Por: Dardo Gasparre
El nuevo Presidente asume su cargo con dos grandes misiones y una visión. La primera misión es la de recrear el espíritu y el sistema republicanos. Nadie puede seriamente negar esta necesidad clave. Aun si no lograse más que eso en su gestión que terminará el 9 de diciembre de 2019 a las 24, habría cumplido.
La Justicia, pese a todas sus imperfecciones legales y humanas, logró salvar al país de graves riesgos, no muy diferentes a los que soporta Venezuela. Habrá que reconocer la valentía de muchos que en condiciones dificilísimas defendieron principios, libertades y derechos que garantiza la Constitución Nacional. No estaríamos hoy dando la bienvenida a nuevos gobiernos sin ese coraje.
Ese poder merece ser reforzado para garantizar todavía más su independencia, su calidad y su probidad. Redundaría un detalle de las medidas que es tarea gubernamental confeccionar, estudiar, proponer y transformar en ley y hasta en reforma constitucional. Sobran ideas valiosas.
Dentro de esa misión, habrá que incluir la demorada ley de coparticipación, o su eliminación, como muchos proponen. Biunívocamente, es ineludible revisar el sistema rentístico nacional, una tarea potencialmente revolucionaria en sí misma.
El reciente fallo de la Corte y el previsible manoseo de Cristina Fernández con su decreto sólo ponen en evidencia lo importante que resulta no dejar semejante tema en manos del capricho de cualquiera. Como tampoco en manos de un presidente con su chequera de decretos de necesidad y urgencia (DNU).
Aquí es esperable un debate profundo, serio, pesado y con enorme difusión. No estamos en un momento fundacional como en 1853. La simplificación de que cada provincia se arregle como pueda no parece inteligente ni aplicable por lo menos en el corto plazo. Republicano no es sinónimo de federal, aunque en el extremo negativo los efectos se confundan o se hayan confundido.
Por eso la seriedad con la que hay que encarar este punto es tanta como la que hace falta para fortalecer el sistema de Justicia. Tampoco cabe hoy proponer ideas, que seguramente lloverán. La discusión es para otro momento, pero es imprescindible.
La segunda misión es la de mejorar y modernizar la democracia. El modo en que los partidos se han apoderado del sistema, de los diputados y de los cargos es peligroso y repugnante, cualquiera sea el sino. También la lista sábana y los manoseos de desdoblamientos y uso de artilugios como la ley de lemas.
La sociedad debe ser compulsada y también se requieren debates sólidos y amplios. El uso de internet no debe ser desdeñado ni despreciado como hasta ahora. Reglas de control de gastos y presupuestario deben ser sopesadas, aunque ello implique tener que proponer modificaciones constitucionales.
Las reelecciones han sido otro reclamo que no puede ignorarse. Nuevamente, sobran propuestas valiosas. Hay que armonizarlas y discutirlas. Nunca mejor momento que a la salida del enorme manoseo a que ha sido sometida la ciudanía.
Y, por último, este Gobierno ya ha dicho que tiene una visión. La de unir a los argentinos. Y es muy importante entender este punto. Unidad no es unanimidad. Justamente ese es el punto central. La única manera de enriquecer a una sociedad, y aun su calidad de vida, es ser capaces de debatir sin transformar la diferencia de ideas y de propuestas en un tajo que corte el rostro de la república.
Ese es el camino que eligen siempre las dictaduras. Ese es el camino que no se debe seguir.
Para ello, avanzar en el cumplimiento de las dos misiones primeras es muy importante, porque son el marco jurídico y ético que lleva a poder debatir y discrepar sin odio y sin que cada tópico sea una cuestión de vida o muerte.
Por supuesto que el estilo del Presidente y de sus funcionarios, en especial en el disenso y ante la crítica, que las habrá, será tan importante como lo legal y lo moral. Es el Gobierno el que debe dar el ejemplo y moderar el tono. Son los funcionarios los que deben avivar el espíritu republicano, que finalmente no es una ley, sino un soplo, un mandato, un hábito, un respeto por el otro y por las instituciones.
Usted, lector, se sorprenderá de que en esta primera nota sobre el nuevo Gobierno no abarque temas económicos, de los que tanto hablamos.
Ya llegaremos a eso. Pero si tan sólo lograra llevar a cabo estas dos misiones y avanzar con esta visión, este nuevo Gobierno le habría prestado el más importante servicio que le puede brindar al país.
No es un empeño fácil. Más bien luce imposible. Una anécdota de Abraham Lincoln en la Guerra de Secesión puede ayudar. Visitaba el gran presidente un hospital de su tropa y, al llegar a un pabellón, lo hicieron pasar de largo.
—¿Por qué no entramos?— preguntó.
—Ahí están los soldados enemigos—. Fue la respuesta.
—Confederados, querrá decir—. Contestó mientras entraba decidido al pabellón.
Como ha quedado claro en estos años, incluyendo los cuatro últimos días, más que crédito, la Argentina necesita grandeza.