Una iniciativa denominada Argentina Debate y de la cual participan más de cuarenta organizaciones de la sociedad civil puso como objetivo hace más de un año y medio poner fin al “cuco” de los debates presidenciales. Para ello se valió de algo poco ejercitado durante el kirchnerismo, la búsqueda de consenso. Con este objetivo logró ir ampliando su base de sustentación, dándole forma, un manual de procedimiento, una plataforma de transmisión democrática y plural y, fundamentalmente, estableció un mecanismo de diálogo entre los protagonistas del debate. Todo este trabajo, que tendrá su coronación el 4 de octubre a las 21 hs en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, se ve opacado por la decisión de no asistir por parte del candidato del Frente para la Victoria. El clásico de la política argentina, donde el que va al frente no debate, se volverá a repetir en estas elecciones. Efectivamente, Daniel Scioli, que fue parte de las negociaciones y de los acuerdos a través de sus emisarios, hace honor a esa regla no escrita de la política vernácula que impide una confrontación de ideas al estilo de las democracias consolidadas y también de varios de los países de América Latina.
¿Cuáles serían las razones que hicieron que finalmente -y como era de esperarse- el gobernador y su equipo de campaña hayan decidido no participar del debate? Al margen de lo antedicho, con el primer puesto obtenido en las PASO y un escenario que parece no haberse modificado, hay otras motivaciones detrás de la negativa. Todos sabemos que el estilo del exmotonauta no es la confrontación, y un debate donde no solamente habría periodistas preguntando sino que también está prevista la interpelación entre candidatos no es el mejor escenario para Scioli. El equilibrio que necesita -y tanto sabe ejecutar- para pescar votos de los que quieren un cambio (moderado, tal vez) y de los que se resignan a la continuidad del modelo K a través suyo (como transición para muchos de ellos, tal como lo expresó la propia Estela de Carlotto) es lo que más se vería cuestionado en un debate amplio. Scioli pide permanentemente que confíen en él como sujeto político, es el más claro ejemplo de la personalización de la política. Su estrategia es mostrarse y decirse previsible para que el votante deposite en él el deseo de llegar a buen puerto. De allí también la apelación a su historia de vida, a la desgracia personal, al éxito deportivo. Este es el candidato que desean mostrar, los detalles quedan para el elector, es un Scioli para armar.
¿Cómo haría el gobernador bonaerense para proponer una Argentina donde la infraestructura y la obra pública sean sus bases de crecimiento mientras la realidad de la provincia que administra desde hace 8 años es claramente deficiente en estos aspectos? ¿Cómo proponer un shock de inversión extranjera directa cuando quien encabeza la lista de diputados nacionales por la ciudad de Buenos Aires es un persistente expulsor de estas a través de su discurso y las medidas de Gobierno que llevó adelante? ¿Cómo prometer la baja de la inflación cuando, por un lado, se la niega y, por el otro, se evita aplicar medidas concretas para lograr ese objetivo? Son todas cuestiones que Scioli puede prometer como eslogan de campaña, pero que difícilmente pueda sostener ante preguntas o bien ante la inquisición de sus rivales políticos.
La apuesta de Scioli para alcanzar el Gobierno (en primera vuelta, si es posible) sigue siendo la misma: presentarse como un candidato a la medida del votante. El gobernador puede ser lo que el votante quiere que sea. Por eso es que su principal virtud es haberse afirmado como un político camaleónico, exento del sube y baja de la política argentina desde finales de los años noventa. Así fue que logró mantenerse en los primeros planos habiendo sido menemista, duhaldista, kirchnerista y sciolista en etapas sucesivas. Por eso es que ha podido defender con igual ahínco las privatizaciones de Carlos Menem como las estatizaciones de Kirchner.
Los gobernadores peronistas lo animan a hacer su propio camino, sin enfrentar al kirchnerismo, pero sí con una lógica opuesta. Tienen la esperanza de una construcción más federal del poder. No tolerarían un nuevo período de imposiciones que solo les permitió ser actores de reparto en el teatro kirchnerista. Especulan con que un presidente a quien ellos consideran un par pueda darles el rol que con Néstor y Cristina no tuvieron. La dependencia presupuestaria seguirá siendo la misma, pero apelan a la buena voluntad del gobernador; ellos también armaron su propio Scioli.
Despertando la confianza personal, aunque persistan las dudas instrumentales, es como siempre ha construido su poder el gobernador. El propio kirchnerismo no sabe si puede confiar en él, pero no tuvieron otra opción que aceptarlo y apostar a continuar influyendo con Cristina Kirchner desde El Calafate, Carlos Zannini desde la Casa Rosada, algunos intendentes del interior del país y los legisladores camporistas en el Congreso Nacional. Quienes pretenden algunos cambios en las políticas y en los resultados esperan que, sin hacer demasiadas olas, Scioli pueda darle su propia impronta -personal más que política- al próximo Gobierno.
El gobernador deja en la nebulosa si está dispuesto a cumplir con ese mandato o bien pateará el tablero para armar su propio juego. Ni siquiera él tiene demasiado claro cuál es el mejor camino a tomar, sin embargo, como ha hecho a lo largo de toda su trayectoria política, Daniel Scioli espera que la historia, el devenir de los acontecimientos y, en última instancia, el azar le dicten el camino a seguir que será, como siempre, con fe y con esperanza.