En 1492 las tropas de los reyes católicos Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón pusieron fin a ocho siglos de dominación mora sobre gran parte de la península Ibérica, al derrotar al califato de Al Andaluz y al reino nazarí de Boabdil. Más de quinientos años después, un líder yihadista de Irak se proclama nuevo califa con la intención de revertir aquella derrota y establecer su dominio a lo largo de Irak, Siria, Libia, Marruecos y la Europa mediterránea.
El proyecto del califa Ibrahim Al Baghdadi se basa en operaciones tipo guerra de posiciones y acciones de comando terroristas en varios países y le ha declarado la guerra, prácticamente, al mundo entero.
Los Gobiernos de los países que han sufrido ataques de células integradas por “combatientes” que se inmolan durante su “hazaña” no han podido estructurar una respuesta adecuada para enfrentar el desafío. Sólo ahora, ante el reciente atentado en París, parece que se logrará un acuerdo entre las grandes potencias para eliminar el peligro.
En la llamada cultura occidental no existe unanimidad o consenso sobre este grave problema. Ni sobre su origen y sus causas ni sobre la manera de encararlo. Es propio del legado de la Ilustración y de los valores de la Modernidad que así sea. No hay que quejarse del desacuerdo, así que: ¡bienvenido el debate!
Tal como sucedió con los terribles ataques contra Estados Unidos en 2001, en buena parte del mundo intelectual prima un discurso tipo síndrome de Estocolmo que consiste en poner el énfasis no en el dolor de las víctimas inocentes, ni en la declaratoria de guerra, ni en la ofensa grave a los valores democráticos y libertarios, sino que en justificar, explicar y comprender el leitmotiv de los terroristas. El terrorismo es visto como fruto de la injusticia, la opresión y la explotación que las grandes potencias y los países desarrollados han ejercido contra los pueblos del Medio Oriente y los árabes. Ven en esas acciones una cuenta de cobro política y consideran que lo que está en juego es el control del petróleo.
Un ejemplo de ello se aprecia en la entrevista de Cecilia Orozco Tascón al profesor de la Universidad Externado de Colombia, Francisco Barbosa, quien afirma, tajante, que el origen del Estado Islámico o ISIS “se encuentra en las intervenciones coloniales de Occidente que fomentaron dictaduras en la región […] Francia es uno de esos países, pero comparte tal responsabilidad con otros Estados colonialistas, como Gran Bretaña, Rusia y Estados Unidos […] Reitero, el Estado Islámico es el producto de la equivocada intervención de Occidente en la región.” (El Espectador, 22/11/2015).
Este tipo de ejercicio autoinculpatorio no es reciente, también fue vivido por el mundo ante la amenaza del nazismo. Ya muy avanzado el mal, los gobernantes entendieron que el problema no radicaba sólo o principalmente en los malos acuerdos de la paz de Versalles con que se puso término a la Primera Guerra Mundial, sino que las tropas nazis se guiaban en su acción demoledora por un ideal malévolo, dañino, peligroso e inhumano que solamente era posible derrotarlo por la vía militar. No hubo otro camino.
A partir de esa experiencia y bajo la protección militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Europa occidental pudo adelantar su reconstrucción en paz, a la sombra de unas políticas e ideas humanistas, democráticas y progresistas. La descolonización, llevada a cabo casi en forma pacífica, y los programas de ayuda a las antiguas colonias y a otros países subdesarrollados han sido parte integral de la política exterior europea.
Tan fuerte y profunda es esa cultura de respeto a los valores más edificantes del mundo contemporáneo que sectores de la opinión pública se oponen a la toma de medidas radicales ante los ataques de corte terrorista como los vividos en Madrid, Londres y otras ciudades, e incluso se sienten culpables de los ataques sufridos. Es una opinión asociada a una particular versión de la historia como sucesión de retaliaciones, deudas y expiaciones.
El pacifismo a ultranza, derivación clara del sentimiento de culpa, obvia la historicidad del fanatismo religioso musulmán al desconocer que la vivencia mística de los yihadistas tiene su origen en una interpretación esencialista del Corán. Convendría que leyeran Me llamo Rojo del nobel de literatura turco Orhan Pamuk.
