Por: Carlos Mira
Finalmente terminó el cepo cambiario. Los grilletes de la esclavitud a la que el aparato productivo estuvo sometido cuatro años cayeron en una tarde de liberación. Obviamente, falta mucho para que la Argentina sea un país normal, no sólo en general —lo que es obvio—, sino en materia de compra y venta de divisas.
Lo que ocurrió ayer puede describirse como una enorme operación de retroactividad a las condiciones imperantes en octubre de 2011, cuando la iracundia suicida se apoderó de la señora de Kirchner. Esas condiciones estaban lejos de ser las de un país completamente libre, pero, al menos, no contenían las características de irracionalidad que siguieron al establecimiento del cepo.
Para empezar, la Argentina sigue siendo un país con control de cambios, es decir, un lugar donde todos los importadores y los exportadores del país tienen que pasar por el Banco Central (BCRA) para negociar sus dólares. Ese es un requisito de libertad condicional que también debería desaparecer con el tiempo.
Pero estoy yendo muy rápido. Obviamente hay interrogantes más cercanos por develar. El primero y más preocupante es el de la inflación o el del traslado a los precios del ajuste de lo que era el dólar oficial.
Eso nos lleva a una cuestión crucial que debería quedar clara desde ahora: quien devaluó fue el dúo Kirchner-Axel Kicillof y el que produjo el ajuste de precios fue ese mismo binomio, con la desaforada impresión de pesos. Esa explosión de papel y tinta de colores se coló en las góndolas de los supermercados sin que ningún dique de contención la atajara.
En ese sentido, ya aparecieron Antonio Caló y Hugo Moyano queriendo instalar la idea de que la devaluación fue ayer. No, señores: la devaluación ocurrió hace tiempo y especialmente Caló se hizo el distraído, porque quienes la habían causado eran sus jefes. Por supuesto que en el proceso debe haberse colado algún vivo. Pero los padres del problema todos sabemos quiénes fueron.
Ahora vuelve al escenario la posibilidad de los aprovechadores de siempre. Y aquí, efectivamente, hay que decir que si todos vamos a actuar con los mismos niveles de bajeza, a la Argentina le va a costar mucho salir del pozo en que se encuentra. Si no hay una contribución magnánima y amplia de todos los sectores, el camino será difícil.
En ese sentido, la administración de Mauricio Macri le sigue debiendo a la Argentina una explicación detallada del país que recibió. La gente necesita saber la verdad cruda y no sería justo que, dentro de un tiempo, los Kirchner empiecen a contar con la ventaja de que muchos no tengan claro qué responsabilidades atribuirles a unos y cuáles a otros. Ese inventario no puede postergarse. Ellos no hubieran sido tan condescendientes.
Algunos pormenores de la noticia anunciada ayer sorprendieron. El límite de dos millones de dólares por persona y por mes para comprar dólares no se esperaba. Los rumores hablaban de cincuenta mil. Lo mismo la eliminación del 35% de recargo al uso de la tarjeta de crédito en el exterior.
De todos modos, esa atención desmesuradamente puesta en la compra de dólares es el equivalente a la que el esclavo tiene por los vicios de la vida libre. La real valía de la especie de libertad cambiaria que empezamos a vivir ahora debe buscarse por el lado de la venta de dólares y no por su compra. Ahora quienes quieran desprenderse legalmente de divisas podrán hacerlo a un precio competitivo y no a un número caprichoso impuesto desde la insania.
La vida esclava destruye muchos patrones humanos de normalidad. Y no porque el esclavo haya prestado conformidad a su amo durante años la esclavitud se transforma en legítima.
Esas malformaciones que producen los grilletes deberán ir desapareciendo con el tiempo. Desde aquí hasta allí, los argentinos —todos nosotros— deberíamos estar a la altura de las circunstancias para que el retorno de un país normal no sólo sea cercano sino posible.