¡Las vueltas que da la vida! ¿Quién creería, unos años atrás, que una tiranía hiciera las veces de anfitriona y locomotora de la democracia en Latinoamérica? Por donde se le mire, el caso es raro. La longeva dictadura de los Castro, imponiendo un fracasado experimento de instauración de una economía socialista, emerge a la cabeza de la lucha contra las desigualdades y por el bienestar de los pueblos de la región.
En Cuba, habrá que repetirlo una y mil veces, subsiste un régimen oprobioso que se aferra con terquedad a los modelos estalinianos, hoy en total bancarrota en el mundo. Gobierna un partido único, el partido comunista, no hay libertad de prensa, la oposición, si así se le pudiere llamar, es perseguida con cárcel y muerte, la educación está basada en la ideología marxista y en el culto a la personalidad. Una pequeña casta, nomenclatura de estilo soviético, una ínfima minoría, es la única que puede acceder a los productos y comodidades del mundo moderno. La inmensa mayoría vive en un mar de carencias materiales que la dictadura pretende justificar como el precio a pagar en la lucha contra el monstruo imperialista yanqui y el voraz capitalismo.
En Cuba no se lee literatura universal, es decir, diversa. Todos están obligados a asumir que el destino de su país está marcado y definido por el comunismo. El pueblo cubano se encuentra privado no sólo de bienestar material, sino del fundamental sentimiento de vivir en democracia y libertad.
Fue allí, en La Habana, en donde tuvo lugar la conferencia de la CELAC, organismo gestado con la diplomacia petrolera del chavismo. Asistió el Secretario General de la OEA, el señor Insulza, a quien alguna vez Hugo Chávez se refirió como “el señor Insulzo” cuando este aún guardaba arrestos de decoro democrático. Guardó silencio sobre el tema de las libertades, del derecho que le asiste al pueblo cubano a elegir a sus gobernantes y sobre el encarcelamiento de figuras prominentes de la oposición antes y durante el evento.
El más triste espectáculo lo dieron los mandatarios que se ubican en la izquierda, en el castro-chavismo y hasta “presidentas” del populismo peronista. Uno a uno desfilaron ante la figura del intocable, del cerebro mayor, del más respetable de los comunistas latinoamericanos, Fidel Castro, un hombre casi sin aliento (¿sin conciencia?), que tal vez no hile dos frases coherentemente, que debe haber sacado del saco de su nanomemoria, los crímenes horrendos cometidos en nombre de la justicia y de otras causas supuestamente altruistas y cuyo legado es el desastre. Patética la lambonería de todos ellos. Aunque, huelga reconocerlo, esos mandatarios están ensayando nuevas fórmulas en las que el juego democrático es usado y las libertades tronchadas paulatinamente.
En Ecuador, por ejemplo, el presidente Correa, con su exitosa gestión de las finanzas y en las obras de infraestructura, dulcifica o anula las críticas por sus autocráticas medidas en contra de la oposición y de la libertad de prensa. En Bolivia, Evo Morales, invoca el retorno a una idílica sociedad natural, anticapitalista y también agobia a la prensa, a los opositores y prepara un nuevo asalto al poder. En Nicaragua, Ortega, el más sinuoso, alcanzó su reelección fraudulenta y ha logrado que se modifique la constitución para garantizar la reelección indefinida.
La situación de la democracia y del experimento castro-chavista en Venezuela es la más triste y paradójica de todas. Con toda la riqueza imaginable, este país bañado pródigamente en petróleo, podría estar ubicado en los primeros lugares de desarrollo humano. Pero, las ansias desbordadas de un gobernante megalómano, arbitrario y petulante, echó por la borda esa posibilidad. Se entregó a los Castro, pudiendo él, con sus miles de millones de dólares a discreción, haber asumido el liderazgo. Ha habido fraudes electorales, burlas a las decisiones de la ciudadanía, cambios en la constitución, han hecho de Pedevesa una caja de auxilios, han asfixiado la iniciativa privada. Si ese era el ejemplo a seguir, ahí está de presidente esa caricatura de Chávez, grotesco en su lenguaje desafiante y ridículo en sus visiones fantasmales. Argentina, que fue un país del primer mundo, hoy vive en incertidumbre económica mientras su “presidenta” gasta en lujos y tacones y ensancha sus cuentas bancarias según denuncias de valientes periodistas que son hostigados por los peronistas.
Todos hacen y deshacen constituciones para eternizarse en el poder, convierten su ideario y sus propuestas en ideas de nación, de forma que quien se opone a sus designios y quien les critique, se opone y critica a la nación. Lo más grave es que los órganos de integración americanos guardan silencio, no dicen nada, como si le temieran a los Castro y a Maduro. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos muestra inclinación para condenar a los gobiernos más liberales y democráticos. ¿Sobre Cuba? Nada, sobre el supuesto de que no hacen parte de ella. No emite medidas de alerta sobre los abusos y fraudes electorales, el cierre de periódicos y canales de televisión. Tampoco medidas cautelares, por ejemplo, para las valientes damas de blanco que denuncian los atropellos de la dictadura castrista. No le han prestado atención a la denuncia de una ONG internacional en el sentido de que el gobierno cubano se inventó informes favorables a su política de Derechos Humanos, emitidos por inexistentes centenares de ONG cubanas.
¿Y la izquierda? En ninguno de sus matices, ni la más radical o extremista, que comulga con el proyecto ni la más moderada, ni la que se hace llamar progresista, expresa una voz de condena contra lo que está sucediendo con la democracia y la libertad en todo el continente. Con distintos matices, todos admiran a Fidel y cuando a él se refieren, olvidan sus pruritos éticos, sus principios modernos, su republicanismo, porque ese señor, ha sido y es un buen dictador pues todo lo que ha hecho es por altruismo.