Por: Diego Guelar
Estuve en China desde el 8 hasta el 22 de junio próximo pasado. Fue mi cuarto viaje en los últimos 5 años (3 de ellos invitado por el Partido Comunista Chino).
No voy a perder tiempo ni espacio reiterando la muy conocida información que ilustra el volumen y la calidad de los logros alcanzados por la República Popular China, en particular, desde el 12° Congreso del PCCH – 1982 – donde se decidiera la “política de reforma y apertura” conducida por Deng Xiao Ping.
Tuve la oportunidad de exponer las conclusiones de mi libro sobre la relación entre China y el subcontinente sudamericano así como seguir aprendiendo los fascinantes vericuetos de un sistema de poder que cuenta con ceremonias que saben combinar 5.000 años de historia – imperio, ocupaciones extranjeras, guerras civiles – con el marxismo ortodoxo y la modernidad más audaz y creativa.
En esta oportunidad, además de Beijing y Shanghai, pude conocer la Provincia de Shandong, su impresionante capital – Jinan -, urbanizaciones y establecimientos rurales de alta productividad, parques industriales, universidades y academias de Ciencias así como su sofisticada ciudad costera – Chindao- con departamentos sobre el mar que cuestan 70.000 renminbis el metro cuadrado (el equivalente a U$ 12.000).
Lo más impresionante es verificar la convergencia entre el sistema norteamericano y el chino por el cual, partiendo de la inicial oposición entre Capitalismo y Comunismo, el primero fue incrementando su contenido social y el segundo incorporó a paso acelerado el mercado y la productividad como motores de su desarrollo.
Es extraordinario que todo el debate de las ideas económicas y sociales del mundo actual se dé entre la tesis liberal-conservadora del ex Premier alemán Ludwig Edhard – la “economía social de mercado” – y la definida por el 18° Congreso del Partido Comunista Chino – 2012-13) como la “economía socialista de mercado”.
Atrás quedaron tanto el neo-liberalismo como el sistema soviético y las propuestas tercermundistas que confundieron el socialismo con la distribución de la miseria y la obsolescencia productiva.
La China moderna (que hoy tiene 4 trillones de dólares de reservas – el 33% del total de reservas mundiales – de las cuales más del 50% son bonos del tesoro de los EE.UU.) aspira a que la mayoría de su población pueda ser “moderadamente acomodada” para el 2020. Eso significa que su ingreso per cápita llegue a U$10.000. Para eso, ha definido al mercado y a la productividad como sus herramientas principales.
Como en ningún otro momento de la historia, existen reglas universales de comportamiento, válidas para todos los países – grandes o chicos – ya sean asiáticos, africanos, europeos o americanos.
Las diferencias culturales en materia de derechos humanos, sistemas políticos, independencia del poder judicial y libertad de prensa siguen existiendo, pero la posibilidad de interactuar, conocernos y respetarnos cada día más, lleva ineludiblemente a un acercamiento que irá achicando esas diferencias.
El llamado “Consenso de Whashington” de los años 90´s fue sustituido por otro mucho más amplio que abarca también a Beijing, Berlín, Moscú, Nueva Delhi y Brasilia.
En este “Nuevo Mundo” deberemos inscribir también a Argentina.
Esta semana tendremos el escenario para hacerlo. La Presidenta Cristina estuvo invitada a la Cumbre de los Brics en Fortaleza, Brasil, y hoy llega a la Argentina el presidente Xi Jinping acompañado de 200 empresarios chinos. Vienen interesados en proyectos ferroviarrios, energéticos, mineros, petroleros y agroquímicos.
La decisión estratégica china está tomada. Somos parte importante de un esquema comercial e inversor que, conjuntamente con nuestros vecinos y socios sudamericanos, está en plena ejecución.
Nuestro gran desafío es construir una gran “Nación de Naciones Sudamericana” en condiciones de negociar una relación más compleja y equilibrada que un mero aprovisionamiento de materias primas. Somos nosotros los responsables de ponernos a la altura de semejante empresa.