La tesis según la cual terrorismo de estos grupos yihadistas es una retaliación contra Occidente por la invasión a Irak, por su impulso a la Primavera Árabe, por sus errores y su intervencionismo en Siria y por su política colonizadora de siglos se queda corta para brindar una explicación a los ataques terroríficos que han realizado en sus propios países y contra sus propios pueblos: Kenia, Sudán, Nigeria, Egipto, Libia, Túnez, Turquía, Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen, Líbano, Argelia, Siria, no son colonialistas ni imperialistas, ni desarrollados ni occidentales, ni católicos.
Financiados por ricos jeques petroleros y dinastías reaccionarias y ultraortodoxas, pretenden imponer su visión del Corán y ser los dueños en la interpretación de las enseñanzas del profeta Mahoma. No bajarán sus armas a cambio de que las potencias salgan de sus territorios, porque lo que intentan es cristalizar su proyecto de uniformar al mundo entero.
El imán colombiano Julián Zapata, en artículo que recomiendo por su valiosa información histórica, hace apreciaciones dignas de tener en cuenta. Sobre el origen de esta secta dice: “Mientras Europa vivía el siglo de Voltaire, el Siglo de las Luces, la Enciclopedia y la Revolución Francesa, en ese mismo siglo XVIII el mundo musulmán árabe se sumergía en la profunda oscuridad con el surgimiento de una secta fundada por un teólogo saudí llamado Muhammad ibn Abd Wahhab (1703-1792)”.
Para esta secta: “No hay sino un solo islam (una sola verdad) […] el mundo está dividido entre fieles e infieles; a la mujer hay que guardarla en su casa […] quien construya y visite los mausoleos y santuarios de profetas, santos, sabios y héroes es un idólatra, estos lugares deben ser destruidos, y los peregrinos a estos lugares deben ser declarados infieles y eliminados […] La música y la poesía están prohibidas. El diálogo, la cooperación y la amistad entre chiítas, sunitas y sufís es una herejía. El amor a la patria y las manifestaciones patrióticas son actos de idolatría”.
Zapata critica la ingenuidad de los pacifistas: “Con el prurito del diálogo interreligioso han terminado legitimando, sin saberlo, a oscuras sectas provenientes del mundo musulmán que se presentan con un inusitado pietismo, mientras los líderes de sus organizaciones en Asia y África persiguen, desplazan, secuestran y asesinan a sus hermanos cristianos.”
El profesor Barbosa, que estudió y se benefició de la prodigalidad del Estado francés y de su cultura, a la que ahora convierte en merecedora del castigo recibido, al parecer ignora o desestima la historia sobre el origen remoto y otras causas del yihadismo. Zapata es bien puntual: “En suma, los grupos yihadistas se originan en una lectura sectaria, fanática, literalista y supuestamente pietista del sagrado Corán y la verdadera tradición” (1/11/2015).
El periodista británico John Carlin, en artículo sobre el tema, opinó: “El problema de ir por el camino de que la culpa la tienen los Gobiernos de Occidente es que propone como eje original del mal a aquellos que en el fondo defienden lo que el Estado Islámico desprecia y los nazis despreciaban: la libre expresión, la soberanía de la ley y los demás elementos básicos de la democracia […] Al atribuir la responsabilidad por las masacres de París a Gobiernos electos de Europa y Estados Unidos, se plantea una grotesca equivalencia moral con los tontos inútiles […] que han encontrado la redención personal en una ideología que rinde culto a la muerte, que cree contar con apoyo divino cuando decapita a infieles, lanza a homosexuales desde altos edificios, apedrea a mujeres supuestamente adúlteras y viola, esclaviza o prostituye a niñas de 13 años. El hecho es que, como dijo la semana pasada el jefe del Servicio Interno de Inteligencia de Alemania, nos enfrentamos a una guerra terrorista mundial. Hay que tomar partido. No es hora de seguir bañándose en las aguas tibias del buenismo” (El País, 23/11/2015).
El “buenismo” cree aún que el mal no existe, que el totalitarismo no es un peligro, que el yihadismo fue causado por Occidente, que el derecho a defenderse a través de las armas es indeseable o es una tentación derechista, como sugiere Barbosa al criticar la valiente decisión del Presidente francés de enfrentar al enemigo hasta aniquilarlo. Un filósofo francés de raíces árabes hace sobre el fanatismo esta reflexión: “No es sólo el terrorismo yihadista lo que nos envía señales negativas procedentes de esta civilización y cultura musulmana, sino el estado general de la misma. Es toda una cultura amenazada por la regresión hacia el oscurantismo, el dogmatismo, el neoconservadurismo, el rigorismo (Abdennour Bidar, El País, 20/11/2015).