Mientras que los problemas reales de los argentinos pasan sin dudas y para todos (tanto detractores como militantes del kirchnerismo) por la inflación, la recesión económica, la inseguridad y los despidos que cada vez afectan a más actividades, el gobierno de Cristina Kirchner se esfuerza por encarar cuestiones que sólo responden a su manía por sostener el relato. Así fue como a toda marcha ingresaron al Congreso Nacional los proyectos para modificar la Ley de Abastecimiento y la pomposamente denominada Ley de Pago Soberano, que pretende cambiar al agente fiduciario para de esta forma eludir el cumplimiento del fallo del juez neoyorquino Thomas Griesa. Por si esto fuera poco en cuanto a proyectos o ideas que sólo sirven a los efectos de no perder el dominio y la iniciativa en la agenda política, la presidente no se privó de mencionar en su discurso del pasado martes en la provincia de Santiago del Estero la posibilidad de mudar la Capital Federal al interior del país. Casualmente (o no) la propuesta llega junto con el apoyo a la pareja gobernante en aquella provincia, Claudia Ledesma (actual gobernadora) y Gerardo Zamora (ex gobernador, actual senador y segundo en la línea de sucesión presidencial), que ponen en juego su poder con la elección de intendentes y concejales que tendrá lugar este domingo y que se presenta ampliamente favorable al radical kirchnerista.
En este contexto, el pasado jueves, los sindicalistas opositores Hugo Moyano y Luis Barrionuevo junto a la CTA de Pablo Micheli y organizaciones de la izquierda gremial fueron a un paro que intentó reeditar el que había tenido lugar el pasado 10 de abril. Cual partida de golf pero sin árbitro y en presencia de contendientes sumamente tramposos y poco honorables, se desarrolló un juego de acusaciones previas, durante y a posteriori de la medida de fuerza que corrieron el foco de lo que realmente preocupa -y que difícilmente admita algún tipo de discusión- y es que Argentina está en una situación económica que dista mucho de ser la mejor. Seguramente muchos de quienes quisieron concurrir a su lugar de trabajo no pudieron hacerlo por falta de medios de transporte y otros tantos que encontraban motivos para adherirse o protestar tuvieron que asistir por temor a perder su trabajo pero, ¿es esto realmente lo importante? Los que trabajamos, como fue mi caso, ¿lo hicimos porque avalamos las políticas de este gobierno?; los que faltaron, ¿lo hicieron para apoyar a los sindicalistas Moyano y Barrionuevo? Intuyendo con sólidos fundamentos que ambas respuestas son negativas para la mayoría de los casos, la discusión pasa a ser de política minúscula.
Es probable que el mayor o menor éxito de la medida de fuerza influya sobre el poder de los sindicalistas que convocan y en su pelea interna para liderar el movimiento obrero pero esto tiene sin cuidado a la gran mayoría de los argentinos. Sabemos también que el gremio de la UTA, liderado por Roberto Fernández, logró que el gobierno se retractara en su decisión de no subsidiar al transporte de larga distancia y por lo tanto fueron más permeables al pedido del ejecutivo de no ser parte de la huelga. Como sostuvo el propio Fernández, “estamos de acuerdo con todos los reclamos, pero lamentablemente en este momento, por la situación económica que vive el país, no compartimos el paro”. Esta situación, reconocida incluso por todo el sindicalismo cercano al gobierno, diluye cualquier intento del jefe de gabinete y otros funcionarios por “festejar” que la adhesión al paro haya sido menor a la esperada por sus organizadores.
Algunos de los reclamos concretos que se hicieron durante la protesta también carecen de un análisis básico de la realidad que nos toca vivir. Sin dudas, los aumentos logrados en las paritarias no alcanzan a cubrir el alza generalizada de precios y de allí que parezca lógico el reclamo de reapertura de paritarias pero la cruda verdad es que los empresarios tienen dificultades incluso para cubrir sueldos efectivamente depreciados por la inflación. Este flagelo, que la gran y abrumadora mayoría de países del mundo resolvió y archivó en el cajón de los recuerdos más tristes, se combina aquí y ahora con una recesión ya instalada que ni siquiera el maniatado Indec puede ocultar.
Estos problemas por los que transita el país fueron largamente anunciados por voces de distinto calibre, aunque todas ellas fueron debida y contundentemente reprendidas, repudiadas y descartadas por el gobierno y su monumental aparato de propaganda. Cuando la plaga se ha vuelto a instalar entre nosotros, el camino elegido vuelve a ser patear la pelota afuera. Encontrar culpables de problemas por ellos generados fue siempre una característica muy aceitada en el universo kirchnerista.
Como bien dijo Steve Jobs en ese discurso para los egresados de Stanford en el año 2005, y que ante su lamentable deceso ha quedado como parte de su herencia más importante a nivel simbólico, los puntos siempre se unen hacia atrás, y Cristina Kirchner, que sin dudas toma muchas decisiones en base a impulsos emocionales, ha previsto y elegido concienzudamente también llevar adelante políticas de corte populista y para ello ha impulsado cambios institucionales que le permitieron profundizarlas. Dos de los más relevantes fueron la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central (expulsión mediante de su entonces titular Martín Redrado) para transformar al presidente y su directorio en simples ejecutantes de políticas económicas y monetarias emanadas desde la presidencia; y la estatización compulsiva y forzosa de las jubilaciones, que fue decidida para dotar a la ANSES de mayores recursos para la ejecución de políticas originadas con exclusividad por la Jefa de Estado. Por encima de los argumentos utilizados, lo cierto es que el gobierno ha usado al Banco Central como si fuera parte del Tesoro Nacional acumulando así una deuda con el organismo (supuestamente) descentralizado de más de U$D 50.000 millones, de la misma forma en que ha usado los fondos de la seguridad social, y particularmente de los futuros jubilados, para financiar políticas de distinto tipo a través del denominado Fondo de Garantía de Sustentabilidad que tiene la “generosidad” de adquirir todas las Letras del Tesoro Nacional que el gobierno pone convenientemente a disposición. En este sentido, hay que reconocer que el kirchnerismo ha dejado demasiadas pistas en el camino como para lograr que muchos neo opositores deban adoptar su mejor cara de póker para afirmar convincentemente que había una esencia en los Kirchner que no alcanzaron a divisar a su debido tiempo.