El nivel de degradación institucional en que ha caído la Argentina quedó expuesto, a partir de la muerte del fiscal de la Nación Alberto Nisman, en su más cruda dimensión.
Sin entrar en consideraciones sobre la investigación judicial en proceso, ni tampoco en las derivaciones de la denuncia que efectuara pocos días antes en el marco de su investigación sobre el atentado de la AMIA, este hecho de gravedad inusitada desnuda la pauperización de las instituciones de la vida republicana, entre ellas la de la propia investidura presidencial.
La generalizada sospecha en la opinión pública de que será difícil –si no imposible- encontrar la verdad sobre la muerte del fiscal reabre el debate sobre el sistema de toma de decisiones del actual gobierno, en cuya responsabilidad recae la seguridad e integridad de la ciudadanía.
Tampoco ayuda que las más altas autoridades echen a rodar livianamente sus teorías de complots para victimizarse, como ha sucedido durante toda la última década cada vez que se han organizado manifestaciones sectoriales para expresar disidencias; cuando algún dirigente que acompañaba durante una etapa tomaba distancia; en fechas cercanas a elecciones; o cuando la sociedad le reclama explicaciones a su errada o inexistente toma de decisiones económicas, políticas o sociales. A esta altura, constituye una estrategia previsible por lo reiterativa, pero no menos dañina.
De acuerdo con la opinión de algunos politólogos, existe una relación directa entre ver conspiraciones en todos lados y el grado de retroceso de la calidad democrática: es el recurso más fácil de chantaje político al opositor; y como las palabras “complot” y “desestabilización” tienen para cualquier argentino connotaciones vinculadas con actos de fuerza contra el orden institucional y el sistema democrático, su uso discursivo provoca conmoción, inestabilidad e incertidumbre en la población.
Estamos siendo observados con perplejidad por el mundo entero. Y nuevamente por hechos que nos provocan un enorme dolor y desamparo.
Semejante desasosiego sobre nuestro presente y nuestro futuro sólo puede ser remediado con más y mejor democracia; y no menos, como hemos visto estos últimos días.