Será porque últimamente estoy extremadamente permeable al tono de los discursos –de hecho, siento que las palabras han perdido toda capacidad referencial– que lo que más me conmovió de la conferencia de prensa que dio Vanesa Orieta, la hermana de Luciano Arruga desaparecido hace 5 años y 8 meses, fue el tono de sus palabras. Ese tono franco y contenido con el que anunció que había encontrado el cuerpo del joven, que todo se podría haber resuelto mucho antes y que “la voz oficial está acá, no está en otro lugar. Todos los que hablen por nosotros no sabrán la verdad. Remítanse a nosotros”.
Lo cierto es que, tomadas en forma aislada, algunas frases del discurso de esta joven podrían parecer una especie de anuncio de triunfo bélico, como esas que dicen, “Vencimos a la desidia y a la impunidad” o “Lo logramos”, pero sin embargo, en ningún momento son pronunciadas con una entonación exaltada, altisonante o triunfalista. Por el contrario, sus palabras conmueven porque brotan tamizadas por un tono discursivo que me atrevería a describir casi como “litúrgico”, parecido al de las homilías con el que los buenos sacerdotes católicos explican de manera sencilla y emotiva algún pasaje bíblico. Y es con esa misma conmovedora entonación que Vanesa Orieta nos lanza una verdad contundente, que ella es “la voz oficial”, es decir, que no ha sido el Estado sino ella y solamente ella –aunque en varias oportunidades mire hacia el lado derecho donde está su madre– la que ha llevado adelante la investigación sobre la desaparición de su hermano.
Qué importante es la entonación en los discursos. Y si bien suele decirse que la altisonancia declamatoria es propia de los regímenes autoritarios, también es sabido que Franco, al contrario que Hitler y Mussolini, usaba siempre un tono falsamente humilde. Es decir, el tono también puede engañarnos, aunque me atrevería a afirmar que la afectación y la mentira son más fáciles de detectar a través de los gestos y de la entonación que por medio de las palabras mismas.
Conozco a otra mujer que habla de un modo parecido a Vanesa Orieta y cuyo tono discursivo también me conmovió desde el momento mismo en que la conocí. Viviam Perrone, la mamá de Kevin Sedano, una de las “Madres del dolor”, que ha sostenido con un tono tan dulce como perseverante, una hercúlea batalla para que Eduardo Sukiassian, el culpable de haber atropellado y abandonado a su hijo en la avenida Libertador en mayo de 2002, terminara de cumplir su condena.
Y conozco también otras mujeres que pueden aportar buenos ejemplos como para cerrar la idea de la importancia de la entonación discursiva. Me refiero concretamente a las peroratas exaltadas de las diputadas Diana Conti y Graciela Camaño durante el plenario de comisiones por la ley de hidrocarburo, cuya falta de educación, mesura y don de gente, contrastan con Vanesa Orieta y Viviam Perrone: dos mujeres que no necesitan exaltarse para decir sus verdades.