Por: Claudia Peiró
Durante más de 50 años de ejercicio del poder absoluto, Castro ha sometido a los cubanos a toda clase de experimentos voluntaristas -zafras titánicas, vacas superlecheras, plantas milagrosas- cuyo resultado es el no desarrollo de la isla que gobernó con mano de hierro.
En momentos en que una constelación de admiradores a distancia de un régimen bajo el cual jamás vivirían se activan en distintos puntos del planeta para repudiar la presencia de Yoani Sánchez en su primer viaje fuera de Cuba, es bueno recordar que la decadencia de esa nación caribeña se debe mucho más a los disparatados experimentos de Castro que a los efectos de un mal llamado “bloqueo”.
Allá por septiembre de 2011, Hugo Chávez -oficiando de vocero- explicó que Fidel se estaba dedicando a la “investigación científica” en “un conjunto de temas, sobre todo en producción de alimentos”. “Dirige unos campos experimentales”, agregó, misterioso, sin dar más detalles.
La noticia no podía menos que intranquilizar, considerando que el comandante ha usado con frecuencia la isla como campo experimental de los más insólitos proyectos y los más disparatados desafíos a las leyes de la naturaleza; proyectos que, prometía, colocarían a Cuba a la vanguardia del desarrollo.
Estas iniciativas iban acompañadas de su correspondiente retórica, campañas informativas, consignas, afiches y toda la parafernalia necesaria para convertir cada ocurrencia de Fidel en una epopeya.
Una de las más famosas fue la zafra de 10 millones de toneladas. Era el año 1970 y Castro movilizó todos los recursos humanos de la isla para alcanzar ese número mágico que no sólo abastecería al país sino que lo convertiría en el primer exportador mundial de azúcar. Obreros, estudiantes, profesores, médicos, técnicos, intelectuales… todo el mundo abandonó su puesto de tareas habitual y marchó al campo a cortar caña. La meta no fue alcanzada. En cambio, se logró la parálisis productiva general y una aguda crisis económica.
Poco antes, Castro había intentado volcar la economía cubana al cultivo de café. Se inspiró leyendo un libro sobre el tema y desoyendo los consejos de los agrónomos. Por aquel entonces, en los alrededores de La Habana había quintas que abastecían a la capital de frutas y verduras. Fidel ordenó erradicar esos cultivos, arrasando con todo, árboles frutales incluidos, para dar lugar a los cafetales.
El resultado fue que La Habana se quedó sin frutas, sin verduras y sin café. Lo relata en Persona non grata el escritor chileno Jorge Edwards, efímero embajador de su país en Cuba (Fidel pidió su salida por el delito de negarse a dejar de frecuentar a intelectuales críticos): “Cafetales raquíticos, abandonados, en lo que había sido el gran proyecto, la gran esperanza del Cordón de La Habana (…). Alguien me dijo que el cinturón de la capital estaba ocupado anteriormente por pequeños propietarios chinos, que cultivaban las lechugas y hortalizas que abastecían a la ciudad. En una arremetida política, el Gobierno había expropiado a estos parceleros, que constituían un enclave ‘capitalista’ y obedecían en su actividad a oscuros estímulos materiales. Desde entonces, la lechuga pasó a ser artículo de lujo, para consumo de diplomáticos y de otros privilegiados”.
Su compatriota Roberto Ampuero, que vivió varios años exiliado en La Habana, cuenta en un libro autobiográfico, Nuestros años verde olivo, que, poco después del fracaso de la ruina de los cafetales, Fidel inició la campaña a favor del consumo de pescado: “De la noche a la mañana, se importaron miles de casetas metálicas refrigeradas desde la Argentina (que) se llenaron de golpe de pescados, mariscos y algas, causando alegría y revuelo entre los cubanos, porque ahora sí, tras quince años de penurias, parecía que el racionamiento se acababa de modo definitivo (…). Sin embargo, meses más tarde las casetas no volvieron a recibir suministros del mar (…), algo grave ocurría con ciertos repuestos de la flota pesquera cubana. Corrían a la vez rumores espeluznantes de que el imperialismo, en su eterna lucha contra Fidel, se las arreglaba ahora para espantar los cardúmenes de las costas isleñas mediante una sofisticada tecnología desarrollada por la NASA”.
Gracias al atractivo de la refrigeración, los puestos de pescado vacíos empezaron a ser usados como sitios de reunión y hasta nidos de amor…
Ubre Blanca fue el nombre dado a otro grandioso proyecto: una vaca que daría 120 litros de leche por día. Fidel en persona supervisaba el proceso en una granja experimental. Mientras el comandante mostraba orgulloso el sitio donde pronto se fabricaría un queso Camembert que haría empalidecer de envidia a los franceses, en la isla escaseaba la leche, incluso para los niños.
“El máximo líder -escribe Ampuero- acostumbraba anunciar con entusiasmo desbordante algún proyecto: la pronta inauguración de una nueva fábrica de zapatos de plástico, la creación en escasas semanas de un taller para reparar tractores rusos, la aprobación de planos para un instituto que en un futuro no lejano se especializaría en el cultivo de ostras y convertiría a Cuba en el principal exportador mundial del molusco, o el desarrollo de un revolucionario sistema para la construcción de puentes, que permitiría ahorrar hombres y materiales”.
En la lista también hubo una semilla de gandul (un tipo de frijol) que, como los cafetales, crecería casi sin requerir cuidados y una supercerveza de 18 grados de alcohol, sin olvidar la planta nuclear instalada por los rusos que nunca llegó a funcionar y hoy está abandonada.
Más tarde, cuando la implosión de la Unión Soviética -hundida por el peso de las ineficiencias acumuladas en décadas de economía planificada- dejó a Cuba a la intemperie, el ingenio de Castro se aguzó aún más: fue el momento de la compra de millones de bicicletas para la locomoción de los cubanos sin nafta y de otras tantas cacerolas eléctricas para hervir el arroz sin gas.
Hoy, pese a su retiro del gobierno, Fidel sigue pergeñando iniciativas que sacarán milagrosamente a Cuba del atraso: su último berretín conocido fue la moringa, una planta originaria de la India, que la ONG Médicos Sin Fronteras promociona como fuente generosa de vitaminas.
Todo esto sería anecdótico si no afectara la vida cotidiana de millones de cubanos sometida a los caprichos de una persona que, como les respondió Yoani Sánchez a los que la abuchearon en Brasil, utiliza el embargo como coartada para el subdesarrollo en el cual ha hundido a Cuba.
La isla importa el 80% de los alimentos que consume y, lo irónico del caso, es que una parte más que considerable proviene de los Estados Unidos. No existe bloqueo comercial a Cuba: sólo un embargo unilateral dictado por el Congreso norteamericano que, además, no incluye medicamentos ni comida. Esto explica que el país más denunciado por Castro sea uno de los principales socios comerciales de La Habana, junto con Venezuela, China y España.
Los resultados de más de medio siglo de revolución son una soberanía alimentaria del 20%, una zafra que retrocedió a los niveles de principios de siglo (pasado), un 90% de la fuerza de trabajo empleada en el Estado -al menos antes del ajuste iniciado por Raúl Castro- y una inmensa mayoría de la población viviendo en niveles de subsistencia.