La autocrítica de los empresarios

Daniel Muchnik

Los integrantes de la Asociación Cristina de Dirigentes de Empresa (ACDE) aceptaron el jueves, frente a dos economistas (Javier González Fraga y Orlando Ferreres) y un dirigente político (Eduardo Amadeo), formular una autocrítica de gestión frente a las presiones del poder estatal. Por lo que se sepa es la primera vez que se da un paso tan importante. Sería un aporte fundamental para la nación futura que todos los sectores, de todos los colores y procedencias, revisaran su actuación en el pasado para no repetir errores gruesos que perjudican la credibilidad y fomentan la impunidad. O generan daños en distintas direcciones.

Es indudable que en el caso de los empresarios la movida ha sido incluso sugerida por el Papa Francisco: hay que actuar con coraje, hay que cuidar las instituciones, hay que erigir la credibilidad como un bien supremo. Durante todos estos años de administración kirchnerista-cristinista los empresarios fueron especialmente maltratados. En casi todas las áreas, como si se tratara de enemigos del proyecto de gobierno. Un clima “anticapitalista” estuvo presente en la mente de varios funcionarios. Incluso prosiguió, de manera salvaje, cuando se les echó la culpa de generar la inflación. O cuando se ubicó a jóvenes casi sin experiencia, pero leales al gobierno, en los directorios de distintas compañías, a la fuerza, sin el consentimiento de los mayores responsables de las mismas.

Quizás la expresión máxima del maltrato, el líder de la desconsideración fue Guillermo Moreno, con sus modales de barra brava, de compadrito de barrio, de fanfarrón de café. Siempre con bombos y cánticos partidarios. Imponiendo criterios, acompañado permanentemente de algunos expertos en karate o en boxeo. Esa misma compañía que luego amenazó a los que trabajaban en el Indec cuando Moreno lo intervino en enero de 2007 para demostrarle al mundo que las estadísticas oficiales argentinas eran mentirosas, arbitrarias y alocadas.

Las anécdotas sobre su comportamiento se convirtieron en leyenda.  Con aquellos llamados a los domicilios particulares de los empresarios de madrugada, dando órdenes, O atendiendo a algunos representantes del sector privado con un revólver sobre la mesa.  O aquella convocatoria que hizo en su Secretaría y cuando, al ingresar, vio sentados a sus invitados gritó: “¡En este lugar, cuando entra el Secretario ustedes se paran para manifestarle respeto!”.  O cuando aplicó sanciones millonarias a los economistas privados que elaboraban índices de inflación que de ninguna manera coincidían con el Indec pero que se acercaban definitivamente a la verdad. No era una burla. Fue un disparate, un despropósito, una desmesura que no veía desde el segundo gobierno de Perón cuando fueron a la cárcel los comerciantes intermediarios por agio y especulación. La inflación continuó, claro, porque la gestaba el Estado mismo.

Ahora bien, los empresarios soportaron las sevicias de Moreno sin chistar. Salvo el titular de Shell, Juan José Aranguren, cuya empresa recibió multas y amenazas por doquier. Aranguren subió varios escalones hasta la categoría de héroe. Porque había que tener coraje o dignidad personal o respeto por sus funciones en una compañía multinacional, instalada en el mundo, para hacer lo que hizo en tiempos de euforia y consagración kirchnerista.

Tampoco actuaron los empresarios genuinos frente al avance atropellado y sospechoso de los llamados “empresarios del poder”, que hicieron todo tipo de negocios superando cualquier instancia y a espaldas de ciertas reglamentaciones que se deben respetar. De igual manera, no hubo manifestaciones de protesta por la arbitrariedad del cepo cambiario ni por las limitaciones a las importaciones, que en muchos casos traban directamente  sus líneas de montaje.

Queda claro que Moreno y el Gobierno, sin excepciones, fracasaron  estrepitosamente en sus empeños. La inflación se está acercando al 40 por ciento anual.

Por todo ello los empresarios vieron crecer el deterioro de su imagen. Una pena, porque el país tiene gran cantidad de emprendedores y creadores dispuestos a respetar las reglas del juego, siempre y cuando las normas sean claras. Una de las tareas principales que tienen por delante los líderes del sector privado es ésa: los empresarios forman parte  fundamental de la dinámica de producción. Son imprescindibles. Sin producción no hay empleo, no hay cadenas de valor, ni proveedores, ni pagos ni cobranzas. De lo contrario cargarán con la sospecha de que trabajan para el lobby, para la negociación con el poder político, para el acomodo temporario, antes que para darle vigor a la economía  y los bienes indispensables que necesita el país.