Por: Daniel Muchnik
Si tuviéramos el 10 por ciento de los dilemas climatológicos con los que se enfrenta el hemisferio norte seguramente en la Argentina no se sabría cómo reaccionar, cómo solucionar con perentoriedad los inconvenientes. Supongamos los tornados en el centro oeste de los Estados Unidos, o los sismos pequeños o grandes en California o los mismos anegamientos de ciudades, que suelen durar horas. O las tormentas de nieve, donde toda está previsto porque a las pocas horas, por obra de las limpiadoras, las rutas están transitables y las calles de las ciudades no tienen impedimentos.
Seguramente acomodada a las bondades del tiempo, Argentina no ha preparado su infraestructura para darle batalla al infortunio. Es como pensar siempre que Dios está de nuestro lado, que nunca nos ocurrirá ninguna desgracia. Algo así como acomodarse a la inoperancia generalizada. Se ha dicho y creo que con razón que si no hay obras aliviadoras de intensas lluvias o de anegamientos es porque el futuro votante no las ve. De lo contrario tendrían que ser prioridad en las agendas de trabajo de intendentes y gobernación. Pero no lo son. El Gran Buenos Aires es una muestra de que se vive en la improvisación y en la anomia total.
La tormenta que se desató el miércoles puso en evidencia esa parálisis de movimiento por parte del Estado. Se cortó la luz en varios barrios, hubo inundaciones considerables por falta de canales o desagües aliviadores, la gente quedó a merced de los caprichos de la naturaleza.
¿Es que a nadie le importa? ¿Qué se hizo en los años que el oficialismo califica de crecimiento a tasas chinas? No se mejoraron los caminos. La infraestructura y sus defectos siguen intactos. La mitad de la población total del país no tiene cloacas. Los ríos se desbordan.Los tubos de desagüe son pequeños y no dan abasto.
Y no es que no se sepa cuáles son los problemas y cuáles las necesidades. Los vecinos vienen reclamando hace bastante tiempo. La inundación en La Plata, con su acongojante cantidad de víctimas fue anunciada con anticipación de años; se sabía que en algún momento pasaría.
¿ Y cómo enfrentan las víctimas estos fenómenos, especialmente en el Gran Buenos Aires ? Con resignación, están entregados, demasiado ocupados en salvar sus pertenencias.
Y cuando alguna autoridad dice la verdad el panorama se complica aún más. Es el caso del barrio de Barrancas de Belgrano, anegado con lluvias pronunciadas por algunos de los arroyos que circulan bajo tierra y que requieren de años para ensancharlos o alivianarlos.
¿Estas encrucijadas están presentes en las agendas de los intendentes de cada localidad o constituyen un problema nacional? ¿Es cuestión de colisión entre las autoridades? Limpiar el Riachuelo está llevando no pocos años porque siguen las diferencias y tironeos entre los municipios, la provincia de Buenos Aires, la Capital y el Estado. Lo mismo pasa en los arroyos que se desbordan. Los intendentes suelen echarse la culpa unos a otros. Eso sí: las obras para evitar las desgracias no se realizan. El problema tiene densidad política porque hace a las condiciones de vida más elementales. Tuvo que intervenir la Corte Suprema de Justicia. Aún así, la cuestión demora en resolverse.
No es necesario ir al Gran Buenos Aires para presenciar las consecuencias de las parálisis municipales. En la Capital hay que lidiar no sólo con desagües que no dan abasto sino con el pésimo modo de convivencia de los vecinos. Los containers receptores de las bolsas de basura se quedan fácilmente sin espacio o no son usados. Hay basura en las calles. Mucha basura. Y nada tiene que ver el viento fuerte sino los ciudadanos. Cualquiera tira papelitos o lo que sea por la ventanilla de los autos o en las veredas. Actos que en cualquier país civilizado del mundo conllevan una multa significativa. Más: los argentinos que pueden viajar a Estados Unidos respetan las ordenanzas de urbanización o de tránsito de ese país a pie juntillas, pero en la Argentina no lo hacen.
Dos son entonces los problemas. Uno, los políticos que no construyen donde el votante no ve la obra. Dos, los habitantes en tierra firme que desprecian las reglas mínimas de convivencia.
Es una muestra más de la degradación nacional. Degradación en la manera de vivir y convivir.