De la política a la medicina

Carlos Mira

De repente una serie de preocupaciones médicas han surgido alrededor de la presidente. No se trata de inquietudes derivadas de complicaciones físicas. Todas esas turbulencias apuntan al estado emocional de la señora de Kirchner. El ex gobernador y candidato santafecino Hermes Binner, que es médico, dijo que necesitamos “una presidente equilibrada” y que si este es el tono con que nos vamos a manejar los dos años que faltan hasta 2015, “es para preocuparse”.

Mi colega Nelson Castro, también médico y neurólogo, confirmó que los médicos presidenciales “están preocupados” por la actual situación de la presidente. Desde la pantalla le diagnosticó el “síndrome de Hubris” por el cual las personas enfermas de poder tienen una visión desvirtuada de la realidad y tienden a creer que son el centro del Universo, con toda la razón y ningún defecto o equivocación. Nelson dijo que los médicos no necesitan una consulta para advertir esos rasgos; que con sólo ver a las personas que padecen el mal se dan cuenta de que han caído en él.

También hay verificaciones prácticas que están al alcance de los que no somos médicos. Estos síntomas no son una novedad. Hace rato que la presidente muestra los estragos que han causado en sus facciones los remolinos de furia que sacuden su interior. Esas tensiones -que superan holgadamente aquellas a las que están normalmente sometidos los que cargan con responsabilidades públicas de primer nivel- afloran en gestos destemplados, en vulgaridades del lenguaje, en ataques feroces, sin red, sin cuidado alguno.

En efecto, el equilibrio emocional es esencial para las personas que tienen la responsabilidad de la conducción. Sin esa condición las personas pierden el sentido de las proporciones y se colocan a sí mismas en una posición ajena a la realidad; los términos de sus premisas son falsos, los minuendos y cocientes por los que resuelven las sumas algebraicas de la política están distorsionados y las decisiones que toman pasan muy lejos del blanco ideal.

El constante desafío al que los somete la inclaudicable realidad los enoja y enfurece y creen que todo el mundo conspira contra ellos. Al suponer conspiraciones, su ira se agiganta y se sumergen sin esfuerzo en un círculo vicioso de errores y enojos que sólo profundiza su mal.

El aislamiento y la desconfianza son compañeros inseparables de estos sufrimientos: “Todo el mundo está equivocado y estoy rodeado de inservibles”, es la conclusión verborrágica que repiten ante un espejo que les devuelve la única imagen que reconocen como correcta y verdadera. El mundo va, poco a poco, camino a convertirse en una isla donde solo hay un habitante: yo.

Es de la mayor urgencia que esta situación sea encarada y resuelta. Un país en manos de alguien que no distingue la realidad de la fantasía es un verdadero peligro. La Argentina no tiene otro presidente que no sea Cristina Fernández. Ella es única en ese sentido. Sus funciones, su poder, su legitimidad y sus responsabilidades no pueden ser reemplazadas ni transferidas. Solo ella ocupa el sitial del Poder Ejecutivo unipersonal que ha organizado la Constitución.

Pero estas perogrulladas enfrentan un enemigo mortal: la negación propia y el miedo ajeno. El afectado negará tajantemente padecer esas perturbaciones y los que lo rodean no se animarán a sugerírselo.  Se trata de un segundo círculo vicioso tan peligroso como el primero.

¿Cómo salir de esta encrucijada? Falta mucho tiempo para 2015. El país necesita calmarse, no solo desde su ánimo sino desde sus medidas. La Argentina necesita abandonar la épica y abrazar la normalidad. ¿Cómo dialogar con un exaltado? Es imperioso calmarlo antes. Pero la presidente reúne cada vez más las condiciones que Winston Churchill advirtió en un fanático: no está dispuesto a cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.

Quienes rodean a la presidente no le hacen ningún favor mostrando una condescendencia estúpida. Ese allanamiento sólo puede entenderse por los bolsillos que están cuidando. Envolverse en la bandera al grito de “Argentina, Argentina…” y sobar el ego presidencial para que nadie les saque sus millonarios puestos, es una táctica vieja pero que no hace más que contribuir a que las dificultades de este tránsito hacia las elecciones presidenciales sea más árido y peligroso.

Da la impresión de que gran parte de lo que pueda ocurrir queda en manos de los médicos que, en honor a su juramento, puedan hacer a un lado el servilismo y hablar con la señora de Kirchner con la mayor seriedad, severamente.

Quizás la presidente pueda reconocer en ellos a personas sin intereses políticos sino a profesionales que quieren hacer lo mejor para ella recupere su centro; el centro de su salud y de sus emociones. En esa palabra equilibrada y en su poder de convencimiento se juega gran parte del futuro de todos nosotros.