Negar la recesión no la evita

Daniel Sticco

Así como durante siete años el Gobierno nacional se empeñó en negar la inflación a ritmo de dos dígitos altos, ahora parece empeñarse en subestimar al extremo la generalizada retracción de la actividad productiva y comercial y su duro impacto sobre el empleo y la capacidad de gastos de la mayor parte de las familias argentinas, y también sobre el rojo de las cuentas públicas.

Al menos eso es lo que trasunta cada mañana el Jefe de Gabinete de ministros cuando los periodistas acreditados en Casa de Gobierno lo indagan sobre la persistente abultada caída de patentamientos de automotores, las suspensiones de personal en las terminales automotrices y la rama autopartista, así como sobre los índices de vacancia en el comercio o la caída de la tasa de empleo de la economía en su conjunto.

Claramente, siempre se van a encontrar empresas o sectores que le va mejor que el promedio nacional, sea fabricante de automotores, aceitunas, pinturas, o proveedor de servicios de turismo o un gastronómico. Pero lo importante es el resultado global, y en particular la secuencia del proceso, habida cuenta de que se generalizan los casos en los que la retracción del último mes es más marcada que la del mes previo.

Sostener que no hay recesión porque se creció cómo nunca en la última década, hasta 2011, desestimando que el país prácticamente dejó de crecer en 2012, se estancó en 2013 y ahora los principales sectores de actividad ingresaron en la senda negativa, en proporciones variables, sólo contribuirá a profundizar el receso, antes que a frenarlo primero y luego revertirlo, porque no se atina a replantear la política económica, si es que existe una como tal.

Inercia contractiva creciente

Un repaso de un conjunto de indicadores oficiales resume con claridad ese proceso: el Estimador Mensual Industrial del Indec pasó de estar estancado en el primer cuatrimestre de 2013 a caer 3,5% un año después, con un abril que midió una contracción de 4,2% y que FIEL estimó en 6% de baja.

La facturación de los supermercados ajustadas por la inflación real y el efecto de haber ampliado la muestra de consulta en más de siete por ciento mantuvo sendas caídas del orden de 7% en el primer trimestre, con un marzo que arrojó receso de 9,5 por ciento.

El transporte de carga, medido por el Indec, pasó de crecer 1,8% entre enero y marzo del año pasado a contraerse 25,6% un año después y 19,6% en el caso puntual de marzo último.
También el Indicador Sintético de la Construcción acentuó el receso de 1,3% en los primeros tres meses de 2013 a 2,6% en el corriente año y 4,2% al cierre del período.

Mientras que el comercio exterior se deterioró en los dos frentes, pese a la devaluación de enero: las exportaciones pasaron de caer en cantidad de producto uno por ciento en el primer cuatrimestre de 2013 a disminuir 8% un año después y 13%, en el caso particular de abril, en tanto las importaciones revirtieron la suba de 9% y cayeron 5% en dicho período, y 13% en el cuarto mes del año, también en volumen de operaciones.

Como resultado de ese cuadro, el saldo de las cuentas públicas del primer trimestre fue deficitario en 15.180 millones de pesos en las cuentas de Hacienda, aunque si se resta el efecto del auxilio financiero del Banco Central, la Anses y el PAMI se amplió a más de 33 mil millones de pesos, equivalente a 4,6% del PBI, en contraste con 2,7% del producto de un año antes. Y antes del pago de intereses de la deuda el rojo fue de 19.100 millones de pesos, más que duplicando el saldo negativo de un año antes.

Y más grave que eso fue que tanto las tasas de participación de la población en el mercado de trabajo, como la proporción de ocupados, en blanco y también en negro, fueron

Con este escenario y una inflación que parece desacelerarse respecto a los picos del primer trimestre pero que se sostiene bien por arriba de la observada un año antes, sea en la medición de las consultoras privadas, como más aún del Indec, el ministro Kicillof confía cerrar el capítulo del default con los acreedores del Club de París. Sin duda, una empresa difícil y con riesgo de convertirse en una victoria a lo Pirro. Esto es que las grandes potencias acepten cobrar en bonos de la deuda pública a plazos de 10 años y más, pero como hizo Repsol, se desprendan rápidamente de esos papeles, porque buscarían con eso dejar asentado que hoy no confían en la política económica que sigue la Argentina y por tanto no alentarían créditos al sector público y privado en corto plazo, pese a que el largo luce claramente venturoso.