La estupefacción del gobierno dueño

Carlos Mira

Lo que está ocurriendo en la Argentina es francamente bizarro. Los problemas se acumulan y nadie los atiende. El gobierno de la señora de Kirchner parece paralizado detrás de paranoias incomprensibles para alguien que se ufana de haber construido un aparato estatal que todo lo controla y que a todo puede dar respuesta.

La reacción frente al programa PPT del domingo por la noche más que desmedida fue incomprensible. Sólo alguien muy fatigado por el poder podía no ver la magnitud del daño que se autoinfligiría tomado por el camino que tomó el gobierno.

Un programa llamativamente vacío de contenido -comparado con lo que han sido otras investigaciones del mismo ciclo- logró sacar de las casillas a un gobierno desbordado. La respuesta fue atroz. Desde “sicario”, hasta “asesino”, pasando por “diablo”, fueron todos los calificativos que le dedicaron a Jorge Lanata, que el domingo (quizás en un acto fallido de aceptación que no tenía nada sólido detrás de su viaje a las Seychelles) agradeció al aire que el gobierno haya reaccionado de ese modo. Le habían dado lo que no tenía: la sospecha de la verosimilitud.

Pero el episodio vale más por lo que deja ver que por lo que es. Sólo alguien que ha perdido el sentido de las dimensiones podía reaccionar de esa manera. Alguien que, evidentemente, no tiene la menor idea de cómo funciona el periodismo, ni cómo trabajan los periodistas, ni para qué sirve el periodismo, ni cuál es la función de la prensa.

Encarar lo que Lanata mostró por la televisión como un atentado a la democracia, como una prueba de que hay sectores que quieren destituir al gobierno, que hay en marcha un derrocamiento de Cristina, es francamente desopilante. Tan desopilante como que alguien quisiera desplazar ahora del gobierno a quien causó gran parte de las distorsiones que están por sincerarse: nadie sería tan estúpido como para cargar con las consecuencias de causas que engendró otro. Hasta desde el punto de vista de la picardía política lo aconsejable sería esperar y que quien causó el engendro sufra electoralmente sus efectos. De modo que el verso del “golpe” es solamente eso, un verso; un intento de victimización burdo que nadie en su sano juicio puede creer.

El periodismo cumple la función de un aguijón. Si un gobierno no puede digerir esa verdad de la democracia, entonces no es un gobierno democrático. El periodismo es molesto, desconfiado, sospechador del poder… Está para encender luces por aquí y por allá, sólo para que el poder sepa que no está solo y que la ciudadanía tiene una vía para conocer aunque sea parte de sus manejos.

Richard Nixon podría haber denunciado un plan de desestabilización de la democracia norteamericana cuando la prensa investigó sus escuchas ilegales a la sede del Partido Demócrata. Pero ni se la pasó por la cabeza; sólo hubiera agregado un problema más a su por entonces larga lista de infortunios. Lo mismo podría haber hecho Sarkozy y ahora Rajoy. Dilma también podría haber lanzado la misma acusación cuando arreciaban las denuncias por corrupción de sus ministros. Pero ninguno de ellos optó por esa alternativa totalitaria. Se las aguantaron. Dieron explicaciones (mientras pudieron), echaron funcionarios y, en el caso del republicano, se fue cuando su proceso de juicio político era inevitable. Pero aun en ese extremo la democracia norteamericana siguió funcionando como lo venía haciendo en los 200 años previos. Es más, luego del vicepresidente Ford -que asumió el Ejecutivo- el siguiente funcionario en la línea sucesoria no era republicano, era el legendario Tip O’Neal, el Speaker of the House (presidente de la Cámara de Representantes) que pertenecía al partido demócrata. No hubo allí ninguna diputada Di Tullio que se le ocurriera insinuar que semejante hecho constituía un “golpe institucional” como la ahora candidata a renovar su banca por el FpV acaba de sugerir aquí para el caso de que la oposición pretenda quedarse con ese cargo en la Cámara baja, luego de las elecciones de octubre.

Todas estas rarezas sólo pueden ser entendidas cuando al análisis se le aplican los criterios no de un gobierno meramente temporal, administrador ocasional de la cosa pública, sino de un gobierno “dueño”, es decir de un gobierno que cree que tiene la propiedad del país y que puede hacer y deshacer a su antojo sin rendirle cuentas a nadie. Es lógico que, en esa composición de lugar, cualquier acto que desafíe la autoridad sea considerado como un atentado a la estabilidad y como un intento “antidemocrático” de destitución. El gobierno reaccionó como lo hace quien queda estupefacto ante lo que no puede creer: “cómo alguien se atreve a desafiar nuestra ‘propiedad’ de ese modo”.

Lo que esa interpretación no advierte es que, según todos los cánones normales de las democracias, lo antidemocrático es, precisamente, creerse el dueño eterno del país y que los demás sean todos conspiradores.

Hasta la terminología casual y desprevenida de la presidente denota esta convicción espontánea. La señora de Kirchner, en su ya célebre discurso de Tecnópolis el martes siguiente a las PASO, dijo que quería discutir con los “dueños de la pelota”, con los “titulares y no con los suplentes que (ME) ponen en las listas”. Ese adverbio “me” denota que la presidente entiende que ella es la dueña de estas tierras, que solo por su gracia concede las elecciones y que la oposición “LE PONE”  los candidatos “A ELLA”, no al país o a disposición de la gente.

Independientemente del mecanismo de pensamiento fascista (el gobierno de las “facsces” o corporaciones) que esta expresión deja ver claramente (los políticos son meros suplentes de los poderes “reales” que están en los bancos, en las empresas, en los sindicatos, en las industrias, en el campo), la presidente cae sin advertirlo en el uso de un lenguaje que expone de modo transparente como ella se interpreta a sí misma: como la única dueña del pueblo.

Es extraño que una peronista como Cristina reniegue de las “fasces”, cuando fue su movimiento el inspirador de la representación sectorial, el que llevó esa interpretación corporativa a la política y el que instaló una discusión entre popes, paralela -y muchas veces ajena- a los procesos electorales de la democracia.

¿Cómo se considerará la señora de Kirchner de acuerdo a su propia interpretación? Ella es una política que ha estado en varias listas. ¿Ha sido ella la “suplente” de otros poderes reales? “¡Nooooo…!”, responderá la presidente; “yo represento al pueblo, son los demás los que -aunque los vote el pueblo, como antes me votó a mi- están al servicio de otros intereses, ocultos, poderosos, espurios… El pueblo soy yo, aunque sea minoritaria, los demás son ‘suplentes’…”

Es esta locura que se sabe insostenible la que ha esparcido un estado nervioso que les impide ver con claridad cuáles respuestas son las adecuadas. Ese estado de ceguera violenta quizás explique por qué convirtieron en un éxito de repercusión un programa de televisión cuyo contenido puro había sido un fiasco.