Por: Daniel Sticco
Se acercan tiempos de cambio, independientemente de quién asuma la presidencia de la Nación a partir del 10 de diciembre, porque tanto los equipos técnicos del candidato del oficialismo, Daniel Scioli, como de la oposición, Mauricio Macri, reconocen el costo de sostener las restricciones cambiarias.
Estas no sólo se refieren al atraso del nivel de la paridad oficial alejada de las opciones alternativas y accesibles, como el contado con liqui, o MEP, en Bolsa; y la racionalización de divisas para los importadores mientras se las entregan a una pequeña porción de los trabajadores para ahorro; como la persistencia de las retenciones de las exportaciones y cupos a las ventas de diversos productos de la canasta familiar; y la veda al acceso al mercado de deuda internacional, por no haberse querido cerrar el capítulo del default con los holdouts, entre otras tantas restricciones.
De ahí que, más allá de insistir con las diferencias y conveniencias entre las soluciones de shock o graduales, tanto para salir del cepo cambiario, como para bajar una de las principales causas de ese instrumento ad hoc, como el desborde del déficit fiscal y la consecuente consolidación de la inflación en el rango de dos dígitos altos, porque una de las principales fuentes de financiamiento es la emisión de pesos por parte del Banco Central, parece apropiado explicar que no parece válido creer que es imposible liberar el mercado de cambios sin que provoque un efecto pobreza, por caída proporcional de los salarios, en dólares, y aceleración de la inflación.
Esta semana el Indec dio a conocer la variación del Índice de Salarios, a un ritmo cercano a 30% al año, sin considerar el efecto de las suspensiones de jornadas en algunas industrias, como el sector automotriz, de autopartes y también en otras actividades con menos presencia mediática, ni la baja de las horas efectivamente trabajadas, por caída de la jornada extendida que provocó cuatro años de estancamiento del PBI generado por el sector privado. De esa serie y de la distribución funcional del ingreso de los trabajadores, surge que el salario promedio de la economía es de unos $13.310, unos USD 1.400 al cambio oficial de $9,60 y USD 1.000 a la paridad del contado con liqui.
Con un nuevo plan económico creíble, esto es que sea capaz de despertar la confianza de los inversores locales e internacionales, que se comprometa a ordenar las finanzas públicas más rápido que tarde; y también las cuentas monetarias; el comercio exterior, y las relaciones con los acreedores internacionales y fuentes de financiamiento externo, amén de reforzar los descuidados planes asistenciales y políticas sociales, con la eliminación de subsidios económicos a los sectores de medianos a altos ingresos -un 30% de los trabajadores-, y de todas las retenciones, entre otras diversas medidas, la economía podría pasar a operar con un tipo de cambio único del orden de $13,30 / 13,70 que cotiza el contado con liqui.
Con esa paridad, y asumiendo por un instante que no subirían los salarios nominales, el ingreso medio de los trabajadores seguirá siendo equivalente a los USD 1.000 actuales, porque al cambio de $9,60 menos de uno de cada 20 de los empleados puede convertir su remuneración a dólares; y del 5% que lo puede hacer con validación de la AFIP para ahorro, deben pagar una paridad nominal de $11,40, de los cuales podrá recuperar al cabo de un año casi dos pesos a valor nominal, que se reducen a menos de 1,40 por dólar, por la erosión que provoca la alta inflación.
El espejo de la crisis de 2002
Hoy la relación de convertibilidad de las reservas que declara el Banco Central con la base monetaria es de unos $20; cuando a fines de 2001 era de $1,17, es decir 17% más alta que la cotización de mercado, que se consideraba atrasada en un 40%, que casualmente es la brecha que existe ahora entre el oficial y el contado con liqui.
Por tanto, si se toma ese parámetro, un tipo de cambio sin cepo podría saltar de 9,60 a $17, pero como además entonces no existían las retenciones que para el complejo sojero es de 35%, si se saca ese efecto, porque entre las medidas se incluiría una drástica disminución del impuesto al comercio exterior, la paridad equivalente, sería de unos 12 o 13 pesos, y con ello no habría baja de los salarios en dólares.
Claramente, dada la dinámica de los mercados y que el proceso de reconstrucción de la confianza no es inmediato, en el arranque de una supuesta rápida salida del cepo cambiario, la paridad libre podría ubicarse muy por arriba de los 13 o 14 pesos, como no pudo sostenerse en $1,40 cuando se salió de la convertibilidad y voló hasta $4, pero luego de algunos reajustes por desinteligencias iniciales carencia de un plan inicial consistente, se reacomodó por debajo de $3, sin generar un salto inflacionario de 200%, sino de apenas 40%. En consecuencia, salir del cepo de una vez no necesariamente debe provocar una drástica caída de los salarios, y aumento de la pobreza.
Seguramente los nuevos parámetros de cambio en ese escenario podrán ser sustancialmente mayores en valores nominales a los ensayados previamente, pero en términos reales, no hay razón para sostener que será muy diferente, porque más allá de que algunos precios de la economía tenderán a los valores equivalentes a los que existían diez años antes, como tipo de cambio, tarifas y los de exportación, muchos otros podrán sostenerse, por las ganancias de competitividad que volverían a generar varios sectores que operan con elevada capacidad ociosa, como la industria, el agro, el sector financiero e incluso el propio mercado de trabajo que se vio menguado por el denominado efecto desaliento y el efecto no menor de la restricción presupuestaria inicial de las familias y empresas.