Por: Carlos Mira
A la Presidente le van quedando pocos caminos para el disimulo. En cada vez más aspectos de la vida nacional la sinceridad sin remedio va aflorando, sin contención, con la fuerza de las palabras y de los hechos.
El pasado jueves, sin tapujos, en su videoconferencia con Putin, habló de que la información debía recibirse sin intermediarios, en un alusión sin anestesia a un mundo sin periodistas. Es a lo que aspira la Sra. de Kirchner: a que la prensa libre desaparezca.
Más allá de que es materialmente imposible concebir un mundo en donde la información circule sin medios, porque eso supondría el imposible escenario de los protagonistas directos contando lo que ocurre, lo cual, obviamente deriva en la perogrullesca conclusión de que esos éstos no contarían lo que no les conviene y solo transmitirían “sin intermediarios” lo que los favorece, el hecho de que la Presidente lo revele como un horizonte cuya persecución la desvela denota una clara intención antidemocrática cuando no directamente totalitaria.
Que el marco decorativo de sus afirmaciones haya sido el presidente ruso, quien en sus palabras calificó la información como una “arma temible”, es por demás sintomático. Rusia figura en el puesto 144 en el informe sobre libertad de prensa en el mundo que verifica su vigencia en 180 países. Resulta obvio que un autócrata como Putin, un representante genuino de la imperialista KGB, considere “temible” la información: debe resultar definitivamente temible que gracias a la acción de periodistas libres sus ciudadanos y el mundo conozcan sus intenciones y sus planes. Como la Sra. de Kirchner debe considerar temible que otros periodistas libres revelen los suyos.
Por lo demás es la “intermediación” la cuna de la opinión. No habría opinión sin intermediación, por lo que proponer la supresión de un necesariamente implica proponer la supresión de la otra. Y esta aspiración también es compatible con un régimen que pretende ejercer un control completo sobre la vida social.
Un sistema de esa naturaleza no es compatible con el ejercicio de la prensa libre y la libre expresión de las ideas. Más tarde o más temprano la máscara de la democracia caerá y deberá confesarse como lo que es: un régimen autoritario, por decir lo menos.
La empatía internacional de la Argentina también va tornando coherentes estas confesiones. Que el país se alíe a Venezuela, a Irán, a Rusia o a China no es una casualidad, es una consecuencia natural del encuadre que el gobierno kirchnerista le ha dado a su poder.
Se trata de un poder que no se conforma con que la gente ande por allí, tomando decisiones en libertad, todo debe estar controlado por el Estado. Como en Rusia, como en China, como en Venezuela. Tampoco en esos lugares se puede opinar libremente y también allí se aspira a que la gente reciba la “información” sin intermediarios, directamente del Estado.
Se pretende presentar ese escenario como un avance de la democracia. “No hay intermediarios, esta es una comunicación directa entre el pueblo y el Estado, su encarnación”. No hay lugar aquí para interpretadores, investigadores o buscadores de noticias. Mucho menos para buscadores de verdades. Aquí hay una sola verdad: la que el Estado, a través de la nomenklatura de sus funcionarios, le hace llegar al pueblo, que la recibe sin “intermediarios”.
En última instancia, cuando el Estado necesite de “empleados comunicadores”, ellos serán “intermediarios permitidos” que funcionarán bajo la aprobación y las directivas de la nomenklatura (6,7, 8)
Esta es la manifestación filosófica del “modelo”. Esta palabra, que hasta ahora estuvo intencionadamente dirigida a trasmitir una idea “económica” del gobierno, es en realidad la que cobra un verdadero sentido con estos sinceramientos. El modelo es un modelo ideológico (que por supuesto tiene un costado económico, como es innegable) pero que en realidad se define por estas otras profundidades que hacen a las ideas y creencias en donde se cimienta y enraíza.
Esas ideas y creencias están en las antípodas de la Constitución. Este modelo se ha propuesto derogar de hecho la Constitución y lo está consiguiendo con la increíble complicidad de la Justicia, que no logra cumplir su rol de dique de contención para proteger las libertades públicas.
Un mundo sin periodistas, sin opinión y sin intermediarios es lo que busca Putin, la Sra. de Kirchner, Maduro, los Castro o el régimen chino. En esos regímenes hay una sola verdad: la que emana del Estado. Toda otra opinión es considerada antinacional, como también ayer lo dijo expresamente la Presidente (“Para que los rusos conozcan a la verdadera Argentina y los argentinos conozcan a la verdadera Rusia y no las que nos quieren mostrar los medios internacionales y algunos medios que, bueno, los tenemos que llamar de alguna manera ‘nacionales’”). También aquí afloró la sinceridad brutal: ya basta de decir demagógicamente “la presidente de los 40 millones de argentinos” cuando la propia Sra. de Kirchner considera no-argentinos a algunos compatriotas.
No se ha visto todo aun. Seguramente las próximas semanas traerán más discursos con sinceridades inevitables. El tiempo se agota y las cosas deben quedar claras.