Por: Daniel Muchnik
Poco ha trascendido en los medios de comunicación la muerte, en Palo Alto, California, a los 98 años de edad, por neumonía, del historiador George Robert Conquest. Tuvo una vida intensa, política, académica y amorosamente. Pero fue, junto con George Orwell y Arthur Koestler, uno de los primeros que corrió el velo sobre el estalinismo soviético, con datos muy precisos de las purgas brutales y la aniquilación en la década del treinta, que incluyeron entre 15 y 30 millones de humanos.
Mientras sus compañeros escribieron sobre la vida cotidiana en el mundo comunista y sus vicisitudes en un sistema político totalitario, Conquest juntó la mayor cantidad de información sobre las persecuciones y la explotación en los campos de concentración en Siberia (el Gulag) y presentó un libro en 1968 que generó un gran batifondo. Su título: El Gran Terror.
Hasta ese momento, en todo el mundo y en gran parte de Europa pesaba la admiración entre intelectuales, dirigentes de distinto tipo y académicos por los “logros” de la Unión Soviética. Conquest describió 12 años después del discurso revelador de Nikita Kruschev, casi en el momento de la invasión rusa a Checoslovaquia, en 1968, a un Stalin asesino siniestro. Los seguidores se resistieron a ver la realidad.
Por ejemplo, que toda la represión a los opositores (los “blancos”, los campesinos, los de cualquier color, los “burgueses”, los sacerdotes, los excamaradas y muchos más) empezó con decisiones concretas de Lenin para torturar y matar en manos de una organización previa a la KGB a todo aquel sospechoso de no simpatizara con el pensamiento del Moscow Kremlin tomado por los bolcheviques en octubre de 1917.
Hoy, los mejores historiadores expertos del siglo XX trabajan en Inglaterra. Y ninguno le ha dado la espalda. Es sorprendente, pero todavía en Gran Bretaña discuten, no con violencia ni a gritos, historiadores con participación en la izquierda y aquellos que son profesionales objetivos. Están los discípulos de Eric Hobsbawm y, en la vereda de enfrente, Richard Overy, autor del libro Dictadores y Orlando Figes, responsable de una historia de la Revolución Rusa, de una historia de la cultura de ese país durante el siglo XIX tituladasEl Baile de Natasha y otro, casi oprimente, al describir a las víctimas en Los que susurran.
Por supuesto en aquellos primeros tiempos Conquest fue acusado de fascista y proimperialista. En la vida real hacía varios años que Conquest había dejado su militancia comunista. Fue en su juventud. Como agente de la inteligencia inglesa durante la Segunda Guerra Mundial, fue nombrado oficial de enlace con las fuerzas armadas búlgaras, luego diplomático británico en ese país y presenció la entrada y la instauración del comunismo. Quedó impresionado, por lo que se comprometió a participar en cualquier organización de periodistas, de hombres de negocios y sindicalistas para combatir la influencia roja.
El “gran terror” fue vilipendiado desde muchos flancos. A los simpatizantes del comunismo les resultó intolerable leer sus páginas. En 1986 echó más leña al fuego poco antes de que todo se derrumbara en el este de Europa y publicó un nuevo libro que tituló La cosecha del dolor. La colectivización soviética y la hambruna de terror. Apuntó allí a la muerte de hambre de millones de ucranianos, decidida por Stalin a comienzos de la década del treinta, porque las cosechas habían fallado. Conquest no se quedó callado. Porque en 1990 se decidió a reimprimir su primer trabajo y sus amigos lo instaron a colocar un nuevo título: Os lo dije, pedazo de idiotas.
Fue asesor en el Gobierno de Margaret Thatcher y luego, como poseedor de un master en Filosofía e Historia, fue a dictar clases a las principales universidades norteamericanas hasta su último día.