Sanar la economía y recuperar el diálogo

Daniel Muchnik

Hasta mediados de esta semana algunos encuestadores mostraban como valederas las cifras que se vienen presentando: Daniel Scioli gana la Presidencia en primera vuelta. Algunos pocos profesionales responsables no querían arriesgarse, porque podía haber cambios y prometían que el viernes sería el día definitivo para presentar los últimos números a los que llegarán. El Gobierno instaló la victoria indiscutida de Scioli. Habrá que ver. El día que cantan las urnas es el que trae la única verdad.

En esta elección, como en otras de tiempos anteriores, la pasión y la certeza del voto no están presentes. Es posible que impere la fatiga de la publicidad política, el cansancio de tantas exigencias electorales a lo largo de este año o un ya viejo convencimiento sobre a quién respaldar en la elección, o que reine un desconcierto tal que los analistas de los sondeos de opinión temen carecer de certezas.

Estos analistas han tenido varios equívocos y desaciertos en el pasado. Entre tantos hechos vertiginosos, no previeron que María Eugenia Vidal captaría tanto apoyo en las PASO en la provincia de Buenos Aires, lo que mostró entonces que el oficialismo no tiene todas las cartas a su favor.

El discurso, el eje de las campañas de los tres principales candidatos, ha sido compartido, salvo algunas diferencias en materia de seguridad. Las promesas fueron parecidas, los gestos, los tonos de voz también. No hubo una brillante campaña. Excepto algunos gestos donde los tres se diferenciaron. Sergio Massa, por ejemplo, ganó un elogio cuando pidió un minuto de silencio por la ausencia de Scioli en el acto organizado por Argentina Debate. Pero fue cuestionado por politólogos al proponer la presencia de las fuerzas armadas en la guerra al narcotráfico o cuando afirmó que, si fuera necesario, gobernaría con decretos. Scioli se desgastó con su viaje frustrado a Europa en pleno desastre de las inundaciones. Mauricio Macri fue menos estruendoso, pero abusó de la seducción a la sociedad. Y se parapetó al refugiarse en su gestión en la ciudad de Buenos Aires. Nada más. El resto fueron promesas.

Todos han dibujado un futuro brillante y sin demasiadas dificultades. ¿Eso formó parte de la atracción de votos o acaso creen en esos argumentos?

En primer lugar, el que sea elegido como presidente necesitará un imprescindible acuerdo parlamentario, porque ninguno de ellos tendrá la mayoría. Si ese acuerdo se concreta, se lograría cerrar la “grieta profunda” en la sociedad, en torno a las posiciones ideológicas, por lo cual ganaríamos en calidad democrática y en diálogo sin agresiones, como fue hasta ahora la costumbre.

Por otra parte, los tres candidatos han presentado un lecho de rosas en materia de cambios profundos en el manejo de la seria cuestión económica. Salir del cepo, cortar con el déficit fiscal, remediar el desequilibrio de la balanza comercial, volver a llenar de dólares las reservas del Banco Central, frenar o paralizar la inflación, borrar la ineficiencia que existe en gran parte de la administración pública, aplicar un justo federalismo, emerger a la superficie ante el mundo, dado que hemos sido olvidados por la política internacional vigente, encontrar el interés en nosotros de las instituciones financieras internacionales, obtener inversiones, todo ello requerirá bastante tiempo y paciencia.

No en vano algunos dirigentes empresariales, por su cuenta, consideran que el 2016 será un año de retracción y nadie se anima a trazar planes de crecimiento.

Es decir, inyectarle remedios a la economía y conseguir un diálogo fluido y compromisos con los opositores necesitará de un esfuerzo inaudito. Pero es necesario hacerlo para salir del pantano, que es también un encierro, que son los meses que transitamos en estos días finales del cristinismo.