Pro.Cre.Auto o cómo tapar errores

Alexander Martín Güvenel

El pasado 23 de junio, la Presidente anunció el lanzamiento del Pro.Cre.Auto. La creatividad nunca es usada para la denominación de este tipo de planes pero esto es lo de menos cuando nos damos cuenta de que tanto éste como otros de similares características tienen un origen -errores del propio gobierno- y un destino -el fracaso- comunes. Efectivamente, este plan de financiamiento para la adquisición de algunos modelos de automóviles, lo anuncia el gobierno en un momento en que las automotrices calculan una baja en las ventas cercana al 40% respecto al año pasado. Hay 3 motivos principales para esta notable reducción: la caída de las exportaciones a Brasil, la devaluación de nuestra moneda y el impuesto extraordinario sobre los autos que, de acuerdo a los actuales valores de las unidades, no recae exclusivamente sobre los modelos y marcas denominadas “de alta gama”. Como mínimo, en dos de las tres causas principales, la responsabilidad es directamente del Gobierno nacional.

“Cuando hay caída del consumo o problemas en la economía se lanzan descuentos, pero acá hicieron al revés”, les espetó a los empresarios del sector automotor durante el anuncio. La Presidente jamás reconoce los propios errores que llevan a que estos problemas se reproduzcan, de lo contrario sería difícil entender frases como la que antecede. En lugar de corregir las malas políticas públicas que generan los trastornos, Cristina Kirchner opina sobre las estrategias comerciales de las empresas hasta el punto en que ella misma se pone en ridículo, al menos ante el público que posee cierto conocimiento acerca del manejo de un negocio o bien que trata de usar algo de sentido común.

El gobierno ha hecho una épica de las políticas que denomina activas. Sean los planes Pro.Cre.Ar (para la construcción y remodelación de viviendas), el recién mencionado Pro.Cre.Auto o los extinguidos planes para todos: créditos, bicicletas, taxis, ropa, carne, pescado y hasta milanesas. Estas políticas con las cuales la presidente se complace, no son más que una cabal muestra del fracaso de un rumbo político y económico. Se calcula que en países como Japón las políticas y el marco legal, que permite tanto a empresas y particulares como a gobiernos planificar a mediano y largo plazo, tienen una vigencia no menor a 30 años. En países como el nuestro, los cambios son casi diarios. Todo esto que nos aleja del “aburrimiento”, también es un atentado al progreso del país.

Este gobierno ha confiado demasiado en el “viento de cola” que el contexto global y la salida del pozo más profundo en que la economía argentina haya estado alguna vez le brindaron y creyó que las consecuencias negativas de las políticas populistas implementadas nunca los iban a alcanzar. Cuando los problemas se hicieron más evidentes recrudeció el viejo y conocido mecanismo de buscar el enemigo externo: los empresarios, el FMI, la oposición, los medios de comunicación, la justicia y ahora, los fondos buitres y el juez Griesa. En lo que respecta a esto último, el gobierno se encontró un escenario con el cual no está muy habituado a lidiar porque a los titulares de los bonos argentinos no reestructurados no les interesan en lo más mínimo las diatribas presidenciales ni su imagen pública, porque la jurisdicción que los ampara no depende de jueces ligados a la política argentina y porque luego de un enfrentamiento directo siempre han quedado en mejores condiciones de negociación que el gobierno argentino.

Todos los gobiernos, sobre todo los de corte populista, son abonados a la permanente exaltación de las “políticas activas”. Si tomamos como válida esta terminología, deberíamos oponerlo con las “políticas pasivas”, concepto que, de utilizarse, no tendría adherente alguno. Toda política activa (hago la salvedad de que no termino de entender realmente la adjetivación) que se genere en un marco no acorde tiene destino de caer en un saco vacío y representar incluso para el gobierno y el conjunto de la sociedad un esfuerzo inútil. Tal vez el mejor ejemplo de esto sea la política de exención fiscal y proteccionismo en Tierra del Fuego: una enorme masa de recursos destinada a un polo supuestamente industrial que, de recibir otro destino, tendría una eficiencia enormemente superior. Todo ello sin contar con el perjuicio que para millones de argentinos representa tener que abonar más del doble por la tecnología y al mismo tiempo tener que ejercitar la paciencia (o usar canales no convencionales) para acceder a lo último que el mundo ofrece en la materia, todo lo cual sin dudas repercute en el nivel de productividad de individuos y empresas.

Seguramente no le caería bien la comparación a ningún miembro del gobierno pero todos estos planes tienen una reminiscencia con los Planes de Competitividad que Domingo Cavallo quiso implementar como ministro de Economía de Fernando De la Rúa a partir de mayo de 2001 y que intentaron dotar de aire fresco a empresas que ya estaban en serias dificultades para honrar sus compromisos dada la crisis general de la economía y las nulas respuestas que el gobierno podía dar al fondo de la cuestión, con una convertibilidad insostenible y un nivel de deuda que resultaba impagable.

Así como lo fueron aquellos planes de competitividad del ex ministro Cavallo, los que la Presidente anuncia son la respuesta intempestiva, voluntarista e irracional de una problemática generada en la mayoría de los casos por el propio gobierno. ¿Qué son los planes de ropa, carnes, autos, heladeras y demás sino una torpe e ineficiente respuesta a la inflación que el propio gobierno generó y acumuló durante años de erradas políticas (fiscal, monetaria y de generación de confianza)?

Sin dudas que las medidas de gobierno más “aburridas” y de nombres sobrios (o carentes de él), los anuncios menos estridentes y las promesas más modestas son las que más reditúan al conjunto de la sociedad. Sin embargo, es lo más fácil culpar a los políticos por la propensión a hacerse ver como “grandes proveedores de felicidad”, pero correspondería a la sociedad entera hacer un mea culpa de lo fácil que les resulta vendernos esos espejitos de colores.

Establecer bases sólidas, dar previsibilidad a empresas y personas, evitar los anuncios grandilocuentes, reconocer que la generación de riqueza proviene de la sociedad y no del gobierno para así poner a éste a su servicio, deberían ser los principios sobre los que se asiente la República a partir de la elección del próximo gobierno dado que es difícil albergar alguna esperanza de que Cristina Kirchner pueda virar 180º su timón.