca, queda la sensación de que Cristina Kirchner pretende dar una batalla frontal a quienes se le oponen (interna y externamente) para plasmar aquella frase del ex presidente Juan Domingo Perón: “Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia”.